«El pizzero nunca llega»

Los vecinos del Camí Vell de La Canonja se sienten «abandonados» por el Ayuntamiento

23 agosto 2019 06:50 | Actualizado a 16 septiembre 2019 17:42
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Sin asfaltar, sin nombre y con hierbajos. Así es la calle en la que viven Pilar y Raquel, dos vecinas de Torreforta, que llevan más de un año denunciando el mal estado de la vía. Se trata del Cami Vell de La Canonja, paralelo a la calle Francolí, una de las más céntricas del barrio. Piden que el Ayuntamiento asfalte la calle para acabar así con la gran cantidad de baches existentes, que dificultan la vida de los vecinos. Pero, por el momento, nadie les ha hecho caso. También reivindican que se regule el número de los bloques, ya que hay tres portales con el número 73 y que arranquen los matorrales, que aseguran que están llenos de insectos y plagas.

«Mi hija no puede bajar a jugar con los amigos en la calle. Está todo lleno de piedras y ya se ha rascado las rodillas en varias ocasiones», asegura Raquel Martínez, vecina del Cami Vell de La Canonja. Su marido vive en la calle desde hace 35 años. Ella solo lleva cinco. «No ha cambiado nada de nada. Estamos en Torreforta y parece que vivamos en medio del campo, en una parcela», explica Martínez.

También compleja es la situación de Pilar Latorre, que lleva 15 años viviendo allí. «Nunca puedo traer a mi madre a casa. Tiene 96 años y va en silla de ruedas. Es imposible pasar por aquí, la silla se queda clavada en los socavones y no hay manera de sacarla», explica Latorre, quien añade que «no es justo, yo pago mis impuestos como cualquier ciudadana de Tarragona y, sin embargo, no cuento con los mismos servicios. Parece que nuestra calle no existe, pero para pagar, bien que cuentan con nosotros».

El Camí Vell de La Canonja es paralelo a la calle Francolí y muere en el Camí dels Horts. Los bloques afectados por el mal estado del pavimento son unos seis o siete, con una media de dos familias por edificio. Hace unos años, la calle era toda de tierra. Luego la asfaltaron pero nunca se ha llevado a cabo un buen mantenimiento. «El único tramo que está más o menos digno es el que la compañía del gas tuvo que levantar para hacer la instalación. Luego pusieron cemento y es el camino que utilizo cuando mi madre viene a casa», explica Latorre.

Los vecinos llevan tiempo denunciando la situación, pero hace cosa de un año, empezaron a movilizarse más seriamente. Empezaron notificando los baches y socavones a través de la aplicación del Ayuntamiento Epp!, «pero nunca nos han dado una respuesta que nos convenciera. Solo nos dicen que vayamos a la Oficina Municipal d’Atenció al Ciutadà (OMAC) y pongamos allí la reclamación. Lo hemos hecho y tampoco sirve de nada», explica Martínez. Ahora, los vecinos están recogiendo firmas para contabilizar el apoyo que reciben del resto del barrio de Torreforta. «No me imagino que, en el centro de la ciudad, hubiera una calle así», asegura Martínez.

La calle sin nombre

Pero el mal estado del pavimento no es el único problema para estos vecinos. Cuando llaman al Telepizza, tienen que dar las siguientes indicaciones: «Deben pasar la gasolinera de Torreforta y, cuando vean los contenedores, giren a mano derecha. Allí nos encontraran». No hay ninguna placa con el nombre correcto de la calle. Es prácticamente imposible encontrarlo. Y por si esto fuera poco, hay tres bloques distintos con el número 73. Para GoogleMaps se trata del número 11. Un caos absoluto.

«Cada vez que viene el cartero, tenemos follón asegurado», explica Rosa Bermejo, vecina de la calle, quien añade que «es lo mínimo que podemos pedir, una placa con el nombre de nuestra calle». Según comentan los vecinos, el Ayuntamiento no nos sabe explicar el porqué de toda esta situación. Insisten: «Para ellos no existimos, pero bien que pagamos impuestos», dice Rosa Bermejo. Lo extraño del caso es que el Camí Vell de La Canonja sí que cuenta con farolas y papeleras.

Serpientes y ratas

Los matorrales que hay en la calle también son un problema para los vecinos, quienes denuncian la presencia de serpientes, ratas e insectos. «El otro día vinieron a ponerme la fibra óptica y el operario empezó a chillar. Había visto una serpiente», explica Martínez, quien añade que «antes las cortaban, pero ahora nadie se encarga de ello».

Pilar, Rosa, Raquel y el resto de vecinos aseguran sentirse abandonados. El deterioro y dejadez de la calle han contribuido a que la zona se haya convertido en el punto clave para grupos de jóvenes que se reúnen para hacer botellón o para drogarse. «También nos han abierto el coche y nos han robado», asegura Martínez, ya desesperada. Los vecinos cuentan con una brizna de esperanza, tras el cambio de alcalde y de gobierno municipal.

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