'Un país sin salas de conciertos será un país mucho peor'

Entrevista a Ángel Lopera, copropietario de la Sala Zero de Tarragona. La Covid-19 se está llevando por delante al sector de la música en vivo, tocado por no poder programar actuaciones y con un futuro negro si «no es rescatado»

14 septiembre 2020 10:20 | Actualizado a 14 septiembre 2020 10:52
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Las salas de conciertos están heridas de muerte tras seis meses cerradas por culpa de la pandemia de Covid-19 y lanzan un mensaje de auxilio a las administraciones para que nos las dejen en el olvido. Ángel Lopera, copropietario de la Sala Zero de Tarragona y vocal de la Associació de Sales de Concerts de Catalunya (ASACC), ahonda en la crisis de un sector que clama por un plan de rescate para no irse al garete y poder retomar su actividad.

En Francia, el gobierno destina 220 millones euros al sector de la música en vivo y en Inglaterra hay una ayuda directa de 3,36 millones de libras para la salas. ¿Urge un plan así en España?

Ahora mismo es la prioridad número uno, la condición mínima indispensable para empezar a pensar en que se puede salir de esta. Ya no nos importa si se nos rescata por nuestro valor cultural, porque somos un sector económico conectado con el resto de sectores y dejarnos caer afectaría al conjunto de la economía, por las decenas de miles de puestos de trabajo en juego o por las tres razones combinadas, pero la necesidad de soluciones es extrema.

¿Las salas de conciertos se sienten olvidadas por las administraciones?

La sensación de que no hay nadie al volante es terrorífica. No sería justo meter a todas las administraciones en el mismo saco, porque entre la mezcla de ignorancia, desinterés, prepotencia y, sí, incultura de todo un ministro de Cultura y la empatía más o menos materializada en medidas de algunos ayuntamientos hay una amplísima gama de grises. Pero si nos remitimos a los hechos, y a la espera de poder decir lo contrario cuando se dé el caso, el concepto ‘olvidados’ se acerca mucho a nuestros sentimientos ahora mismo.

El 14 de agosto se decretó el cierre de todas las salas. ¿Qué les parece esta medida?

Para la inmensa mayoría de las salas el cierre ‘de facto’ se remonta a marzo, desde la declaración del estado de alarma, ya que con la desescalada las opciones de hacer conciertos, dadas las condiciones impuestas, eran mínimas y las opciones de que éstos fuesen rentables, nulas. Así que el decreto del nuevo cierre certificó una imposibilidad de programar conciertos que ya existía. Si esto tiene que valer para hacer notar la necesidad de rescatar a un sector que no puede desarrollar sus actividades por decisión del poder, que así sea. Insisto, a estas alturas no nos importan los argumentos del rescate, nos importan los hechos.

¿Se ha estigmatizado a las salas como si fueran un foco de rebrotes?

Absolutamente. Personas que hace años que no pisan una sala de conciertos, si alguna vez lo han hecho, han imaginado unos incidentes que no han ocurrido, simplemente porque es imposible haber sido el foco de rebrotes si no hemos abierto nuestras puertas. En nuestro caso, el último concierto de la Sala Zero tuvo lugar el 7 de marzo.

¿Entonces?

Lo que sospechamos es que esas personas están tan alejadas de la realidad del ocio nocturno y musical que meten en el mismo saco por un lado a conciertos, ciclos, festivales y discotecas, y por otro a botellones, fiestas privadas y raves, sin atender a que los primeros ofrecemos ocio regulado, con licencia, con todas las medidas establecidas por las autoridades sanitarias y con trazabilidad de todos los asistentes, mientras que los segundos, que entendemos que han sido los focos reales, no ofrecen nada de eso, pero a la vez son más difíciles de identificar, controlar, perseguir.

¿Los conciertos son seguros?

Los datos son claros y dicen que no se han registrado brotes en ninguna de las actividades musicales que han tenido lugar este verano, tanto al aire libre como indoor. Se han desarrollado con las correspondientes medidas de prevención y no ha pasado nada, porque las han ejecutado profesionales. Estamos preparados para hacer conciertos seguros y con total trazabilidad de los asistentes para colaborar con las autoridades sanitarias en lo que haga falta, pero si aun así se considera que las salas son un peligro añadido, un peligro que no podemos controlar, insisto, en ese caso es obligado que quienes deciden nos proporcionen una alternativa que permita subsistir al sector.

¿Por ejemplo?

Rescatarnos por estos seis meses, y los que están por venir, sin ingresos y con todos los gastos, y ser receptivos a las propuestas de actividades alternativas que puedan surgir del sector. El ciclo Sala BCN es un claro caso de éxito en este sentido -contó con el apoyo del Ayuntamiento de Barcelona y la Generalitat-.

¿Reducir el aforo, como ya pasó tras el confinamiento, es una opción viable tanto sanitaria como económicamente?

Quien organiza conciertos sabe que las condiciones para hacerlos viables y que todas las partes sean debidamente remuneradas por su trabajo están medidas al milímetro, por lo que una reducción de aforo provoca un desequilibrio muy complicado de salvar. Se pueden hacer actividades simbólicas, para mantener viva la llama cultural, con nuevos sacrificios económicos de todas las partes implicadas en un concierto, pero eso no es sostenible a largo plazo.

Hay salas que no pueden mantener a sus empleados e incluso se plantean echar el cierre definitivo.

Efectivamente, a este paso muchas no llegarán o no llegaremos a final de año. Esto es así. Los últimos datos indican que cada semana el sector que nos agrupa a las 80 principales salas de conciertos de Catalunya pierde 1,5 millones de euros, lo que hace peligrar 1.623 puestos de trabajo. Cada semana se cancelan 150 conciertos sobre lo programado, y ya nos acercamos a las 4.000 cancelaciones -desde el inicio de la pandemia-, lo que globalmente ha supuesto una pérdida de ingresos de 39 millones de euros.

Los datos son alarmantes.

Si ampliamos el foco al conjunto del ocio nocturno de Catalunya, estaremos hablando de 3.600 empresas afectadas con 37.000 puestos de trabajo en peligro, es decir, 10 veces lo que supone el cierre de la Nissan. Estamos hablando de 110 millones de euros de pérdidas, y subiendo, en un sector que supone el 1,8% del PIB y que en los próximos tres meses se va a ir directamente a la quiebra colectiva si no se hace nada de manera urgente.

En el caso de la Sala Zero, ¿cómo está la situación?

Nuestra situación no es mejor que la del resto de salas catalanas. Tenemos a casi todo nuestro personal en ERTE y en las primeras semanas de la pandemia ya organizamos un crowdfunding con nuestro público que nos permitió hacer frente a una parte de nuestras obligaciones. Más de 100 personas nos hicieron aportaciones y siempre estaremos agradecidos, sin duda ha sido lo mejor de este tiempo nefasto. Por otra parte, hemos tenido que cancelar más de 70 conciertos desde marzo, estamos en constante reprogramación con la esperanza de recuperar la actividad lo antes posible, pero las perspectivas son bastante pesimistas y el peligro de desaparición está ahí, no lo negaremos.

¿Hace un llamamiento de socorro?

Insistimos en la necesidad de ser rescatados y por eso no nos cansamos de hacer propuestas alternativas que nos permitan mantener una mínima actividad fuera del espacio de la sala. Esperamos que alguna llegue a buen puerto, por nuestro bien, pero también para beneficio de la vida cultural de Tarragona.

¿A qué ideas se refiere?

Llevamos todo este tiempo intentando salvar al menos parte de la programación de los próximos meses e ideas para hacerlo no nos faltan. Si las administraciones lo ven tan necesario como nosotros, seguro que podremos encontrar la forma.

¿Cómo ve el futuro del sector y por dónde pasa?

Es difícil no ser pesimista. Fuimos los primeros en cerrar, de hecho la Sala Zero lo hizo responsablemente una semana antes de la declaración del estado de alarma, y seremos los últimos en abrir. Mientras las administraciones no comprendan nuestro papel en la cadena de valor de la vida cultural, las posibilidades de supervivencia serán muy limitadas. Y que nadie se engañe, un país sin salas de conciertos será un país mucho peor.

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