Un testimonio de la historia tarraconense

La fábrica de Tabacos de Tarragona. Usado parcialmente, es un edificio emblemático del paisaje tarraconense de inicios del siglo XX y que sigue despertando sensibilidades

27 agosto 2019 17:10 | Actualizado a 27 agosto 2019 17:26
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Detrás de la historia ya bien sabida, hay otra que se oculta a primera vista. Según el historiador y archivero Jordi Piqué Padró, la decisión de que la Tabacalera se estableciese en la población tarraconense se debe a una suma de factores. En primer lugar, la acción de diferentes personajes bien situados políticamente como fue el caso de Francesc Cambó, ministro de Hacienda, Francesc Bastos Ansart, gerente de la CAT, que eran miembros de la Lliga Regionalista. Se unió las presiones frente al rey Alfonso XIII de Ramón de Morenés y García Alesson, marqués de Grigny y conde del Asalto; junto con las actitudes favorables del director general de Obras Públicas, Josep Nicolau y los diputados Manuel Kindelán y Carlos Maristany. No obstante, no debemos olvidar la acción del propietario del trust Tarragona Port y presidente de la Cambra de Comerç, Indústria i Navegació y militante de Acció Catalana, Macià Mallol, que encabezaba un proyecto común más allá de las tendencias políticas de cada uno: establecimiento de la fábrica.

El motivo, al parecer, de estos movimientos fue que después de la Primera Guerra Mundial la ciudad adquirió importancia debido a la escasez de productos en Europa como el arroz y el vino que provocó una fiebre de oro pero que se pasó a una situación de crisis y por ello se buscaba que la ciudad tarraconense solucionase el problema del paro e iniciase un proceso industrializador, empezando con el proyecto de la fábrica de tabacos. Otras motivos para el establecimiento de la fábrica en la ciudad, según el historiador, fueron su localización geográfica (al lado del mar) con unas infraestructuras excelentes con el puerto, considerable contingente de mano de obra y la falta de conflectividad laboral significativa.

Finalmente, el 23 de mayo de 1922 se autorizaba a la compañía mediante un Real Decreto la construcción de una nueva fábrica en la ciudad.

La fábrica fue proyectada por diversos ingenieros de la empresa, en colaboración con otros ingenieros del Estado. La fachada y ornamentación fueron diseñadas por Roberto Navarro y Francesc de Paula Quintana Vidal. El equipo de ingenieros estaba dirigido por Francesc Bastos i Ansart, posteriormente Josep Tulla Planellas, e integraba a los ingenieros Josep Guerra, Carles Dendariene, Josep Gasset i Josep Delgado; pero la fachada principal, la que mira hacia el río Francolí, es obra del arquitecto Miquel Quesada i Navarro.

Un pequeño palacio

Para su construcción, aprobada diez años antes, la Compañía Arrendataria de Tabacos (CAT) había procedido a la compra de esas fincas de cultivo y algunas con agua propia, circunstancia que resultaba conveniente para la nueva instalación. La superficie abarcaba una extensión real de 68.862 metros cuadrados y que costó unas 281.204 pesetas. A la mayoría de arrendatarios se les ofreció la posibilidad de trabajar en las obras de construcción del edificio.

Se trata un edificio de corte neoclásico, integrado por un conjunto de módulos entorno a un patio ajardinado central. En los pabellones laterales se ubicaban los talleres de cigarrillos, al fondo los almacenes, y en los módulos de la entrada, los servicios y la dirección.

En principio, en la misma fábrica se habilitaría la vivienda de sus ingenieros jefes. La entrada principal dispone de un cuerpo con elementos de corte clásico en la decoración, un par de pilastras la enmarcan y se unen con los dos cuerpos laterales junto con tres esculturas, mediante un muro-tanca con tres arcos de medio punto y reja de hierro junto con una balaustrada decorada con cuatro copas.

Visto desde fuera, este ejemplo de arquitectura industrial evoca más bien un pequeño palacio, con reja de hierro forjado alrededor del perímetro, jardines, esculturas de cuerpo entero coronado el último piso, pilastras, capiteles corintios y otros ornamentos. Si el proyecto de una Fábrica de Tabacos en Tarragona, ampliamente reclamado desde las instancias locales, había sido recibido con júbilo general y esperanza de mejora económica, la belleza de esta fábrica, sus dimensiones, su aspecto, contribuirán también a dotarla de ese carácter un tanto mítico que la acompaño desde el principio.

Aunque el descubrimiento de vestigios tardorromanos fue un contratiempo para las obras la arrendataria pudo terminarlas sin problemas y se aprobó la construcción de un edificio-museo, anexo a la fábrica, que permitiría ubicar los restos arqueológicos descubiertos.

El edificio fue comprado en 2007 por el Ayuntamiento de Tarragona a la empresa Altadis por 65 millones de euros y después de una adaptación dudosa y con muchos resquicios hay un proyecto que prevé una recuperación progresiva del espacio para que algunas partes pueden ser utilizadas desde el primer momento.

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