Una semana encerrado en Poblet para grabar un disco

Folk místico en clausura. El músico Guillamino compuso en el monasterio su nuevo álbum entre el frío, los monjes y las misas

03 octubre 2018 08:57 | Actualizado a 03 octubre 2018 09:11
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El músico Pau Guillamet, Guillamino, llevaba cuatro años sin dar casi señales de vida a nivel musical. Buscaba un estrés, un golpe de efecto creativo. «A veces no encontramos la inspiración en casa. Hay gente que se va a una cabaña, que se aísla», cuenta. 

Él conocía la historia del monasterio de Poblet y su hospedaje interno. Aquel recogimiento, casi como un asceta, era un buen punto de partida para explorarse, acabar con la sequía compositiva y empezar a alumbrar su próximo disco. «Siempre me ha interesado el ritual religioso y toda su trascendencia, aunque nunca había estado tan cerca como hasta ahora», admite. Probó a pedir permiso sin demasiada esperanza, consciente de que, en realidad, iba a molestar en la comunidad cisterciense. «Me dijeron que buscarían un lugar para mí», narra. 

El compositor barcelonés, curtido en pop y electrónica, se encerró en la soledad de la llamada Torre Reial y en la sala de música, una nave gótica con una solemnidad austera: un atril de oro, un tapiz, una mesa y una silla, objetos mínimos para emprender el desafío. «Fue como un reto, como una travesía. Llegué sin mucho material, simplemente con algunos esbozos. Sabía que el primer día tenía que tener mínimo dos canciones. Trabajas bajo presión y pasan los días, es como una cuerda que se va tensando», explica. 

Comer y rezar con los monjes
Su labor musical se integraba en el día a día en Poblet. «Está todo muy compartimentado. Yo me integré como huésped pero compartes cosas con los monjes. Para ellos vivir así puede ser cómodo pero para alguien de fuera es ciertamente duro», cuenta. 

Pau se levantaba muy temprano y tenía que hacer al menos tres oraciones con los monjes, de mañana, mediodía y tarde. También compartía las comidas con ellos. «Es un voto de clausura y de silencio. Yo solo hablaba con el fraile que se encargaba de mi acogida», recuerda más de un año después.  

No eran condiciones amables las de una vida, durante una semana, estrictamente severa y monacal, nunca mejor dicho: ir a misa pronto, componer a guitarra y voz en el frío, comer, volver a trabajar, una nueva oración, un paseo por los viñedos, volver a escribir y tocar e irse a la cama; una disciplina árida para lo que siempre fue la música popular. 

El resultado, entre místico y fantasmagórico, es sobrecogedor, etéreo por momentos. De las diez canciones del disco, llamado 'Fra Júpiter' (Bankrobber), ocho están compuestas en esa atmósfera que destila espiritualidad. Las misas, algunas musicales, también dejaron su huella. «Ese ambiente tan místico me llevó a un estado de ánimo y a un tipo de sensaciones que están en el disco. Sin ser un álbum cristiano, sí es íntimo y muestra la sintonía que alcancé allí. El recuerdo que tengo de la experiencia es muy profundo. Ha quedado algo oscuro, diferente», recuerda Guillamino. 

Allí no sólo compuso y dibujó el esqueleto de las canciones. También grabó, con un micrófono y su portátil, las voces y la guitarra, una suerte de demos que se acabaron quedando y hasta fueron la esencia en la mezcla final del disco, con toda su reverb particular.

Tampoco eso fue sencillo. En la sala de música en la que trabajaba no había ni enchufe. Tuvo que hacerse con un alargador que tenía que poner y quitar cada día, bajando por unas escaleras y pasando por una puerta hasta enchufarlo, toda una pequeña y farragosa odisea cotidiana. 

Momentos de epifanía
En aquella estancia, Pau vivió algunos momentos particularmente bellos y reveladores, casi epifánicos, como aquel día en que pudo tocar en un pozo de hielo del monasterio, «uno de los lugares más preciosos y especiales» o una eucaristía por la noche, muy tarde, en la que se pudo sentar junto a los monjes durante la ceremonia. Así, indagando en esa inspiración más o menos pagana en un entorno eclesiástico, fue alumbrando canciones como 'Mare', 'Tremolor', 'Un tros de pa' o 'Perdura eternament el teu amor', muestras de algo así como folk metafísico, un nuevo terreno explorado en la creciente trayectoria de Guillamino. 

En su nueva obra, imbuida de introspección, se han colado versículos que ha tomado del Antigo Testamento, así como una adaptación de 'Cançó', el último poema escrito por Màrius Torres. Entre la joya y la rareza, también incluye una imprevisible versión de Sangtraït, 'Els senyors de les pedres'. 

Ese puñado de canciones nacidas en Poblet, en ese apacible y siempre bucólico rincón de la Conca de Barberà, terminaron viajando un poco más. Después de aquella semana de reclusión durante la Cuaresma del año pasado, el multiinstrumentista Guillamino grabó nuevos fragmentos en Vallvidrera y Solsona, con parada en Granollers para contar con la participación vocal del coro Petits Cantors Amics de la Unió. 

La mezcla final fue a cargo de Joan Pons (El Petit de Cal Eril), uno de los productores más solicitados actualmente (Els Pets han grabado su último disco con él). «Tiene una visión de la música que yo comparto. Ha sabido hacer crecer algunas canciones, les ha dado profundidad», dice Guillamino. Desde ese estudio-teatro de Guissona, el último salto: Canadá, donde se acabó masterizando la inmersión monástica de este exponente de la música en catalán.

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