Una tarraconense en el ballet de Oslo

Danza. Victoria Francisca Amundsen regresa a casa tras triunfar en Noruega

10 agosto 2020 16:20 | Actualizado a 10 agosto 2020 21:31
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«De Tarragona me gusta todo. El sol, la playa, mi familia. La comida, el vino e ir de compras», comenta Victoria Francisca Amundsen Curiel. Tarraconense de nacimiento, esta bailarina profesional dejó su ciudad natal cuando apenas era un bebé, para trasladarse a vivir a Londres. Ahora, cuatro décadas después y tras triunfar en el Ballet Nacional de Noruega, Victoria regresa a su «segundo hogar».

«El ballet es mi vida», cuenta. Una disciplina en la que dio sus primeros pasos a los cuatro años. «Hacía un poco de todo, clásico y contemporáneo, flamenco y sevillanas porque mi profesora era española». De aquella época todavía guarda por casa alguna medalla que la acredita como ganadora de concursos de sevillanas. Sin embargo, su pasión es el clásico y a los 14 años se decidió por el ballet para continuar formándose en la Rambert School. 

¿Y a qué ha tenido que renunciar desde entonces? «A nada», responde. «Siempre he sido una persona con mucha energía y creo que por eso me ha gustado tanto bailar. Ha sido lo único que siempre he hecho. Pero realmente nunca noté que estuviera renunciando a otras cosas». Ya en el mundo profesional, Victoria Francisca dejó Inglaterra para trabajar en Zúrich, Suiza. «Estábamos a punto de iniciar una gira por Alemania cuando me llegó una oferta de Noruega. El mundo del ballet es muy pequeño y siempre hay alguien que conoce a otra persona y esta te puede llevar a una audición», explica. Y así sucedió. «En el Ballet Nacional de Noruega estaban interesados en mi perfil». De esta forma Victoria Francisca se convirtió en un cisne, en el conocido cuento de hadas de Tchaikovsky, en lo que supuso el inicio de una carrera que ya no abandonaría hasta ahora, en su jubilación de la Casa de la Ópera, en Oslo.

«De Tarragona me gusta todo. El sol, la playa, mi familia, la comida, el vino e ir de compras»

Tras El lago de los cisnes llegó Cascanueces, del mismo compositor, seguida de cientos de otras obras. Preguntada por su favorita, la tarraconense es incapaz de escoger. «Me gusta todo. Tchaikovsky por supuesto. Pero también Carmen, de Georges Bizet, el Concerti Grossi Op. 6 de Arcangelo Corelli o Death and the Maiden, de Schubert». 

Del país escandinavo, Victoria destaca su seguridad laboral y económica. «Tienen algo que no es habitual encontrar en el resto del mundo y es que tras tres años trabajando con ellos te hacen un contrato permanente y te proporcionan una pensión al jubilarte», revela.

Jubilada, pero no retirada. Así, Victoria Francisca continuará en septiembre con las actuaciones en otra compañía más pequeña. Le cuesta renunciar a la magia del escenario. A esos «nervios, emoción e incluso náuseas» previos a la salida ante el público. «El tiempo pasa muy rápido. No parece que hayan sido 20 años. Voy a echar de menos bailar, al público, a mis compañeros. Porque son mi familia. Pero mi cuerpo ya no es el mismo, no puede hacer la misma fuerza. Y el clásico es dolor», apunta la bailarina.

En este sentido, reconoce que trabajan como atletas. «Tienes que pensar en qué comes, en qué bebes, en qué estilo de vida llevas. Tienes que cuidarte y tener tu disciplina. Pero no importa, porque es algo que sale del alma». De igual manera que a los deportistas, a Victoria el confinamiento por la Covid-19 le supuso un déficit de entrenamiento y ensayos que intentó paliar con ejercicios en el salón de casa.

Ahora, lejos de la tensión artística, Victoria piensa en una nueva vida que contempla la fotografía, otra disciplina que ya ejerce, así como largas temporadas al lado de su familia tarraconense, en el Mediterráneo, uno de sus tres hogares.

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