Vida universitaria en 10 m2

Los estudiantes que han comenzado la universidad este curso se han topado con clases ‘online’ y sin poder vivir el ambiente universitario

15 marzo 2021 06:50 | Actualizado a 15 marzo 2021 07:34
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Son las 7.30 h, suena el despertador. Òscar se despierta para ir a la universidad, pero en lugar de coger el autobús, el tren o el metro, se sienta delante del ordenador y se conecta a sus clases. En algún momento de la mañana le oyes ir a la cocina a reponer fuerzas, mientras de su habitación sale una voz de fondo que habla de ecuaciones, derivadas y otras incógnitas matemáticas como si de un murmullo se tratara. Y así, un día tras otro, hasta que al llegar el fin de semana cierra esa misma puerta y te espeta: «No hagáis ruido, que voy a hacer una videollamada», porque resulta que ha quedado con sus amigos o tiene que hacer un trabajo en grupo. Es el día a día de su primer curso de carrera.

¿Quién no recuerda la vida de estudiante? Y no hablamos únicamente de aprender, sino de hacer nuevos amigos, las fiestas de los jueves, los trabajos en grupo, los achuchones en los pasillos... La pandemia ha arrasado con la vida universitaria. Tras seis meses de estudio, la mayoría aún no se conocen o no se han reconocido la cara tras la mascarilla; muchos ni siquiera conectan la cámara y otros tantos han dejado directamente de seguir las clases. No todo el mundo es capaz de concentrarse detrás de una pantalla y no todos los docentes están preparados para impartir formación en línea.

Después de la experiencia vivida por el confinamiento durante el curso 2019-2020, las diferentes administraciones reiteraron que las etapas de educación obligatoria volverían a las aulas. Se establecieron protocolos contra el coronavirus en los centros educativos que, a estas alturas, han demostrado con creces su eficacia, pero, ¿qué pasa con los universitarios? ¿Son bastante maduros?

Hablamos de una generación que terminó el Bachillerato, confinado; se quedó sin viaje de fin de curso, confinado; empezó sus estudios superiores en formato semipresencial –los más afortunados– y, a finales de octubre, con la segunda ola de la pandemia, volvió a las clases virtuales. Mientras tanto, los que se tuvieron que desplazar en septiembre a otra ciudad, siguen pagando la residencia o el piso de estudiantes porque, sobre el papel, nunca se han suspendido las clases.

Al empezar el segundo cuatrimestre, cuando el Govern anunció que los alumnos de primero podían volver a las aulas, resurgió la esperanza. En casa todos lo celebramos. ¡Por fin!, pensé para mis adentros. Solo fue un titular más en la prensa. La nueva normalidad se impone. Òscar continúa con sus clases a distancia y la puerta de la habitación cerrada.

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