Vivir con la muerte

Sepultureros, administrativos del cementerio o el tanatorio, conductores de coche fúnebre, oficiantes de ceremonias, maquilladores de difuntos... se enfrentan al dolor ajeno cada día

16 julio 2017 14:19 | Actualizado a 24 noviembre 2017 19:36
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«Y cuando me di cuenta que ya no regresarías fue ahí donde supe que respirar dolía...». Es una de las frases que reflejan el pesar por el fallecimiento de un ser querido. Todo el mundo pasa por esa angustia alguna vez en la vida pero hay una serie de profesionales que conviven día a día con la muerte, que se enfrentan a familias rotas, que deben combinar la profesionalidad con el mimo a los dolientes, que no pueden implicarse en demasía pero tampoco parecer seres gélidos sin corazón. ¿Cómo lo hacen?

Míriam Pan lleva diez años como administrativa en el tanatorio de Tarragona. Recibe a las familias para acordar todos los detalles de la despedida del difunto: el féretro, las flores, los recordatorios, si el cuerpo será enterrado o incinerado, si habrá ceremonia civil, religiosa o ninguna, el papeleo que tendrán que rellenar personas que lo último a lo que quieren prestar atención es a la burocracia...

«Nunca te acostumbras al dolor ajeno. Tienes que estar entera y guiar a la familia. No pueden notar que estás triste. Si tienes un bajón, igual no les puedes ayudar tanto como necesitan. Sobre todo, debes escuchar mucho, tener mucha paciencia... Hay familias, dramas, que te marcan», explica. 

¿Y se lleva el ‘trabajo’ –el dolor ajeno– a casa? «Intentas desconectar, hablas de otras cosas en casa», responde Míriam. Es la misma actitud que desarrolla Sergi Castellvell, que bajo el amplio apelativo de «funerario» afronta una labor muy diversa: recoger el cadáver de un suicida, de un niño fallecido en un accidente o de un anciano muerto en un hospital;  trasladar el féretro al cementerio o al horno crematorio; maquillar a los difuntos «para que estén lo más naturales posibles» por si su familia quiere mostrar su rostro en la capilla ardiente...

«Si nos llevásemos el dolor a casa, estaríamos todos deprimidos. En esta profesión ves demasiadas cosas que no tendrías que ver. Te acostumbras a separar la parte profesional de tu vida privada», comenta Sergi. Es similar a lo que hace el personal médico y de los servicios de emergencia.

Se ha enterrado a personas con las banderas del Barça, del Real Madrid, de la República...

Sergi se encarga de dejar al difunto listo para ser inhumado o incinerado. Siempre sigue con exactitud el deseo de los familiares: «La gente nos pide de todo. Hemos colocado dentro o encima del féretro banderas del Barça, del Madrid, de collas castelleras, enseñas republicanas, estampitas, figuras religiosas, muñecas, chupetes, dibujos de los nietos, fotos... Incineramos a una persona vestida con un uniforme antiguo del Barça».

Lo más habitual, sin embargo, es que la familia le entregue un traje o un vestido de los preferidos por el fallecido. Antes de vestir el cuerpo, Sergi aplica sus conocimientos de tanoestética y maquilla y peina al difunto. El maquillaje, siempre suave, color carne, que disimule alguna herida o un moratón. A menos que la familia le pida –como ha sucedido en más de una ocasión– que pinte los labios a la fallecida de un rojo intenso. 

El objetivo es siempre el mismo: «que las familias vean al difunto como si estuviera dormido, relajado. Ver el cuerpo ayuda a superar el dolor o, al menos, a aceptarlo. Hay mucha gente que si no ve el cadáver, no se cree que la persona haya fallecido».

¿Y si no hay familiares? «Siempre arreglo el cuerpo, aunque no haya velatorio. No me fijo si el difunto es rico o pobre, si el funeral será en la parroquia de Campclar o en la catedral. Siempre puede venir alguien que le conocía a verle».

Lo más duro para Sergi –igual que para todos los profesionales que desarrollan su labor en torno a la muerte– es cuando el difunto es un niño. «A veces tienes que aguantarte las lágrimas. Enterrar a un hijo no toca. Si el fallecido es una persona mayor es doloroso, pero es ley de vida, pero una muerte por accidente o por un cáncer en una persona joven o un niño te impacta. Nos identificamos con la familia», explica.
No sólo hay dolor en las capillas ardientes. También ira. Sergi recuerda el caso de una pelea a gritos entre la novia y la ex de un joven fallecido. «He vivido momentos muy tensos. En ocasiones lo mejor es el silencio», dice.

Entre tanta tristeza de los familiares, Míriam y Sergi se quedan con un simple gracias de los deudos por la ayuda con el papeleo o por haber dulcificado la expresión en el rostro del difunto.

Antes de emprender el camino al cementerio –o al horno crematorio–, muchas familias optan por una ceremonia de despedida, que puede ser religiosa o laica. Secularis Events se dedica a organizar esas despedidas laicas, aunque a veces incluyen cánticos religiosos. María Roig, escritora y trabajadora de la Escola de Lletres, se encarga de redactar los panegíricos del finado. 

La clave es desmenuzar los datos del fallecido: sus canciones preferidas, sus aficiones, su carácter... Todo para resumir en unas pocas líneas una larga (o desgraciadamente corta) vida. «Tiene que ser un texto coherente y sensible», detalla María. 

‘Es duro, necesitas descansar’

«Es duro, muy duro. Necesitas descansar. No puedes estar mucho tiempo seguido con este trabajo. Debes combinar un carácter fuerte al tiempo que ser dulce y empatizar con las familias. Has de ponerte en su lugar», explica María.
«Cuando vuelvo a casa tras una ceremonia, necesito ir a la playa, ducharme, cambiarme de ropa y ponerme algo de colores... cargarme de energía», confiesa.

Una madre encargó una lápida para su hijo muerto en accidente: ‘Aquí está el puto amo’

El siguiente paso tras el tanatorio es el cementerio. Marta Socías, jefe de Administración, explica que en el camposanto los familiares «se dejan ir a nivel emocional. Es el punto final tras horas en el tanatorio o el hospital.  Allí tienen que estar enteros. Desde aquí se van a casa sin el difunto. Hay señoras que se han quedado viudas y se derrumban. ‘¿Qué voy a hacer ahora sin él?’, te preguntan. Intentas consolarlas recordándoles que tienen hijos, nietos...». Socías les ayuda con el inevitable papeleo. 

A pie de nicho está Carlos Hernández. Junto con sus compañeros, carga el féretro, lo sitúa en la plataforma elevadora y se encarga de inhumarlo: «Es duro, pero te acostumbras a este trabajo».

En el nicho se clavan las lápidas. Muchas son meramente informativas de quien yace en su interior. Otras son obras de arte. Y el artista que las esculpe es Pere Ibars, de Marbres Ibars.

Lleva 30 años con el escoplo en la mano. Ha habido lemas para todos los gustos. Pere rememora «a los locos del volante» (dedicado a una persona que falleció en accidente), «Dios, patria y familia» (se lo pidió un militar para su propia tumba) o «aquí está el puto amo» (de una madre a su hijo muerto en accidente). En esas tres décadas, ha habido mil historias. La más dolorosa: la de una madre que encargó la lápida para su hija que había muerto embarazada.

Esa convivencia casi diaria con la muerte deja poso. Al menos en  filosofía vital. Míriam, Sergi y María coinciden que ahora aprecian con más intensidad la vida. 

‘Valoro más la vida’

«Valoro más la vida. Nunca se sabe. No hay edad ni momento para la muerte. Hay que aprovechar el tiempo», sostiene Miriam.
«No me podía imaginar que hubiese tantos niños o jóvenes con cáncer. Por aquí –señala el tanatorio– pasamos todos. Hoy estás y mañana... Hay que aprovechar la vida», aconseja Sergi.

«Con este trabajo, aprendes a relativizar mucho las cosas. Estamos cargados de puñetas. Es mejor que te recuerden como alguien que ha dejado huella, al que han querido. Veo a gente amargada por la calle. Les diría... ‘Estamos aquí para vivir plenamente’. No podemos estar siempre pensando en la muerte, claro, pero es que la vida es un regalo», sentencia María. 

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