«¿Volver a casa sola de noche?¡Ni loca!»

Chicas jóvenes de Tarragona relatan cómo regresan a su domicilio tras una noche de fiesta. La mayoría recurre a sus padres para que las busquen y lamenta el machismo todavía latente 

05 febrero 2019 16:30 | Actualizado a 05 febrero 2019 16:34
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«Pídele a algún amigo que te acompañe». «Hazme una llamada perdida cuando llegues». «Voy contigo, que me quedo más tranquila si te veo entrar en el portal». Estas son algunas de las frases que las jóvenes acostumbran a escuchar cuando salen de fiesta y vuelven a casa de noche. Suelen ser consejos bienintencionados, pero la idea que subyace es que una mujer sola en la calle es una víctima potencial de agresiones sexuales y que, por ello, la calle –incluso esa que recorre a diario– es un territorio hostil.

Y ellas lo saben. Hablamos con un grupo de chicas de segundo de bachillerato, con edades que se encuentran entre los 17 y los 18 años. Han salido –como acostumbran a hacer cada viernes y sábado desde hace un año– y lo han pasado bien. En ningún momento de la noche se han sentido inseguras. Pero llega el momento de la despedida y de enfrentarse a la vuelta a casa. Viven en diferentes zonas de la ciudad y cada una ha de recorrer un tramo más o menos grande en soledad.

«Siempre hay algún amigo que se ofrece a acompañarme. Lo agradezco, pero me da rabia, porque luego él se va solo y no siente miedo»

¿Cómo afrontan este momento? Lo tienen claro: «Ni siquiera nos planteamos la idea de volver solas a casa por la noche. ¡Ni locas! Echamos mano de nuestros padres. Tenemos una hora para volver y cuando se acerca les llamamos para decirles dónde estamos para que vengan a recogernos». La frase es espontánea y compartida por todo el grupo. «Ninguna chica de nuestra edad vuelve sola a casa por la noche», añaden. 

El primer sentimiento es de rabia, de impotencia por vivir en una sociedad que aún conserva demasiados ribetes machistas y donde a la igualdad entre el hombre y la mujer aún le queda un largo camino por recorrer. Y se rebelan: «Porque nuestros amigos chicos no vuelven por las noches con miedo a su casa si han de hacerlo solos; ellos no piden a sus amigos que los acompañen a casa; ellos no tienen que enviar un whatsapp a sus colegas cuando cierran la puerta para decir ‘he llegado bien’; ellos no caminan mirando hacia atrás para ver si alguien les sigue por la calle; no deben soportar la insolencia ni los ‘piropos’ de un desconocido. Ni se les acelera el corazón sin remedio cuando ven que en su camino, a lo lejos, hay un grupo de hombres. No simulan oír música para que nadie les moleste, ni hablan por el móvil detallando cada paso que dan a un amigo –a veces ficticio– con el que se encontrarán en la siguiente esquina, ni se guardan las llaves entre los dedos para usarlas a modo de arma. No, esto sólo lo hacemos las chicas. Y no hay derecho», dicen.

«Mi madre me quiere comprar un spray de pimienta. Pero yo no quiero ser valiente, quiero ser libre»

Una de ellas, Isabel, asegura que «siempre algún chico del grupo de amigos se ofrece a acompañarme, aunque viva en el otro extremo de la ciudad. Yo se lo agradezco, pero también me da rabia, porque luego él se va solo pero no teme que nadie se pueda meter con él». 

La cultura del miedo
Su indignación va en aumento cuando apuntan que «nos han educado en la cultura del miedo cuando el problema no somos nosotras, sino que las agresiones se deben a que hay hombres machistas que no respetan los derechos de las mujeres y actúan con violencia», sostiene Ane. 

Las últimas noticias sobre las actuaciones de La Manada y de otros sucedáneos de estos delincuentes que han aparecido en los medios con inusitada profusión en los últimos días, unidas al ruido mediático provocado por los casos de Diana Quer y Laura Luelmo, han hecho crecer la alarma y aumentar su sensación de vulnerabilidad. No obstante, dicen que Tarragona es una ciudad bastante segura, aunque admiten que «siempre existe la posibilidad de que te salga un imbécil y te asuste».

«La solución no es que nosotras tomenos medidas, sino que se eduque a los hombres y los chicos machistas para que no ataquen a las mujeres»

Saben de lo que hablan. Isabel, una chica del grupo, ya sufrió un susto. «Iba por la calle con otra amiga y dos chicos borrachos comenzaron a seguirnos en su coche y a decirnos cosas. Al final pudimos esquivarles, pero lo pasamos realmente mal».

Lohitzune Zuloaga, socióloga experta en políticas de seguridad, confirmaba hace unos días que en las encuestas sobre inseguridad ciudadana la población femenina «expresa unos porcentajes de vulnerabilidad significativamente mayores que los varones», y que se sienten con más probabilidades de sufrir delitos como tirones de bolso, atracos, estafas y, sobre todo, agresiones sexuales. Y añade que «el miedo que sentimos las mujeres a ser víctimas de una agresión sexual grave es muy desproporcionado en comparación con las probabilidades reales que tenemos de sufrirla».

Varias de las chicas llevan en sus bolsos desodorante en spray para defenderse 

Sin embargo, no significa esto que se trate de un miedo irracional y carente de fundamento. «Las mujeres hemos sido educadas en la idea de que tenemos altas probabilidades de ser violadas y de que tenemos que estar alerta frente a la violencia que puede sufrir nuestro cuerpo y protegerlo. Esta percepción se consolida en la literatura criminal, las películas y las series de televisión, donde es habitual que las víctimas femeninas de delitos sean mujeres violadas», dice la socióloga. «Y el acoso sutil (y no tan sutil) al que las mujeres nos vemos rutinariamente expuestas interviene en nuestra percepción de que existe una amenaza real de ser agredidas». Es decir, las agresiones machistas cotidianas recuerdan a las mujeres que la noche y la calle no son suyas.

Tomar medidas
Y, ante esa probabilidad, por muy remota que sea, las mujeres se han acostumbrado a tomar medidas. También lo hacen las jóvenes de Tarragona con las que hablamos. Isabel asegura que «mi madre me quería comprar un spray de pimienta para que lo llevara en el bolso. Es que es muy exagerada; me llama cada dos minutos», bromea. Ante la frase, las demás chicas del grupo saltan como impulsadas por un resorte: «Nosotras no llevamos spray de pimienta, pero sí tenemos en el bolso en todo momento un desodorante en spray para rociar en los ojos a alguien que nos moleste», dicen al unísono Núria e Inés, satisfechas de su hallazgo. 

En ningún momento de la noche se sienten inseguras, salvo cuando toca volver  a casa

Ane, por su parte, añade que cuando va sola por la ciudad, «aunque sea de día», va escuchando música con auriculares para evitar oír los ‘piropos’ de algunos chicos con los que se cruza. También habla por el móvil, «a veces con mis padres, a veces con mis amigas, a veces incluso simulo que hay alguien al otro lado», como modo de defensa.

Sea como fuere, un estudio reciente confirma que una de cada tres jóvenes de entre 15 y 29 años tiene miedo de volver a casa sola. Las jóvenes de Tarragona con las que hablamos también lo tienen. Como solución proponen que «las medidas se dirijan a educar a los hombres y a los chicos, que es donde radica el problema. Nosotras no queremos ser valientes; queremos ser libres».

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