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    Amparo Balldellou: «Siento que he recuperado las ganas de vivir a los 91 años»

    Residente en Santa Tecla Ponent. En abril de 2020, con la pandemia del coronavirus totalmente descontrolada, ella cogió la enfermedad. Estuvo ingresada en un centro sociosanitario durante casi un año.

    06 agosto 2022 18:37 | Actualizado a 07 agosto 2022 06:30
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    Encontrar historias de superación como la de Amparo Balldellou es complicado. En abril de 2020, con la pandemia del coronavirus totalmente descontrolada, ella cogió la enfermedad. Estuvo ingresada en un centro sociosanitario durante casi un año, pero ella no es de las personas que se rinde fácilmente. Ya lo descubrirán. Superó la enfermedad y salió. Ahora vive en la Residència Santa Tecla Ponent de la Xarxa Santa Tecla, donde ha recuperado las ganas de vivir. Cuando llegó, no podía ni comer ni moverse y había perdido gran parte de los sentidos. De eso hace ya dos años. Su idea de la vida ha cambiado mucho.

    La historia de Amparo se recoge en la Memòria Anual que publicó a finales de julio la Xarxa Santa Tecla. Todas tienen que ver con superación. La de Amparo es de las que sorprenden y te hace pensar. Tiene 91 años y después de pasar el coronavirus ingresada en un hospital no tenía ganas de nada. «Esa etapa fue malísima», recuerda. Se quedó sin casi ninguno de los sentidos y también le costaba tragar. Comenta que «llegué aquí, justo después de salir del hospital, y no podía hacer nada. Ni levantar las manos para comer». Ella sentía que se le iban las ganas de vivir y estaba conforme con ello, para no dar faena a sus hijos.

    Todo cambio en la residencia. En un principio, le costó. No quería salir de la habitación, pero sus hijas le animaron a que lo hiciera. La residencia está en La Granja, barrio en el que ella y su marido vinieron con sus hijos desde Aragón. Es por eso que aquí tiene amigas, pero, como comenta, «están peor que yo». «No les funciona la cabeza y es lo peor que te puede pasar. A mí sí que me funciona y tengo muchas ganas de aprender y hacer muchas cosas». No duda en decir que «ahora, a los 91 años, he vuelto a tener ganas de vivir».

    «Cuando llegué, no podía ni moverme. Ahora tengo ganas de hacer cosas y aprender»

    Amparo pasó de no poder moverse a no parar. Se apunta a todas las actividades y dice que quiere aprender. Lo siguiente que quiere estudiar es el catalán. Su especialidad es la de coser. «Hemos hecho muchas cosas. Bolsas para dejar los juegos de mesa, cortinas y hasta 300 cojines para la residencia», detalla. También ayuda a decorarla cuando hay fiestas. En ese momento, tal y como afirma, es cuando piensa «pobre de mí, quién me lo iba a decir». Parte de la culpa de su mejora es de las psicólogas que hay. Una de ellas es Sara Pestaña, sentada a su lado. «A la mínima que hay algo que le puede costar, no es de rendirse», comenta. Entre ellas tienen la condición de que Amparo intente hacer las cosas por si sola y, cuando no pueda, la avisa. Como detalla la psicóloga, trabajar con ella da gusto por lo colaboradora que es.

    Amparo habla de ellas como si fueran sus salvavidas. «Me han ayudado mucho, porque llegué muy agobiada», comenta. Uno de los momentos donde recuerda que más la ayudaron fue cuando le compraron la silla eléctrica con la que se mueve. Al principio, estaba muy preocupada por las limitaciones que pudiera tener y porque «pensaba que iría atropellando a todo el mundo». Lejos de rendirse, una palabra que dudo que tenga Amparo en su diccionario, se fue animando con la ayuda de las psicólogas de la residencia y lo fue superando, ya que «no saber moverme con la silla me agobiaba». Ahora, la domina a la perfección.

    La superación de Amparo ya viene de más joven. También sus ganas de aprender y de mejorar. Precisamente por eso, ella, su marido y sus hijos vinieron de Monzón a Tarragona. Por trabajo y también por un mejor futuro. Tenía claro que quería que sus hijos hicieran una carrera. Ahora, está muy satisfecha de lo que consiguieron.

    Cuando llegaron a Tarragona, compraron un piso en el barrio de La Granja que actualmente aún es suyo. Su hijo mayor, comenta Amparo, no quiere venderlo ni alquilarlo por si algún día vuelve. Ella lo tiene más que claro: «No lo creo, porque estoy muy bien aquí. Tienes quien te haga las cosas, he cogido mucho cariño a la gente de la residencia y los quiero a todos». A juzgar por la sonrisa y la mirada de la psicóloga Sara Pestaña, el amor es mutuo.

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