Apotecarios de la política

Formación. El neurocijano o el ingeniero han de estudiar una carrera para poder ejercer. El político, no, y gestiona presupuestos millonarios

08 febrero 2021 18:30 | Actualizado a 09 febrero 2021 06:32
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El neurocirujano tuvo que estudiar una larga carrera para poder ejercer. El que ejerce la ingeniería industrial, también. Algo similar sucede con el que es arquitecto, abogado, notario, economista, procurador. O incluso, un mecánico o un electricista. Tienen en común que todos tuvieron que estudiar para poder tener una titulación y poder ejercer una profesión digna. Luego, por ende, para opinar de estas materias concretas, es prudente pensar que hay que tener conocimientos precisos de la materia. De no tenerlos, cualquier opinión, por respetable que sea, puede ser poco certera y quedar en el territorio de la jerga en voz alta.

Esta es la cuestión del saber. Luego está examinarse y aprobar para poder ejercer. Es algo honesto; demostrar la validez, demostrar estar preparado. Pero es algo que no sucede en la política. Uno puede ser político y ejercer de consejero, alcalde, diputado o parlamentario sin titulación habilitante alguna. Suena extraño, pero es así.

Por ende, si para ser político no hace falta titulación alguna, la cuestión de la opinión parece que puede libremente ser ejercida por cualquiera. Cualquiera puede opinar de una profesión que, para ejercerla, no hace falta titulación ni conocimientos específicos. Por ello, hoy me voy a atrever a opinar, que no hacer de politólogo, aunque sobreentiendo que el politólogo es un estudioso de la política y no un ejerciente de la misma.

En la apoteka de la política hay gente que lleva 20 años ejerciendo de aquello para lo cual ni se ha formado ni le hace falta un título. Apotecarios y alquimistas de la verborrea legislativa suministran a la ciudadanía leyes (cuantas más leyes, más se jactan de trabajar) que aprueban sin estar preparados para entender ni aplicar, y menos para reglamentar. Leyes abarrocadas que necesitan modificaciones constantes y reglamentos; uno tras otro. Leyes solapadas que regulan las mismas cosas por sitios distintos y con matices contradictorios. El orgasmo de legislar parece que va enfocado a conseguir controlar toda y cada una de las actividades humanas para poder poner las zarpas sobre ellas.

Algunos políticos, además, gestionan presupuestos multimillonarios y capitales humanos inmensos cuando en su casa no han gestionado ni el presupuesto familiar, ni tan solo su propia hucha de ahorro. Por ello, me atrevo a opinar de algo para lo cual no he sido formado, de igual modo que los políticos opinan de materias transversales que jamás dominan ni dominarán. Por ello necesitan miles de asesores, entre bambalinas que huelen a alcanfor y son más estómagos agradecidos para tener contraprestaciones al voto.

A mi modo de ver, el mundo de lo político es una macedonia de gente buscando su hueco, su momento y su público a pesar de que no hay ideas ni ideologías. Es como formar parte de un club de fútbol que compite por los premios denominados sillas y cargos, y en el que ganar la liga es dirigir o gobernar. Izquierdas, derechas y centros son solo retratos borrosos de ideologías que se han ido hace años. En cambio, han llegado nuevas formas de pensar grupales y de masas que van a tener en los próximos años sus líderes. Y es que cuando un político se cree que es eficaz e imprescindible, sus egos se convierten en una potente droga, se ha convertido en político de profesión y ya no lo sabrá dejar jamás.

Se me ocurre pensar que la política y los políticos no han pensado en los nuevos movimientos grupales que, de asociarse, pueden dar un vuelco gravemente peligroso a la propia idea o arte de la política, o a la propia democracia.

Me imagino el mundo del fútbol agrupado en un partido político, el Partido Futbolero Español (PFE) que defiende una forma de vivir asociada al fútbol donde sus seguidores tengan derechos universales sobre el uso y disfrute de este espectáculo y garantizado su acceso como derecho fundamental. O imagínense una sociedad donde ya un 30% se tatúa y el tatuaje sea entendido como una filosofía de vida, grupal, de gente con una mentalidad diferente y capaz de escribir en su propio cuerpo mensajes imborrables. Podría ser Partido de Tatuados de España (PTE). Como ideología es tan válida como hoy ser de izquierdas o de derechas. O imagínense el mundo de la función pública. El Partido de la Función Pública (PFP), con miles y miles de funcionarios agrupados en un solo partido político que defienda unos intereses grupales, lícitos por supuesto, pero tan potente como para decidir sobre todo el mundo laboral.

Imaginen por un momento todas las cargas ideológicas nuevas que nacen en el seno de una sociedad. Imagínense que son suficientemente inteligentes para disociarse de la forma tradicional de entender la política. ¿Para qué de izquierdas o derechas? ¿Alguien se cree ya que hay políticas en este sentido? Las políticas son para el pueblo el rumbo necesario para que sus reivindicaciones sean avaladas por líderes cuyo fin es tener poder y saltar a formar parte de esta nueva clase social, de la que no bajar.

Para mí, ciudadano de a pie, la apoteka de la política es hoy un laboratorio de brujos de la palabra donde se experimenta sin ciencia ni consciencia sobre las masas. Esta apoteka política es una degradación del conocimiento que nos lleva a la frontera entre ideología o tribu. Es parecido, pero no es lo mismo.

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