Fotografía en la roca

Genoveva Seydoux ha encontrado en la escalada una vía de escape que combina con su cámara

26 septiembre 2019 17:20 | Actualizado a 14 noviembre 2019 17:27
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«Cuando escalo no quiero escalar una vía. Voy donde me lleva la roca. Muchas veces empiezo una vía, luego veo una línea y me voy por allí. Lo que busco es compartir lo que hago, para que los demás sean parte de la experiencia. Así que a través de la foto establezco un diálogo gráfico de lo que yo estoy viviendo y de lo bonito que lo encuentro todo».

La vida de Genoveva Seydoux cambió a raíz de varias enfermedades. Sufre fatiga crónica, depresiones crónicas y sensibilidad química múltiple. Ella trabajaba como fotoperiodista en la ciudad con El Gràfic de Tarragona, un medio digital que daba voz a manifestaciones, concentraciones y la lucha en la calle, sobre todo durante el 15M. Además, hizo muchas exposiciones fotográficas de temas variados como la lucha por la libertad sexual, texturas naturales o París.

Nacida precisamente en la capital francesa, ha vivido en varios países -incluso en Barcelona- pero la polución de la ciudad no es compatible con su dolencia y hace cuatro años se trasladó a Marçà. Tener que llevar mascarilla para salir a la calle y pasarse el 80% de su tiempo en cama, no era calidad de vida. La ha encontrado en el entorno natural del Priorat, donde se ha recuperado y ha podido dar rienda suelta a otra afición como vía de escape, la escalada.

Genoveva llevaba veinte años sin escalar desde su época de estudiante. Pero hace pocos años le volvió a coger el gusto a la roca: «Descubrí en la montaña de la Miloquera unas paredes que daban a una riera, donde había un rellano en medio de la pared y allí hice mi primer vivac. Sin hamaca ni nada, eso era un sueño que tenía, con fotos de gente colgada de las paredes, y que pude cumplir más tarde».

Escalar es toda una aventura. El material le supone de tres a cinco petates de entre 20 y 22 kilos cada una. Mosquetones, cordinos, cintas, víveres, etc. Dos petates ya igualan el peso de nuestra fotoperiodista, por lo que cuatro ya casi doblan su peso. «Yo tengo mis enfermedades y las tengo que arrastrar. Es una de las razones por las que escalo sola, porque yo gestiono mi tiempo, sin presión. Es un esfuerzo que puedo gestionar, porque solo me tengo a mí misma a cargo, con la única responsabilidad de no matarme estando sola en la pared».

Aunque tras 11 horas en la pared se sature, ella sabe dónde están sus límites. Para Genoveva, la escalada es libertad. Por mucho que se preocupen por ella, es feliz así. Desde febrero de 2017 ha hecho expediciones, sobre todo en la Mussara, de varios días durmiendo en la hamaca colgada sobre el vacío. Calcula que en total ha dormido más de treinta días sobre el cielo: «A partir del cuarto día, entras en una rutina y yo duermo muy bien. En febrero con el frío tenía mil capas encima. Pero forma parte del juego. Por la mañana oyes un pajarillo que te da los buenos días o un búho que te dice que llega la noche. Para mí es brutal y me da mucha paz».

En su aventura reciente, se encontró los restos de una cabra devorada por los bichos, un jabalí muerto, una invasión de hormigas en la hamaca y hasta picaduras de arañas, que «estaban rabiosísimas».

«Ahora la montaña es mi escenario y fotografío lo que tengo», explica Genoveva. Si en la ciudad fotografiaba la lucha, en la montaña ha puesto su objetivo en su nuevo entorno: «Quiero captar y reflejar este sentimiento de libertad y la belleza de lo que me envuelve. Es una comunión total entre la roca, los pájaros, las lagartijas, las hormigas, los árboles, el romero, la roca... Todo esto es un elemento y yo entro por osmosis, no quiero romper nada de este equilibrio y armonía».

Este 2019 ya ha hecho una exposición con fotos de escalada en el Casal Popular Sageta de Foc, en Tarragona. También sigue haciendo un calendario con imágenes de pájaros e ilustra libros de amigos como Juan González Soto y Jordi Martí i Font. «Después de pasar 15 años sin poder salir de la cama, ahora disfruto de la vida. La gente me decía que parecía un cadáver. Por suerte, he encontrado una terapia que es lo que me funciona. No hace falta que la gente lo entienda. Es mi solución. Cada uno tiene que encontrar la que mejor le convenga».

 

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