Guardar la distancia. El periodismo es cosa de distancias. Decía el mítico Robert Capa que «si tus imágenes no son lo suficientemente buenas, es que no estás lo suficientemente cerca». Eso es obvio para una foto. Pero para un periodista, ¿qué es demasiado cerca? o ¿qué es demasiado lejos? Se ha acusado a nuestra profesión de vivir demasiado cerca del poder. El poder, ya se sabe, deslumbra, como el sol.
Guardar la distancia para mantener un punto de vista. Nada de objetivo, el periodismo objetivo no existe. Existe el periodismo riguroso.
Todo esto lo voy pensando mientras son las ocho de la mañana de un domingo (ayer) y el fotógrafo del ‘Diari’ Marc Bosch y yo vamos camino de Rocafort de Queralt. Los campos que atravesamos están desnudos aún de «la petulancia de las flores» que decía Josep Pla. Es invierno y los sarmientos de las viñas de la Conca de Barberà dibujan líneas en el espacio. La propuesta era seguir una jornada maratoniana de este corredor de fondo que tenemos por 133 president de la Generalitat, Salvador Illa. La propuesta era hacer un perfil del hombre sin pensar en lo político. Aunque dudo que eso sea posible. Me comentan que ha dormido dos horas porque la noche anterior había asistido a la entrega de los Premios Gaudí, y que –obviamente- ha salido a correr a las cinco de la mañana. Yo llevo dos cafés y con solo pensarlo me da un vahído existencial.
En Rocafort de Queralt nos esperan unas sorpresas y un alcalde, Sergi Andreu Dalmau, algo abrumado por tanta atención. La primera -confieso que no me lo esperaba- es la inmensidad de la obra de Cèsar Martinell y su primera Catedral del Vi. Una obra, el Celler Domenys, que apunta a ser uno de los proyectos culturales más potentes e interesantes que veremos por aquí. Las otras sorpresas son esas pequeñas historias que encierran a la Gran Historia. Llega el coche oficial y el president decide acercarse a un grupo de personas que le esperan con una pancarta. Son unas señoras que reclaman algo que parece sacado del siglo pasado: tener cobertura de internet. El president hace un gesto que parece decir «¿cómo? ¿esto sucede aún?» y promete resolver el problema. Se gira y mira a una de sus colaboradoras diciendo con un gesto asertivo «ojo, apunta». Apunta. El president Illa se elabora cada mañana una «to do list» (lista de cosas por hacer). Una cuartilla que lleva en el bolsillo y que es la brújula que le permite no perderse en el mar de peticiones, decisiones, conversaciones. «¿Una lista diaria?» pregunto, «diaria, por eso pudo escribir el libro de la pandemia. Lo tiene todo anotado». No me extraña, pienso. La tradición del poder por dejar testimonio escrito no es nueva, alquien puede pensar que con las nuevas tecnologías... pero no. Escribir es lo que importa. A mano. En su caso con un bolígrafo Pilot de tinta azul «no soporta escribir con otro». Lo hará hasta tres veces en tres libros de honor. Un texto largo que provoca la hilaridad de los presentes: «¿Siempre escribe tanto?» indago, «siempre, hasta la última línea», «vaya, que le pongan libros más pequeños».
La comitiva de manifestantes le espera a la salida del ayuntamiento de Rocafort de Queralt y la completan varios críos en bicicleta, patinete y gente del pueblo. El alcalde ha aprovechado también para reclamar poder tener el proyecto de una guardería en un edificio que pertenece al arzobispado. Salvador Illa atiende como si el tema fuese un secreto de la guerra fría. Pero no. Atiende porque lleva un alcalde dentro. Una vez, alcalde siempre. Esto lo decía Pierre Mauroy, antiguo primer ministro francés y alcalde de Lille, que los ministros de Francia tenían que ser alcaldes para que cuando llegaran a París no se les quitase el polvo de los zapatos. Los zapatos de Salvador Illa están gastados y tienen polvo. Zapatos de alcalde.
Decide que mejor caminemos hasta el celler que queda a poco más de un kilómetro y la comitiva se pone en marcha. El crío del patinete, el de la bicicleta, las señoras de la pancarta, el alcalde, el president, los mossos d’esquadra con pinganillo, el jefe de gabinete con aire de lord británico y servidora. Berlanga hubiese disfrutado.
En el Celler dels Domenys le esperan los consellers Òscar Ordeig y Miquel Sàmper, Lluís Roig (presidente de la Fundació Domenys), los nietos de Martinell y los arquitectos encargados del proyecto de ‘Les Tres Naus’, para iniciar un acto que representa esa alma catalana que es única. La unión del genio de un arquitecto de Valls, el cooperativismo o lo que es lo mismo espabílate o te espabilan, el homenaje familiar y un toque de nostalgia. El president me confesará más tarde que el proyecto le había sorprendido por su calidad, «te lo digo de verdad, es de los mejores que he visto. Estoy impresionado». No es para menos.
Guardar las distancias, pienso mientras volvemos a la carretera esta vez camino de Cambrils. ¿Cuál es la distancia correcta con un político? No me atrevería a decir que son todos lo mismo. Eso es una banalidad y es además peligroso. Pero sí que es cierto que cuesta encontrar miradas interesantes sobre los políticos desde los medios de comunicación. Miradas que no añadan ruido al ruido, volumen innecesario, gesticulación y poca cosa más. O, si las ha habido, yo no las he leído. Miradas más a fondo, que cuestionen. Ahora mismo, si leo las pocas entrevistas que ha concedido desde que es president creo que todos pecamos de lo mismo. Buscamos la anécdota, el adjetivo definitivo. Y hay unos cuantos: estructurado, meticuloso, ordenado, aburrido, metódico. Un rosario de adjetivos. Es cierto que nadie lo define como jocoso, bromista, divertido, improvisador, impetuoso. Nadie celebra su capacidad de decir cosas disparatadas, de tirar bombas. Es el triunfo de esa cosa tan poco atractiva como es el sentido común: Salvador Illa parece el triunfo de la normalidad. Pero, ¿es eso verdad?
Cambrils nos recibe con la amabilidad del sol de enero. Ese calorcillo que te hace levantar la vista al cielo agradecida. Los alcaldes, delegada del Govern, diputados y autoridades le esperan en perfecta formación. Es el día grande para un proyecto que provoca en más de uno un alzamiento de ceja de incredulidad pétrea. «¿Seguro? ¿No será otra tomadura de pelo?» Es difícil luchar contra los años de promesas incumplidas. «President, ¿te vas a empadronar en Tarragona?, ¿estás bucando un pied-à-terre?» le pregunto en el coche. «No, pero me vais a ver muy a menudo», «lo sabes que no nos creemos mucho las promesas, que ya estamos más que hartos de que nada se cumpla»; «lo sé, pero por eso estoy aquí. No va a volver a pasar». Veremos. Vamos camino del Ayuntamiento de Cambrils, donde volverá a firmar una página entera del libro de honor con el Pilot de tinta azul y se reunirá con el alcalde Alfredo Clúa bajo una foto de sí mismo, y nos queda aún la visita a la Comisaría de los Mossos d’Esquadra. Salvador Illa ha decidido que va a visitarlas todas, como a los alcaldes. En Barcelona, hace poco alguien «importante» me dijo pujoleja una mica. Es cierto que adopta estategias del viejo zorro. Pero no por viejas, dejan de ser eficaces.
Me comentan que está leyendo la biografía de Katalin Karikó, la bioquímica húgara que es el cerebro detrás del ARMm, la molécula de la vacuna COVID. Casi hemos olvidado que fue el ministro de la pandemia. Casi hemos olvidado la pandemia. Nadie escribe sobre ella, ni la literatura parece interesada en esos dos años. ¿Los habrá olvidado el hombre de las ruedas de prensa diarias?. En Europa la mayoría de los gestores de esos meses de pánico están fuera de la escena política, quemados en la hoguera de la presión. ¿Cuál es el secreto de este corredor de fondo? Guardar la distancia, seguro. A él también le debe costar. La calma. La compostura. Garder le cap, dicen en francés.
No conozco los secretos, ni la fórmula mágica que le mantiene impertérrito tras cinco horas de visitas, firmas de libros, estrechar manos, escuchar discursos, pronunciar discursos y re-correr kilómetros. Pero algo me dice que de solitario tiene poco. He usado como título una de mis películas preferidas: La soledad del corredor de fondo, del inglés Tony Richardson, de 1962. La película se inicia con Colin Smith (Tom Courtenay) corriendo, solo, a lo largo de un sombrío camino rural en algún lugar de la Inglaterra rural. En una breve voz en off, Colin nos dice que correr es la forma en que su familia siempre se ha enfrentado a los problemas del mundo, pero que al final, el corredor siempre está solo y alejado de los espectadores, que se queda solo para lidiar con la vida. Creo que la soledad de este corredor de fondo es menor de lo que aparenta a simple vista.Que los adjetivos que se le aplican serán solo una parte de la verdad. Que cada vez que nos acercamos más a alguien menos sabemos de él. Como del universo.
Cuando nos hemos presentado por la mañana en Rocafort de Queralt, el apretón de manos ha sido de puro ritual. Al despedirnos en Cambrils el intercambio era más cercano: «President si vuelves a venir tres veces en una semana, vamos a tener que ampliar la plantilla del Diari». Nos responde con una carcajada. ¿Habré guardado las distancias? O, ¿me habré dejajo deslumbrar por el sol del poder?