José –nombre ficticio– empezó a fumar cannabis a los nueve años, y no se dio cuenta de que era adicto hasta hace poco. Ahora tiene 26 años, pero confiesa que tiene comportamientos obsesivos desde pequeño. Lo que empezó con los videojuegos, prosiguió con la marihuana y lo ha llevado por un camino del que, por suerte, está pudiendo salir.
«Desde pequeño me interesaban los temas relacionados con las emociones fuertes», recuerda. Pero no fueron los primeros cigarrillos los que le dieron el vuelco a su vida. Tenía motivos para querer evadirse: «Me hicieron bullying durante mucho tiempo, y no sé si eso me llevó o no a la marihuana, pero lo que es seguro es que no ayudó», admite.
Tratamientos por drogodependencia del cannabis en la provincia de Tarragona
Fuente: Departament de Salut
Una vida, la de la adicción, que empezó con solo nueve años. De fumar pasó a las fiestas: «Con catorce años, vivía en Costa Rica y la primera vez que podía beber alcohol a placer quedé inconsciente». Es algo que le chocó. Con quince, se fue a vivir a Panamá, donde, casualmente, es una edad que se celebra por todo lo alto: «Eran fiestas con barra libre casi cada fin de semana», admite.
Fue una época de alcohol sin control. De quedar desmayado y desmemoriado. Una situación que a José le provocó muchos problemas y le hizo caer en depresión: «Las discusiones con mi pareja se juntaron con los exámenes de final de curso y caí en el alcohol; me bebía una botella de vodka o más cada día».
«Me bebía una botella o más de vodka cada día», José –nombre ficticio–
Confiesa que «estaba hecho una mierda» tanto físicamente como mentalmente. «Me llevaron a psiquiatras y me diagnosticaron de todo». «Yo no era consciente de mi situación y, cuando me di cuenta, ya me había cortado el brazo con una sierra en la calle y mis vecinos estaban llamando a la policía», narra.
Finalmente, no pudo hacer los exámenes de final de curso: «Me gradué porque mis profesores acordaron convalidarme la nota anual, pero yo no estaba preparado para afrontar algo como las pruebas finales», reconoce.
«Sufrí mucha presión social y quería encajar», José –nombre ficticio–
José se vio obligado a hacer un curso puente para poder irse a estudiar diseño de videojuegos a Canadá, que era lo que realmente quería: «Tenía mucha presión en casa y me marché a la de una amiga mía, que me puso la condición de que no me emborrachase». Pero el curso acabó y los fantasmas del alcohol y de la agresividad regresaron. Adiós a la estancia en casa de su amiga: «Me dijeron que no podía quedarme más y tuve que volver con mis padres».
Aterrizó en Canadá a los dieciocho y volvió al cannabis: «Cambié alcohol por marihuana; sufrí mucha presión social y quería encajar». Siguió acercándose a compañías peligrosas y se amoldó hasta acabar consumiendo cada día: «Me saqué la carrera universitaria, pero no aproveché la experiencia; mientras yo me drogaba, había compañeros con nuevos proyectos». Durante tres años, fue incapaz de encontrar trabajo y su vida se redujo a la droga.
«Me saqué la carrera, pero no aproveché la experiencia», José –nombre ficticio–
El consumo se apoderó de su existencia y una carta lo salvó: «Ya había ido a psiquiatras y les hacía la pirula», explica. Como sabían que era muy difícil hacerle entrar en razón en conversación, sus padres le enviaron un escrito en el que afirmaban conocer sus problemas de adicciones y le ofrecieron volver a España para desintoxicarse: «Dije que sí porque siempre que veía a una persona sin techo pensaba que yo acabaría así».
Desde hace más de dos años, el Centro Benavet de Tarragona se ha convertido en su vía de recuperación: «No he vuelto a consumir», afirma orgulloso y siendo un fiel reflejo de que salir del pozo es posible. «Hay un gran peligro dentro de la sociedad», sentencia sobre la normalización social que tiene una sustancia como la marihuana.
«Mientras yo me drogaba, había compañeros diseñando proyectos», José –nombre ficticio–
Consecuencias físicas y mentales
El caso de Alberto –nombre ficticio– comenzó con la mayoría de edad. Ahora tiene 27. «Empecé de fiesta, con los amigos», reconoce. Al cabo de un año, con la rotura de su relación, el consumo pasó a ser habitual y se descontroló cuando tuvo un accidente de coche y una operación de rodilla asociada: «En tres años, pasé de no fumar a hacerlo cada día».
Ha tenido etapas en las que ha intentado dejarlo, llegando a estar desde una semana hasta tres meses sin consumir, pero la adicción volvía: «Siempre con el autoengaño de ‘cuando quiera paro’». Era mentira. Porro tras porro, su vida fue ennegreciéndose: «Mi principal motivación era consumir para funcionar».
«Empecé de fiesta, poco a poco con los amigos», Alberto –nombre ficticio–
Fue insostenible hasta que también acudió al Centro Benavet. Su directora técnica y psicoterapeuta, Núria Cónsola, expone que la banalización de la marihuana está provocando que cada vez sea más consumida y, además, que se empiece antes.
Según los datos del Ministerio de Sanidad, uno de cada cinco menores entre 14 y 18 años fuma marihuana mensualmente. «Antes, los jóvenes se escondían, pero ahora ya hasta huele en la puerta del instituto», comenta Cónsola, quien añade que «como se le ha puesto el nombre de ‘droga blanda’, parece que es menos nociva».
«En tres años, pasé a consumir cada día», Alberto –nombre ficticio–
En esta línea, el Departament de Salut señala que los tratamientos por drogodependencia del cannabis han aumentado un 58,6% en los últimos cinco años en la demarcación. «Lo malo del cannabis es que la gente piensa que, como es una droga que sale de una planta, es más natural».
Un consumo excesivo, afirma Cónsola, «afecta mucho a las funciones cognitivas del cerebro», como pueden ser la atención, la memoria o la comprensión: «El THC [el principio activo responsable de la mayoría de los efectos terapéuticos y psicoactivos] te destroza a nivel cerebral». Además, tiene menos margen de mejora en la recuperación, lo que quiere decir que es muy difícil, por no decir imposible, llegar a estar igual que antes.
«Lo dejaba unas semanas, pero siempre volvía con el autoengaño de ‘cuando quiera paro’», Alberto –nombre ficticio–
La psicoterapeuta añade a la ecuación que «hasta los 25 años, el cerebro no acaba de desarrollarse, por lo que si a los 12 empiezas a intoxicarlo, no madura».
Todo ello provoca que el procesamiento de la información se ralentice y que mantener conversaciones con personas que fuman marihuana se haga complicado. «Un caso que me ha marcado es el de un chico que ni parpadeaba y al que le preguntabas ‘¿qué tal?’, y tardaba treinta segundos en contestarte que ‘bien’...», recuerda Cónsola.
«Antes, los jóvenes se escondían cuando se iban a fumar porros, pero ahora ya hasta huele a marihuana en la puerta del instituto», Núria Cónsola, psicóloga especializada en adicciones
Son los efectos de un consumo habitual y prolongado del cannabis. La directora del Centro Benavet afirma que «la adicción es la enfermedad del autoengaño» e insiste en que «quedan secuelas», algunas de las cuales irrecuperables.