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Euskadi decide hoy si acaba de pasar página de ETA con un triunfo de Bildu

El PNV confía en resistir y gobernar con el PSE, sin que el apoyo soberanista a Sánchez peligre, a la espera del 12M

20 abril 2024 21:18 | Actualizado a 21 abril 2024 07:00
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La ciudadanía vasca, con sus casi 1,8 millones de electores con derecho a voto, afronta hoy los comicios autonómicos más disputados e inciertos en años, solo comparables a los de 1986 que los socialistas ganaron en escaños a un PNV desangrado por la escisión de Eusko Alkartasuna aunque retuvo Ajuria Enea; a los de 2001, que entronizaron a Juan José Ibarretxe frente a la dupla del constitucionalismo conformada por Jaime Mayor Oreja y Nicolás Redondo Terreros en plena ofensiva de ETA; y a los de 2009 que dieron lugar al único trienio con los peneuvistas fuera del poder por el pacto PSE-PP que hizo lehendakari a Patxi López.

Las elecciones de este domingo no solo se presentan reñidas y polarizadas al extremo, sino que tienen una triple particularidad: el pulso se dirime, con tintes casi fratricidas, entre el PNV y la izquierda abertzale que hoy lidera EH Bildu. La banda etarra se disolvió definitivamente hace seis años y los dos competidores nacionalistas se han erigido en los socios más confiables en los pactos para la gobernabilidad española a los que ha fiado su suerte Pedro Sánchez.

Un escenario con esa significación, marcado por la posibilidad de que la coalición de Arnaldo Otegi consume un sorpaso histórico sin haber apostatado de la «lucha armada» y aun cuando todos los pronósticos apunten a una reedición del Gobierno de los peneuvistas con el PSE -con o sin la mayoría absoluta situada en 38 escaños-, hacía prever una campaña a cara de perro que, sin embargo, no ha sido tal.

En esa hipotensión electoral ha jugado un papel determinante el apaciguamiento de las reivindicaciones más identitarias, la recolocación de las prioridades en la gestión de los servicios públicos -la joya de la corona del autogobierno vasco y símbolo de la casi imbatibilidad del PNV- y la decisión de EH Bildu de confrontar, sí, con los de Andoni Ortuzar pero no con la ferocidad esperada del que ambiciona vencerles en una revancha cocinada a fuego lento. La coalición pretendía para su neófito candidato, Pello Otxandiano, una carrera hacia las urnas de curso rápido -»Están todos con la papeleta entre los dientes para ir a votar ya», resumía al inicio de la liza, con inquietud, un cargo peneuvista ahora más confiado-, limpia e indolora.

Casi lo logra, hasta que la negativa de Otxandiano a calificar de terrorista a ETA, la investigación reactivada a Otegi por un asesinato cometido por la banda en 1980 y el recurso a los mensajes de calculada ambigüedad sobre un pasado de violencia que no deja de llamar a la puerta resucitaron lo que no solo la izquierda abertzale buscaba sortear.

También sus principales contrincantes habían eludido ese lacerante recordatorio, comprometidos con las políticas de memoria pero persuadidos, también, de que el fantasma etarra está amortizado para la mayoría de la sociedad vasca y de que se corre el riesgo, al agitarlo, de apretar aun más las filas en torno a una izquierda abertzale vista por el electorado de los 18 a los 50 como una sigla a la que abrazar.

Es una incógnita en qué se traducirán en las urnas, si es que lo hacen, los déficits éticos que sus rivales echaron en cara a Bildu con la campaña agonizando. Pero si los electores -los ya resueltos, los indecisos que superarían el 20% y los abstencionistas que dejen de serlo- acaban premiando a Otegi y los suyos con una victoria sin precedentes, tras haber recaído en su escapismo con respecto a las responsabilidades contraídas en el pasado, se sellará el cierre del ciclo post-ETA que aún planea sobre la Euskadi de este 2024. Ese pase de página preñado de olvido del que se duelen las víctimas.

Los socialistas vascos han acabado con el ánimo arriba la campaña para el 21-A, con su cúpula convencida de que tantos ellos como el PNV aguantarán la embestida de EH Bildu y de que, en su caso, no perderán el pie de los dos dígitos -ahora tienen 10 escaños con la esperanza de que acabe siendo alguno más- y seguirán siendo determinantes para formar Gobierno. Hay voces más escépticas, dentro y fuera del partido, que aventuran sufrimiento ante una polarización extrema entre las dos familias del nacionalismo y que creen que el candidato, Eneko Andueza, se ha conducido con un desparpajo excesivo para las expectativas reales de su partido.

Con el aire a favor de las expectativas de su líder y Javier de Andrés, un candidato a lehendakari renovado con experencia institucional -fue diputado general de Álava y delegado del Gobierno- que no suscita animadversión, el PP se juega mejorar los seis escaños que obtuvo con la fallida coalición con Ciudadanos en las autonómicas de 2020. Y se tienta la ropa en un escenario incierto con múltiples variables, aunque cree tener amarrado un séptimo asiento -sería el cuarto por Álava- y sueña con el segundo en Guipúzcoa que aumentaría la recolecta a ocho parlamentarios. De Andrés se ha afanado en ‘venderse’ ante los electores como la única alternativa ante el ‘tripartito sanchista’ PNV-PSE-Bildu.

Es una incógnita en qué se traducirán los déficits éticos que sus rivales echaron en cara a Bildu
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