El preocupante auge del extremismo populista

Las elecciones celebradas este domingo en Portugal han supuesto un serio revés para los socialistas y han dado el triunfo a los conservadores de Alianza Democrática, que, no obstante, no lo tendrán fácil para gobernar.

Pero la sorpresa ha sido la eclosión de Chega, la formación de ultraderecha dirigida por el populista André Ventura, que ha multiplicado por cuatro sus resultados al cosechar un millón de votos. En este sentido, aumenta en toda Europa la preocupación por el creciente poder que van alcanzando en los diversos países las formaciones políticas de ultraderecha. Sobre todo porque pareciera lógico pensar que a los ciudadanos les gusta mucho más ser gobernados por políticos dialogantes y conciliadores que por extremistas, de derechas o de izquierdas. Sería simplista plantear el asunto en términos de irreversible alternativa: o los demócratas o la ultraderecha y el caos.

Porque uno puede ser demócrata hasta la médula, pero no sentirse identificado ni atraído por el modelo democrático que se le ofrece, sino por otro de más alta calidad democrática. Y el que tenemos en España –y en muchos países de Europa– tiene como mínimo un amplísimo margen de mejora. Por eso quizá fuera más lógico que los españoles y europeos, en un ejercicio de elemental autocrítica, empezáramos por preguntarnos qué estamos haciendo mal o dejando de hacer para que cada vez más ciudadanos hayan perdido la confianza en las opciones pretendidamente civilizadas y optado por formaciones extremas.

Vivimos tiempos de desconocida complejidad ante un incierto futuro, y una amplísima franja de ciudadanos, en especial los más desfavorecidos, está sufriendo con enorme preocupación y desesperanza. El reto tiene tan colosal dimensión que no se puede dejar en manos de unos políticos que no acaban de entender que el auge del populismo y del extremismo tiene mucho que ver con su mejorable gestión. Así, la sociedad entera tendrá que implicarse en aras de preservar la convivencia y la paz política y social.