Este pasado miércoles, con motivo de la celebración del Día de la Educación Física en la Calle, vimos a niños de cuarto de Primaria de las escuelas Saavedra y Sant Pau, ambas de Tarragona, invadir la plaza Corsini para convertirla en un espacio de juegos, en una iniciativa que pretende impulsar y reivindicar la importancia de la actividad física para preservar la salud mental.
Junto a ellos, más de 150.000 niños de toda España y sus profesores de Educación Física dieron ese día rienda suelta a su imaginación para organizar juegos, colocar porterías en las calles, correr con sus patinetes y bicicletas y organizar diferentes competiciones.
No deja de resultar tristemente irónico que haya un día al año para lo que debería ser normal y natural, que los niños jueguen en la calle. Y, sin embargo, cada vez hay más lugares en nuestros pueblos y ciudades donde lucen esos antipáticos carteles en los que se ve una pelota, o un patinete, o una bicicleta tachados con la leyenda «Prohibido jugar».
Ya lo cantaba el gran Joan Manuel Serrat en Esos locos bajitos: «Niño, deja ya de joder con la pelota. Niño, que eso no se dice, que eso no se hace, que eso no se toca...». Sí, en ese afán de querer construir smart cities, ciudades ‘y que inteligentes’, pasamos por alto que no hay nada tan inteligente como propiciar que los niños sean niños, que jueguen al aire libre, que corran, que griten, que se rían, que peguen patadas a un balón...
Pero no, ahora pensamos que lo mejor para ellos es inflarles, después de las clases del colegio, a más clases particulares –de matemáticas, de piano, de inglés...– o dejarles ante una pantalla, mientras inventamos un día al año para que prueben qué es eso de jugar un ratico en la calle. Muy triste.
