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Empoderamiento de la mujer, una revolución
en marcha

03 abril 2024 18:44 | Actualizado a 04 abril 2024 07:00
Paco Zapater
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Uno de los grandes logros de nuestro tiempo es el empoderamiento de la mujer en las últimas décadas, un movimiento moderado en las formas, pero con la potencia y profundidad propias de una revolución... que no lleva traza de detenerse hasta que la igualdad hombre-mujer sea real y efectiva.

Para tomar conciencia de la progresión de los derechos de la mujer hay que recordar de dónde venimos. En España la mujer votó por primera vez en 1933. Durante el franquismo la discriminación que sufrió fue manifiesta, como se infiere de algunas perlas sacadas de la legislación de la época. La mujer casada no podía comparecer en juicio, comprar ni vender, sin licencia marital –permiso del marido– aunque los bienes fuesen los suyos propios. El padre tenía en exclusiva la patria potestad sobre los hijos y podía darlos en adopción sin el consentimiento de la madre. Y la desigualdad se acentuaba en los llamados delitos de bragueta y pivotaba alrededor de un valor, la honra, que significaba asimetría punitiva y manga ancha para el hombre y estrecha para la mujer.

Conseguir la igualdad real es una meta de justicia histórica y global. Y el mundo funcionaría mejor, pues la mujer administra y gestiona mejor

La Constitución de 1978 prohibió cualquier tipo de discriminación por razón de sexo y a partir de ese momento el derecho evolucionó de machista y tuitivo a igualitario. Pero solo se consiguió igualdad formal. La real todavía no se ha logrado, aunque hacia allí vamos imparablemente, pues el empoderamiento de la mujer es un movimiento sísmico y transversal, en el que está implicada gran parte de la sociedad, con el movimiento feminista a la cabeza. Los movimientos #Me Too, contra el depredador Weinstein, y #Se Acabó, que retrató al impresentable Rubiales, son dos placas tectónicas de muestra. En definitiva, como dice Luis Landero, la revolución feminista, junto con Internet, son los dos grandes acontecimientos de nuestro tiempo.

Conseguir la igualdad real es una meta de justicia histórica y global. Y el mundo funcionaría mejor, pues la mujer administra y gestiona mejor, con más prudencia. Decía Rudyard Kipling que la intuición de una mujer es más precisa que la certeza de un hombre. Muhammad Yunes, economista de Bangladesh y Premio Nobel de la Paz, destinaba a las mujeres el 97% de los préstamos de su Grameen Bank. Entendía que ellas tienen una habilidad especial para gestionar recursos escasos y, si el dinero llega a las familias a través suyo, genera más beneficios que si viene de la mano de los hombres. En suma, con el timón en manos femeninas, la constante histórica de guerras y conflictos se habría reducido.

Para ese viaje a la Ítaca de la igualdad real es necesaria, en primer lugar, la conjura de la sociedad, la lucha conjunta de mujeres y hombres remando en la misma dirección. Y sin llevarla al lecho de la pareja, pues resultaría una pugna negativa o, como poco, de suma cero.

Hay que establecer políticas de discriminación positiva en favor de la mujer para compensar su histórica discriminación y el esfuerzo que la maternidad le exige

En segundo término, podría tomarse en consideración la feminización de la especie, ese concepto acuñado con indisimulada provocación por Eudald Carbonell, que en realidad significa la ruptura con el pasado asimétrico hombre/mujer, dignificando la especie a través de la transformación crítica de esa relación, de la igualdad de oportunidades, de la complementariedad y de la distribución equitativa de la carga energética entre progenitores.

En tercer lugar, se han de establecer políticas de discriminación positiva en favor de la mujer para compensar su discriminación histórica y el esfuerzo que la maternidad le exige. Nada mejor, en este sentido, que una prestación universal por crianza, como prevé la Ley de Familias que se está cocinando en el Ministerio de Derechos Sociales de Pablo Bustinduy. Sería un modo justo de retribuir el beneficio que a la sociedad le supone el nacimiento de un ser humano.

Y por último, una receta para acabar con la violencia sobre la mujer y las agresiones sexuales: escuela para educar, código penal para disuadir y reproche social para señalar con el dedo a los autores.

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