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Europa, ¡tan lejos, tan cerca!

08 mayo 2024 19:03 | Actualizado a 09 mayo 2024 07:00
Angel Gómez
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Probablemente, pocos conocen que celebramos el Día de Europa. Una conmemoración que celebra la paz y la unidad en este viejo continente, que cada 9 de mayo marca el aniversario de la conocida Declaración Schuman, en la que expuso su idea de una unidad y cooperación política entre algunos países europeos como un sentimiento único que evite conflictos bélicos entre las naciones que les une en la institución parlamentaria.

Pocos sabrán de tal aniversario, porque los europeos vivimos de espaldas a Europa, de la que poco o casi nada sabemos. Aunque en los últimos años habrá que agradecer al fugado Carles Puigdemont que eligiera Bruselas, la capital de Europa, para refugiarse y a TV3 que, gracias al huido, conecta con esta ciudad casi a diario para darnos a conocer la agenda diaria del expresident.

Coincide también que tras las elecciones catalanas tendremos un nuevo empache de europeísmo, como cada cinco años, porque el próximo 9 de junio se celebran las elecciones europeas, en las que el Parlamento Europeo acogerá a nuevos inquilinos en el llamado cementerio de elefantes. Un retiro, el exilio dorado, al que los partidos suelen enviar a políticos que, aun habiendo estado en primera línea de batalla, están quemados o comienzan a incomodar a las nuevas generaciones, pero a los que, sin embargo, se les han de agradecer favores recibidos.

Apenas hace un año tuve la oportunidad de pasar unas horas en el Parlamento Europeo. Visité la Eurocámara y los muchos despachos en los que se mueven centenares de personas que, como cargos de confianza, trabajan para los grupos de los partidos políticos. Cada parlamentario tiene su asistente que le endulza el arduo trabajo. Así, el buen sueldo y el mantenerse alejado de la presión mediática que supone la vida pública en un ayuntamiento o en un parlamento en nuestro país permite al europarlamentario un laxante placentero para seguir en la política activa.

Durante la visita a la Eurocámara fueron muchas las explicaciones. La sensación personal es que el que quiere trabajar en el Parlamento Europeo lo puede hacer, porque es mucho lo que nos queda por conocer de la institución a los casi quinientos millones de habitantes de la UE. No sé si es comparable, pero he tenido la fortuna de vivir, en un par de ocasiones, el Día de la Independencia en EEUU. Fecha que conmemora aquel 4 de julio de 1776, en la que los representantes de las trece colonias que pertenecían a Gran Bretaña firmaron la Declaración de Independencia en un documento que reconoce a Estados Unidos como una nación independiente.

Ese 4 de julio, los estadounidenses se reúnen con familiares y amigos en una jornada con barbacoas, fuegos artificiales y con la bandera de barras y estrellas en todos los tamaños y formatos imaginables. Una bandera única que, todos los días, ondea en una gran parte de las casas estadounidenses como símbolo de unidad. Un día festivo y de sentimiento lejos de la unidad que se proclama en Europa, porque en este viejo continente no se celebra nada, o casi nada, que nos recuerde que estamos de aniversario. La bandera de Europa ondea por ley y sólo en balcones o salones institucionales. Pocos conocen que las 12 estrellas que luce en su diseño representan a los pueblos de Europa en forma de círculo como símbolo de esa unión y que, aunque no representan a todos los miembros Estado, desde su nacimiento en 1955 el Consejo de Europa anima a otras naciones a usar este símbolo como una defensa de los derechos humanos básicos, así como una forma de promover una cultura europea unida e internacional. Qué lástima que no aprendamos para evitar conflictos de ese espíritu de esta Europa, ¡tan lejos, tan cerca!

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