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La dignidad no se negocia

02 diciembre 2023 20:37 | Actualizado a 03 diciembre 2023 14:00
Josep Moya-Angeler
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Doscientas personas, sólo doscientas, acudieron, hace siete años, a la llamada «secreta» de republicanos para gritar en la plaza Sant Jaume, ante Palau de la Generalitat, que Puigdemont era un traidor, un botifler y otras lindezas. Fue en el 2016. Puigdemont pretendía anunciar unas elecciones, y ante tanta presión acabó, en tres horas, anunciando una propuesta de independencia en el Parlament. Se arrugó. No era fácil, en aquellos momentos, mantener el timón en la ruta prevista. Todo lo demás es sabido y resabido. Con una aclaración: jamás se proclamó la independencia. Sólo se aprobó que el Govern lo hiciera. Y ahí quedó todo.

Mi definición del pacto entre el PSOE y los de Puigdemont es que los dos partidos se han equivocado. Error mutuo. Porque el precio que pagan es excesivo

Después de actos tan valientes como «si quieren negociar, que vengan a Bruselas», que ha sido humillante para el PSOE, Puigdemont se volvió a arrugar. Y firmó un acuerdo que es como una niebla espesa donde se adivina de todo pero no se concreta casi nada. Vamos, que como siempre desde el poder central se hacen promesas, se firman documentos y luego se incumple todo lo que parecía una segura realidad. Un buen ejemplo es el pacto de hace 14 años para traspasar Cercanías a la Generalitat, del que no se ha cumplido ni una sola coma. Mal precedente.

Mi definición de este pacto es que los dos partidos se han equivocado. Error mutuo. Porque el precio que pagan es excesivo. En efecto, al PSOE se le han encrespado muchos, demasiados «no amigos». Desde algunos obispos que se podían haber callado pues no es tema que les incumba, hasta la extrema derecha, ansiosa de salir a la calle para vociferar insultos. Desde barones de su partido hasta simpatizantes que han perdido la fe en una izquierda que, piensan ellos, ha de ser nacionalista española en lugar de federalista, como en otros países.

El conjunto de reacciones se enmarca de una clara pérdida de dignidad. Lo pactado entre socialistas y catalanistas no ha sido una negociación, sino el desmarcarse de ciertos principios que parecía inamovibles, estuviera o no equivocados unos y otros. Porque por el lado catalán, los decepcionados son legión. Se trata de los que pensaban que Catalunya iba a pugnar por un estadio superior en su camino hacia ver cumplidas sus aspiraciones.

Un buen ejemplo es el pacto de hace 14 años para traspasar Cercanías a la Generalitat, del que no se ha cumplido ni una sola coma. Mal precedente.

Por el lado socialista, el guirigay ha resultado ser inmenso porque en España, la derecha sólo aceptar ganar. Cuando lo hacen otros, es ilegal. El resultado se traducirá en una pérdida de apoyos en el PSOE y en Junts y el vergonzante espectáculo de la derecha abocada a salir a la calle y mover a los jueces porque ya no sabe qué hacer. Los ciudadanos sensatos se preguntan si esto es la democracia. Porque si lo fuera, se borran de las filas de la democracia para engrosar las filas de los acracia, una burbuja siempre tentadora. Su mensaje es simple y directo, como todos los que lanza la ciudadanía equilibrada: la dignidad no se negocia. Ortega lo dijo con otras palabras: «No es eso, no es eso». Y Llach lo cantó en el 78 con «No és això, companys». Claro y contundente. Pero los políticos van ebrios a la caza perenne de votos. ¿Qué hemos hecho los contribuyentes para merecer esto?

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