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La sucesión de los días y las noches

20 septiembre 2023 19:14 | Actualizado a 21 septiembre 2023 14:00
Martín Garrido Melero
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He vuelto una vez más. Para mí, El Cairo no es el de Menfis y las pirámides de Guiza, ni siquiera la Babilonia donde se encuentra el barrido copto y donde comenzó la ciudad musulmana, o Gezira entre los dos mundos. Para mí El Cairo es Naguib Mahfud.

Mahfud apenas salió de El Cairo, nació y vivió hasta los nueve años en un callejón del barrio islámico Khan Khalili. Y, sin embargo, como Kant, que no salió de Königsberg, construyó una filosofía universal. Sus personajes expresan el amor, el odio, el sentido de la amistad, las relaciones humanas y sobre todo el desencanto general frente a la política y hasta las ideas sociales. Incluso en sus obras de juventud, y claramente en las últimas, todo gira sobre el tiempo pasado y la búsqueda última de una razón de la existencia.

Hacerse mayor es ser consciente de que los años que te quedan, en el mejor de los casos, son muchos menos de los que ya has vivido. Yo me he ido haciendo mayor, casi sin darme cuenta, leyendo durante años a Mahfud. De pronto he visto que los años han pasado y que sus historias empiezan a ser la mías.

Hacerse mayor es ser consciente que los años que te quedan son menos de los que ya has vivido. Yo me he ido haciendo mayor leyendo durante años a Mahfud

Hacerse mayor va unido a un desencanto que en el peor de los casos puede acabar con toda posibilidad de felicidad. En una novela muy poco conocida de Mahfud (Un señor muy respetable) el personaje central termina diciendo: «Lo que más le dolía era que todo pasara por su lado sin prestarle atención: las citas, los ascensos, las jubilaciones, el amor, el matrimonio, y hasta el divorcio, los conflictos políticos y sus fugaces emblemas, la sucesión de la noche y el día... Las voces de los vendedores ambulantes anunciaban la llegada del invierno. Tal vez en su tumba nueva, bajo la luz del sol, sería feliz».

El desencanto es como si de pronto vieras la vida tal como es y los seres humanos tal como son y como siempre han sido sin tú ser consciente de ello. Ya no te pueden engañar. Se han caído todos los velos y ya nada te asombra o te es nuevo. Estás de vuelta, como algunas veces se dice, y en algunos casos de vuelta de la vuelta. En Espejos, una magistral obra, en la que van transcurriendo personajes, escribe Mahfud en boca de uno de ellos: «He llegado a la conclusión de que todos los seres humanos son unos canallas». Aunque en otra obra afirma en boca de un santo: «El mal ha cercado al hombre por todas partes. Por eso el hombre ha inventado el bien en todos los métodos».

Hacerse mayor no te hace mejor, ni siquiera más sabio, ni más fuerte. Sólo te puede hacer más tolerante contigo y con los demás. En una obra también poco conocida (El café de Qúshtumar) cuatro amigos que pasan de los setenta años se reúnen en un café y cuentan sus vidas. La traductora resume bien: «La amargura, la decepción, el nihilismo, y el absurdo desaparecen para dar paso a un sosiego, a una aceptación no resignada, sino realista, de los hechos». Mahfud pasó por varias etapas de desencanto a lo largo de su vida e incluso dejó de escribir durante una época porque no tenía nada que decir. Los Hermanos Musulmanes atentaron contra él a final del siglo pasado. En una de sus últimas obras (Ecos de Egipto. Pasajes de una vida) pone en boca de un sheij sus pensamientos más profundos: «Los más fuertes de todos son aquellos que perdonan».

Mahfud pasó por varias etapas de desencanto a lo largo de su vida e incluso dejó de escribir durante una época porque no tenía nada que decir

Dicen que Espejos toma el nombre del café Fichaoui, que solía frecuentar el escritor. No vayan, porque ahora ya no lo encontrarán y solo verán turistas. Casi al final escribe Mahfud qué es hacerse mayor: «Antes de ese día no había sentido nunca con tanta intensidad el paso del tiempo y lo que conllevaba: su carga, su esplendor, su traición, su eternidad, su huella, su arrogancia, su humildad, su sabiduría y su frivolidad».

He encontrado un café no muy lejos de su casa, que he vuelto a visitar una y otra vez. Por las noches, un señor vestido de levita toca el laúd, un joven cargado de libros intenta vender su mercancía sin que nunca pueda conseguirlo, y un señor mayor que apenas puede moverse con su bastón pide una limosna con una voz cansada que acompaña al músico. La sucesión de los días y las noches.

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