Zona de confort

Es una expresión coloquial que se utiliza cada vez más. En mi caso, la oigo muchas veces. «Me vi obligado a salir de mi zona de confort», dice la gente cuando tiene que hacer algo a lo que no está acostumbrada. Se supone que esa ‘zona de confort o comodidad’ está conformada por hábitos y conductas que ya conocemos y que ejecutamos de forma más o menos mecánica.

Para un profesor, hablar en público es algo normal. Pero para alguien que no lo hace nunca, tener que dar una pequeña charla puede hacerle salir de su zona de confort de una manera realmente preocupante y angustiosa.

Hay personas que desean salir de su zona de confort y, en cambio, hay muchas otras que lo evitan. Las segundas se sienten protegidas en el mundo que ya conocen y no tienen ganas de correr aventuras innecesarias o cambiar de hábitos. Las primeras, en general, disfrutan haciendo cosas poco habituales, corriendo riesgos y viviendo experiencias insólitas.

Ambos tipos de persona tienen derecho a hacer lo que respectivamente hacen, claro. Pero a mí me interesan más las personas que arriesgan y se aventuran. Su nivel de tolerancia al error suele ser mucho más alto, es decir, saben que para aprender y crecer tenemos que probar cosas nuevas, equivocarnos y procurar asimilar los fallos que cometemos.

En las organizaciones innovadoras, contratar gente a quien no le importa ir más allá de su zona de comodidad debería ser un mandamiento. ¿Cómo, si no, vamos a conseguir un clima donde la experimentación constante sea una realidad que nos conduzca a la innovación? ¿Cómo, si no, vamos a poder tener gente curiosa, que se formule preguntas que inviten a la exploración y a una cierta transgresión?

Los tiempos de contratar a alguien a través de su currículo ‘oficial’ han terminado. Ser ingeniero o antropóloga puede ser importante. Pero, por encima de todo, las empresas requieren de personas con habilidades apropiadas para pensar de forma creativa, desafiar los convencionalismos y atreverse a recorrer caminos que nadie ha sabido recorrer anteriormente.

¿Tienen las empresas de selección métodos innovadores para saber si una persona tiende a querer permanecer siempre en su zona de confort o, por el contrario, pugna por explorar terrenos desconocidos, equivocarse a menudo y aprender constantemente?

Hace poco di clases en una empresa de un país de América Central cuyos directivos tenían como máxima «no cometer errores». Las caras que vi cuando comenté que en una empresa que pretenda innovar con éxito hay que equivocarse mucho, eran un auténtico poema. Luego les expliqué: «es cierto que hay que evitar los errores tontos, que no aportan nada y que a veces son fruto de la falta de concentración o de la desidia. Pero hay que impulsar las equivocaciones que surgen de un espíritu curioso, explorador y experimentador. Solo así nos podemos ir aproximando a una auténtica cultura innovadora». Parece que, al final, comprendieron que hay errores y errores.

Hay que volver a leer libros de aventuras o, en su versión moderna, ver series de aventuras. Pero me temo que no hay muchas...

Catalunya recupera la actividad en el campo de la ingeniería, impulsado por los proyectos en el sector de las energías renovables y las instalaciones eléctricas. En el primer semestre de 2022 (hasta el 31 de junio) los ingenieros graduados e ingenieros técnicos industriales catalanes visaron 22.282 proyectos, muy por encima de los valores que se dieron en el primer semestre de 2019 (16.797) y de 2021 (19.102).

Franc Ponti Profesor de innovación en EADA Business School