No hay nada más político que Eurovisión
Punto de inflexión para un festival de música que, después de esta edición, ha perdido adeptos y ha ganado desconfianza

Se acabó. Hasta aquí hemos llegado. Fin de una era. Eurovisión, para mi grupo de amigos, ya es historia. Desde hace muchos años, el sábado de Eurovisión era una cita marcada en rojo en el calendario de la colla. Nos reuníamos, nos disfrazábamos, cenábamos, hacíamos porras y veíamos el festival de música por excelencia. Hablo en pasado porque el sábado, de madrugada, mis amigos -no yo- tomaron la decisión de dejar de hacerlo. Ya no volvería a repetirse este planazo que tantos buenos momentos nos había dado.
El motivo es que mis amigos se sienten estafados. Dicen que Eurovisión ha perdido la condición de festival de música y que la política, como siempre, ha entrado de lleno para cargárselo todo. Que lo que un día nació para fomentar una mayor hermandad entre los países de Europa, ahora se ha convertido en un plató de geopolítica a tiempo real.
Mis amigos no son los únicos que lo piensan. Prueba de ello es que Radio Televisión Española ha solicitado a la organizadora del festival, la UER (Unión Europea Radiodifusión), que abra un debate sobre cómo las guerras y la política afectan en el televoto. Algunos medios hablan de que otros países se sumarán a la petición en las próximas horas. Existe el miedo a que los conflictos se lleven por delante la esencia cultural y musical de la ceremonia.
Lo entiendo, pero no lo comparto. El festival de Eurovisión nació con la intención de unir los países del continente. Con el objetivo de promover la hermandad entre los europeos. ¿Qué hay más político que esto? Nada. Cuando las cosas van bien y no hay muertes por guerras, podemos cantar y bailar juntos. Y disfrazarnos y hacer porras. ¿Pero debemos hacerlo mientras uno de los participantes está llevando a cabo una cruel ofensiva militar con más de 50.000 muertos a sus espaldas? No lo sé.
Sin ninguna duda, la participación y el segundo puesto de Israel en el festival fue lo que más tensión generó. Horas antes del inicio de Eurovisión, un movimiento llamaba a apagar el televisor cuando actuara Israel. Por cierto, la represente del país del Oriente Medio, Yuval Raphael, era una superviviente del ataque de Hamas, el pasado 7 de octubre de 2023. Sigue la política.
Pese a las indicaciones, Isarel arrasó en el televoto. Trece países valoraron la actuación de Yuval Raphael con la máxima puntuación: España, Alemania, Australia, Azerbaiyán, Bélgica, Francia, Luxemburgo, Países Bajos, Portugal, Reino Unido, Suecia y Suiza. Menos mal del voto del jurado profesional, que acabó dando la victoria al contratenor austríaco-filipino, JJ. De no ser así, el año que viene el festival se hubiera llevado a cabo en Israel. No me lo quiero ni imaginar.
La 69ª edición de Eurovisión representa un antes y un después para este festival. Muchos países y muchos grupos de amigos están perdiendo la fe en él. Ha llegado la desafección tan temida por la organización. Los participantes piden repensar el formato y apostar por más medidas de transparencia que impulsen a volver a creer en él como el principal escaparate de la música europea. O quizás ha llegado el momento de resignarse y de entender que la política está presente en todo. Está en nuestro día a día, en cómo criamos a nuestros hijos, en qué comemos y en cómo morimos. ¿Quién pretende que no lo esté en un certamen donde concursan países europeos? Casi 70 años desde su creación, a Eurovisión le cae la careta y todos ya sabemos cuáles son las reglas del juego.
Y referente a mis amigos, todavía tengo un año por delante para volver a convencerles de repetir el plan eurovisivo.