Inma Monsó: «Donde no hay matices, no hay literatura»

La escritora Imma Monsó publica ‘La maestra y la Bestia’, una fantástica novela de iniciación, ambientada en un pueblo ribagorzano durante la postguerra española

Para ser una novela ambientada en el franquismo, qué forma tan curiosa de hacer que el tiempo pase en ella.

Todo está visto desde una perspectiva de mujer y desde el tiempo interno, y al pensar en esto último me acordé de Bergson. Para él, el pasado no fue, sino que es. Ese es el tiempo que cuenta. El de los relojes es una convención, pero no existe otro tiempo para el humano que el tiempo interno.

Sí, pero de pronto el covid...

A mí el tiempo del covid me gustó mucho, si se puede decir, en el sentido de recuperar ese tiempo. A pesar del aislamiento en el que vivas, acabas forzosamente siendo hijo o hija de tu tiempo. No hay otra posibilidad porque el tiempo te atrapa.

Te venga la información de donde te venga, todos nos enteramos de las mismas cosas de maneras diferentes.

De jóvenes o de pequeños el tiempo nos pasa despacio y las cosas las vivimos por primera vez sin repetir, de forma que nos quedan grabadas. O cuando una persona pierde la memoria, que lo último que queda son los primeros años, que además es muy curioso porque se pierden como un bebé que crece, pero al revés.

Severina solo hace caso de lo que queda por escrito.

Yo no soy de esa generación que describo en la novela, pero era niña en los años sesenta: todo lo fiable te venía a través de la palabra escrita. Severina confía tanto en lo escrito que se va forjando un saber libresco que luego le impide ver la realidad. A pesar de esa especie de aislamiento, ella intuye que es imprescindible ir hacia los demás, y que no hay vida si no hay vida social; va yendo hacia ese espacio público a su manera.

¿Y si unimos la idea de autosuficiencia de Severina con el erotismo que hay en la novela?

Partiendo de la revelación de la pérdida y de la finitud, de prepararse para perderlo todo y a todos, de allí se dirige hacia ese abrirse al mundo en todos los aspectos, porque es una novela de iniciación. La gran toma de conciencia es después del orgasmo en el prado, donde ella se queda aterrorizada de pensar que tal vez nunca más necesitará a nadie ni para querer ni para hablar ni para beber ni para respirar.

¿Cómo surge Severina, su carácter, su estar...?

Empecé esta novela con una imagen de mi madre muy joven llegando a ese pueblo de la Ribagorza en el que está inspirado, que es precisamente el pueblo de mi padre. Organicé esa escena que tenía en la cabeza y me di cuenta de que no podía reproducir algo así, porque pienso mucho como Flaubert, que decía lo de que Madame Bovary soy yo. Pero ese personaje de mi madre no podía interpretarlo porque era todo lo contrario a mí, y entonces Severina se puso a hacer de las suyas y ya fue otra historia.

Y la idea de la novela, ¿cómo aparece?

Cuando tienes un proyecto, todo parece que te habla de él. Entonces me ocurrió que me encontré a mi padre en la biografía de un diputado de la época agradeciéndole que le había ayudado a pasar la frontera, la montaña clandestinamente. Luego me lo encontré en un par de sitios más en una tesis sobre redes de evasión en el franquismo...

¿Cómo hemos de interpretar el sosiego de Severina frente a la exaltación de su hija?

Es por la Bestia, que apuesta por el exilio interior y por la distancia. Es una persona de vuelta de todo, que esto tiene sus pros y sus contras. Severina aprende a través de ese camino y mantiene siempre esa distancia, y ya anciana se siente distante y fatalista. Hay un cierto fatalismo de saber que todo acaba siendo lo mismo. La lucidez te desactiva bastante como activista, y para serlo tienes que ser como mínimo optimista.

¿Cómo podemos ahuyentar el edadismo?

Son caracteres y talantes. Hay quien siempre quiere apuntarse de alguna forma a la moda, y saber que está al lado de los jóvenes, y hay quien permanece más en esa acumulación de pasado. Severina, ya por naturaleza, es de ese segundo tipo de personajes. La historia no deja de ser de quien la forja: los “mass media” y los grandes acontecimientos.

¿Qué peligros presenta tener opiniones definitivas sobre las cosas?

Ahora estamos en el reino de la opinión. Vivimos mucho a través de consignas, de los medios, de las redes que te obligan a ser muy breve... Al final la consigna se queda en eso, en consigna más o menos vacía.

Por fin los anarquistas en una novela ambientada en la posguerra, sumado a una parodia sobre Sección Femenina, una desmitificación de las “hordas comunistas”.

Es una historia contra la polarización y también se reivindica el abuso de la memoria histórica: del rebuscar y del necesitar. Por ejemplo, que ahora se esté diciendo continuamente sobre la transición que fue fallida porque fue lo que fue, pues bueno, pero al menos hubo un intento de reconciliación. Donde no hay matices no hay literatura.

¿Qué interés hay en la novela por la oralidad de la escritura?

A Severina le gusta mucho la sonoridad de las lenguas porque perder una lengua es una tragedia, pero todo tiene un principio y un final. Ella es muy sensible a esa belleza y a lo que contienen de nuestro pasado y de nuestra historia propia y colectiva. La lengua tiene ecos que son muy subjetivos.

¿Cómo se consigue hacer de Franco una figura periférica en una novela sobre la posguerra?

Un régimen se sustenta por fuerza, y él ahí era perfecto. La gente después de la postguerra, harta de problemas y de cosas horribles, vivía mucho más conforme de lo que muchas veces se quiere recordar o hacer ver. La gran mayoría silenciosa se conformó. De ahí, toda una estructura, no solo el tipo este en cuestión.

¿Cómo conversa esta novela con la vida y la obra de las autoras españolas del siglo anterior?

Tengo muy presente “Nada”, de Carmen Laforet, me marcó, pero mi formación es de literatura francesa. Además, soy muy heterodoxa leyendo. Fui lectora de Proust, y esas cuestiones de la memoria, o de Thomas Bernhard, que a mí me hacía reír mucho. O esa conexión que siento con Natalia Ginzburg, la de “Las pequeñas virtudes”. La interacción que tienes con un libro siempre está viva.