Juan Vilá: «La vida es un vacío y tenemos que darle un sentido»
‘Tan difícil como raro’ es una crónica con espinas de una juventud ya perdida, continuación del ciclo autobiográfico iniciado con ‘1980’

Juan Vilá continúa con el ciclo autobiográfico iniciado con la novela 1980 y lo hace con Tan difícil como raro, una bella crónica aunque con afiladas espinas. Publicadas ambas por Anagrama, en esta segunda entrega Vilá habla de la juventud perdida, de esas amistades que se confunden con uno mismo, de los amores rotos y de los sueños que siempre se quedarán por cumplir. Tan difícil como raro es una novela de la vida y también de la muerte, con la que muchos lectores se sentirán identificados. Una hermosa prosa que, aunque transita por dolorosos abismos, no arrastra al lector hacia el vacío, sino que lo convierte en espectador de un desgarro, de una destrucción ya consumada. A pesar de que ambos libros están indisolublemente unidos, admiten una lectura independiente.
Empieza con una cita de Cormac McCarthy, fallecido recientemente.
Es muy bonita, a mí me gusta mucho. Es de No es país para viejos, que no es mi libro favorito de Cormac McCarthy, pero que define muy bien la novela porque cuando hablo de ella me gusta hablar de una celebración y en cierto sentido trata de eso, de la gratitud y de las cosas buenas que te pasan en la vida sin merecerlas. McCarthy tuvo una vida muy larga, muy intensa y deja una obra magnífica.
Habla de celebración, pero en esta novela hay mucha destrucción.
Sí, pero la novela no destruye nada. Es decir, son cosas que se destruyen solas o que la vida se encarga de destruir, por lo que uno de los propósitos de Tan difícil como raro es hacer justicia y recordar, que siempre tiene algo de celebración, por lo menos en este caso. Cuando hablo de hacer justicia, me refiero a hacérsela a personas a las que has querido mucho y que ya no están o a momentos que han sido muy importantes en tu vida y que ya han pasado. Lo que suelo decir es que escribir es una forma de seguir queriendo, en este caso a los que ya no están. Hay otras novelas mías que sí que eran muy destructivas en sí mismas, pero esta simplemente se limita a constatar una serie de hechos y a intentar, de alguna forma, celebrarlo, recordarlo, revivirlo y compartirlo con los demás, con todas aquellas personas que evidentemente no conocían ni de mi existencia ni mucho menos de la de algunos de los personajes que aparecen en ella.
¿Qué sentimientos ha sentido durante el proceso?
Ha sido una novela muy difícil de escribir en todos los sentidos. Me perdí bastantes veces escribiéndola. Y la publicación no me está trayendo nada de paz, no me refiero a que esté teniendo problemas, no en ese sentido porque las personas que importaban la entendieron muy bien e incluso la han agradecido. Pero me está revolviendo mucho. Estoy como en un estado de hipersensibilidad.

En ella habla del vacío. En un momento es agradable cuando estudia. Y luego hay otro. ¿Cómo se le muestra?
Hay muchos vacíos. La vida es un vacío y tenemos que llenarla y darle un sentido. Eso por un lado. Y, por otro, es evidente que el vacío que tienes con veinte años, cuando estás estudiando filosofía y no tienes ninguna obligación, es un vacío muy protegido, incluso lleno de privilegios, en mi caso. Entonces, es un falso vacío. Tener 20 años, estar en casa de tus padres estudiando y que te lo paguen todo. Mientras, el otro vacío es la incapacidad de encontrarle un sentido a tu vida y, aún peor, es el que siente el personaje de Ana, el sentimiento que caracteriza el Trastorno Límite de la Personalidad y en ese caso es un vacío terrible porque las personas sanas, con todas las comillas que queramos, no somos conscientes de lo que implica ese sufrimiento porque son unos niveles de vacío tremendo. Las formas que busca una persona que padece TLP de llenar ese vacío a veces son las más dolorosas y terribles. Hablamos de adicciones, de autolesiones, de cosas muy bestias que la mayoría de nosotros creo que no tenemos ni idea de qué suponen.
¿En su caso ese vacío es impotencia por no poder ayudarla?
Más que impotencia hablaría de tristeza, un sentimiento profundo de tristeza donde ese vacío se hace presente. No obstante, yo no soy una persona permanentemente triste, no creo tampoco que mi estilo sea triste y espero no escribir de forma triste. Otra cosa es que cuente cosas tristes o hable de ese proceso de destrucción. Por ejemplo, cuando hablo de que hay libros que te dan ganas de quitarte la vida, pienso en Pessoa. Y luego tenemos otros autores que son profundamente pesimistas y sin embargo, transmiten amor a la vida. Estoy pensando por ejemplo en alguien que yo leía mucho en el momento en que se desarrolla la novela que es Cioran o Schopenhauer, dos autores terriblemente pesimistas que, cuando los lees, te dan un subidón.
Ya en ‘1980’ trataba la familia, la infancia. Aquí entra en la edad adulta de forma bestial, con un suicidio.
Fue así. Pero entre esa infancia que se contaba en 1980 y el suicidio hay un periodo que son esos años de formación y de juventud y el privilegio de haber podido conocer a determinadas personas y haber podido quererlas, no solo a ellas, sino haberme sentido querido por ellas. Nadie ha estado tan cerca de mí y nadie estará tan cerca de mí como esas personas y no es porque me falte amor. Si volvemos a Cormac McCarthy, yo me siento una persona afortunada, que tengo la suficiente gente a mi alrededor que me quiere y a la que yo quiero. Pero ese tipo de relaciones que estableces cuando tienes 20 años, cuando todavía estás a medio hacer, luego cuando tienes 40 o 50 ya no las vuelves a establecer, son otro tipo de relaciones. No estamos hablando de querer más o menos, sino de una intensidad y de un llegar a confundirte con el otro, de no saber dónde empieza uno y dónde acaba el otro.
Dice que está de acuerdo con una frase de Chuck Palahniuk cuando dice que ‘Las personas traumatizadas aman a personas traumatizadas’.
Aunque acabo diciendo que, de una forma u otra, estamos traumatizados, el concepto de trauma no me gusta demasiado porque me suena victimista. Yo prefiero el concepto de tarado, de familia tarada, en el sentido normal. Es decir, 1980 no era una novela sobre cosas que pueden suceder en una familia y que pueden ser monstruosas. No era una novela de abusos sexuales, sino de nuestras pequeñas taras cotidianas. Pero también es cierto que hay determinados lugares donde los tarados se concentran y es probable que una facultad de filosofía sea uno de ellos, aunque, claro, esto ha cambiado mucho.
¿Por qué?
Ahora, estudiar filosofía mola. Yo me refiero a la Complutense, que es donde estudié y hablando con otras personas, como por ejemplo con Santiago Alba Rico, que también estudió allí, como con gente más joven, todos tenían la sensación de que la Complutense era una enorme fábrica de tarados. O por lo menos un punto de encuentro importante de tarados.
Critica las palabras y usted se dedica a ellas. ¿Qué valora más un silencio o una buena frase?
Las dos cosas. Pero también hay palabras atroces. La mentira siempre es una palabra y aquí me voy a poner filosófico.
Adelante. De hecho, leyendo el libro se nota que usted es filósofo.
La mentira, desde Aristóteles, es la falta de adecuación entre lo que se dice y la realidad. Entonces, también existe la idealización de las palabras y estas pueden ser tremendamente destructivas, pueden ser mentiras, pueden ser feas. ¿Silencio o una buena frase? Depende del momento. Pero para que haya un silencio y estar cómodo tiene que haber mucha conexión, mucha complicidad con la otra persona.
Se castiga mucho en el momento en que Ana empieza a dejar de comer. Dice que todo hombre mata a lo que más ama. También cuando habla del suicidio utiliza la palabra vergüenza.
Es difícil. Es decir, no tengo sentimiento de culpabilidad ni respecto al suicidio de Roberto ni de la enfermedad de Ana, pero es inevitable plantearte si hiciste todo bien. Creo que en el caso de Roberto, seguramente sí que lo hice, porque fue una cosa como muy repentina, muy inesperada, como se cuenta. Pero en el caso de una enfermedad, es muy difícil estar y estar permanentemente. Y es muy difícil cuando la relación se empieza a estropear, una relación que era idílica, que aparentemente era perfecta, pues seguramente fallé en muchos momentos. Si hablas con Ana te dirá que no, pero yo sé que sí que fallé en determinados momentos y que hice cosas que no debería, aunque también es inevitable. Es decir, espero no torturarme, pero sí ser consciente. Sobre todo, intento ser honesto y cuando tú estás siendo muy duro con otras personas, también lo tienes que ser contigo mismo porque si no, caes en una falta de honestidad. Hay una frase que a mí me gusta mucho de Ilegales que es: «Odia al mundo como a ti mismo». Pues eso.
¿Desdeña la salvación o está feliz de haberse salvado?
No sé si me he salvado. Esta novela me está revolviendo mucho y me está haciendo replantearme mucho mi vida actual, lo que he logrado y lo que no. Cuando escribes un libro, quieras o no, tienes que confrontar con un montón de cosas y era mucho más optimista cuando empecé a escribirlo, en marzo de 2020, o sea, pocos días antes del confinamiento, a lo que ahora mismo soy. No sé si me he salvado. De momento estoy aquí. Ni me he vuelto loco, de momento; ni me he tirado por la ventana, de momento y espero no hacerlo nunca. Y no estoy amenazando ni nada por el estilo. Citemos otra canción, una de Leño y de Rosendo, Maneras de vivir, «otros por menos han muerto». Yo he llegado a los 50 años y lo considero un logro absoluto.
Va citando canciones, pero la novela va recorrida por autores.
Por mis autores, pero también por los de los personajes. Aunque al principio no era algo que hiciera a propósito, describo a los personajes a partir de las casas en las que viven y de los libros que leen y creo que son dos cosas que nos definen bastante. Sobre todo, cuando estás hablando de los veinte años, de un entorno heredado, define mucho de dónde vienes y quién eres. De igual manera con los libros. Intento no ser nada pretencioso, pedante, pero si estás hablando de un grupo de estudiantes de filosofía, es normal definirles con arreglo a lo que leen, dice mucho de ti.
¿Es un libro para los vivos o para los muertos?
Podría darte una respuesta muy cínica y es que los muertos no compran libros.
Podría decirle que este sería un muy buen titular.
Hay un componente muy importante que uso en la trama. De hecho, la primera versión que empecé a escribir el 1 de enero de 2020 la conformaban una serie de cartas que yo le escribía a Roberto contándole cómo estaba el mundo y qué había sido de todos nosotros. Luego esas cartas se recuperan. Tan difícil como raro está escrita para vivos o muertos, para cualquiera que quiera leerla y admite las dos lecturas, por supuesto, si no, no lo hubiera publicado Anagrama.
Dice «Odio el mundo, la realidad, el dinero y las empresas». ¿Con qué se queda?
En el fondo es una mamarrachada. ¿Quién no odia el mundo, la realidad, el dinero y las empresas? También es cierto que eso te lo puedes permitir cuando tienes un determinado nivel. Cuando las empresas te hacen caso, cuando estás en el mundo bien integrado y cuando tienes dinero por lo menos para pagar la luz, un trabajo que te lo permite y estas cosas.
También lo explica. Uno se puede quejar tranquilamente cuando tiene un respaldo.
Eso es. El respaldo para ir tirando y ni el mundo ni el dinero ni la realidad te dan la espalda, Entonces, así es fácil hacerlo.