Soñar, como en los viejos tiempos

El Reus supera al Barça por 3 a 2 y fuerza el quinto partido de la semifinal, que se jugará mañana. El Palau, lleno, late como antaño

No es sólo forzarle al Barcelona el quinto partido. No es solo eso. Hay mucho más detrás. Por ejemplo, un poso de identidad necesario, la gente y el equipo han cosido una relación de amor idílica, que ha precisado de un camino largo y costoso. La flor no ha crecido en un día. Solo queda echarle un vistazo a hace unas semanas cuando, tras la clara derrota en la final de Copa ante el mismo Barça, los 400 aficionados rojinegros homenajearon a los suyos puestos en pie tras el golpe, no hubo un solo reproche. En la derrota o existe un arraigo o pocos se mantienen en el barco. Estos dos últimos días, en el templo, se ha consolidado una pasión que debe construir futuro, porque el Palau d’Esports parecía al de los viejos tiempos.

Si lo vieron Martinazzo y Zabalía seguramente les inundó la nostalgia. Quico Alabart sí lo contempló, en la tribuna, aunque con el corazón partido. Su hijo Ignacio viste de azulgrana.

El Reus le ganó el Barcelona el cuarto envite instalado en un estado de madurez asombroso. El progreso ha inundado a la escuadra, sobre todo tras la irrupción de Aragonès allá por el mes de enero. Ante la presión del todo o nada, los de Garcia creyeron en el plan, se arroparon en sus adeptos cuando necesitaron apretar los dientes y exhibieron un comportamiento colectivo fascinante. Claro que comparecen capítulos individuales a estudio; Compagno ha renovado su valor en transfermarket, Julià está para la selección y los porteros en plan reivindicativo. Sin picos de forma majestuosos y la conjunción de los astros, resulta imposible conquistarle dos de cuatro noches al Barcelona.

El duelo se pareció poco al del viernes, sobre todo en ritmo. Hubo más vértigo, un puñado de transiciones en cada área, poco respiro. Y eso lo agradecieron los telespectadores, sobre todo. Quizás los estrategas preferían más pausa, menos riesgo. Lo cierto es que el Reus robó y salió con un empuje juvenil, dispuso de situaciones para alcanzar botín, pero tomó malas decisiones en los metros de la verdad. Daba la impresión de que cuando había que acabar, sobraba un pase y cuando había que pasar, sobraba una definición. Es lo que tiene viajar a todo trapo.

Un registro preocupante; la pelota parada. Disfrutó de dos el Reus en el primer parcial, no culminó ninguna, chocó con Sergi Fernández, un auténtico frontón, sus partidos son exhibiciones de equilibrio mental bajo el arco. Ni Julià ni Marín, el recurso que se utilizó de forma eventual para la directa, le perforaron. A todo esto, un recordatorio. Los de Garcia van al quinto sin la aportación de su gran goleador, lastrado desde hace meses.

El Barça obtuvo ventaja cuando inyectó su interminable rotación. Compareció Ignacio Alabart, un actor técnicamente delicioso, capaz de inventar una maniobra malabarista para sorprender a Ballart en el primer palo. Se habían consumido 10 minutos. El primer contratiempo colocaba en el alambre la fe del Reus, que por el contrario, se sostuvo en el partido con firmeza. No pestañeó. Emitió mensajes optimistas.

Se confirmó esa postura reivindicativa en el arranque del desenlace, cuando Diego Rojas se inventó un gol imposible. De espaldas a Sergi Fernández, le cayó una bola mordida, la levantó con una mano y la convirtió en un control orientado maravilloso. Culminó a media altura, seco, sin respuesta del meta azulgrana. El chileno confirma cada día, en cada minuto que su entrenador le ofrece, que sus condiciones van mucho más allá que las de un simple complemento. Hace muchas cosas y casi todas bien.

Eso sí, el envite se definió en la pala de Checco Compagno, absolutamente incontrolable en el mano a mano. Con el Barça aculado, disparó al ángulo a los 45 minutos. Había una fatiga terrible, disparos de sudor y un entusiasmo descomunal en los hinchas. De hecho, el italiano encendió los decibelios del templo.

Esos últimos cinco minutos se transformaron en un ejercicio de supervivencia, aunque el Reus los gestionó con categoría, sobre todo cuando dispuso de la pelota. El Barça le exigió tino con una presión que fue menos, porque no sobraban las fuerzas. Se jugó a los cuatro rincones y Ballart, que realizó un segundo tiempo imponente, vivió más o menos tranquilo.

En el cinco para cuatro del grito final, Compagno sentenció desde media pista, con Sergi Fernández ya en el banco obligado por el escenario. El riesgo de acumular un actor más de pista desnudó la portería del Barcelona. Compagno no perdonó y pidió eufórico el quinto y definitivo de la serie. El que decidirá finalista el martes, en un nuevo clásico cardíaco. En todo caso, el éxito de este Reus va más allá del resultadismo. La gente ha vuelto al templo. Hay que celebrar.

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