El desafío de la soledad no deseada

La pandemia de Covid ha acelerado y agravado un problema que irá a más con el progresivo envejecimiento de la población: la soledad no deseada. La reducción del tamaño de los núcleos familiares y el individualismo que preside las nuevas formas de vida contribuyen a que este fenómeno se haya incrementado de forma sustancial en la sociedad tarraconense. Los hogares ocupados por una sola persona crecen –en solo seis años el colectivo de mayores que viven sin compañía ha aumentado un 18%, hasta llegar a los dos millones de personas, según el Instituto Nacional de Estadística–.

Y muchas de estas personas atraviesan además por traumas como la pérdida de un ser querido del que, de una u otra forma, dependían para su día a día. La aspiración de que la mejor alternativa para los mayores es seguir residiendo en sus propios domicilios mientras tengan capacidad para hacerlo ha traído consigo una derivada a la que hasta ahora no se le ha prestado demasiada atención. La soledad no deseada es un problema silencioso y velado con tantos perfiles como personas afectadas.

Son muchas las entidades y las iniciativas que tratan de paliar este problema con diferentes programas basados en el voluntariado y con un enfoque intergeneracional, un primer paso para proporcionar un poco de luz a un colectivo tan invisible como nutrido. Pero un problema de semejante calado requiere de, además de la buena voluntad de personas y entidades solidarias, la implicación del Gobierno y las comunidades autónomas.

Porque la soledad no deseada tiene solución, pero necesita de planificación. Y se trata de un asunto transversal con la suficiente trascendencia como para que las diferencias entre formaciones políticas pasen a un segundo plano. Ya es hora de que estas cuestiones que se hallan entre las preocupaciones cotidianas de los ciudadanos lleguen al radar de la política oficial. El tema no es, en absoluto, menor.

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