La emergencia climática

Como en anteriores ediciones, la falta de voluntad política de algunos países y la codicia de otros para no reparar los impactos climáticos en los menos desarrollados dejará a los negociadores de la 27 Cumbre del Clima durante el fin de semana intentando cerrar acuerdos en relación a combustibles fósiles, daños y pérdidas y adaptación y mitigación climática, en un ambiente de marcado escepticismo. Las evidencias científicas sobre las causas y efectos del calentamiento global no permiten discusión, y la humanidad se hace cada vez más consciente de su presencia en forma de catástrofes naturales, fenómenos meteorológicos extremos, pérdida de espacios naturales y especies, y riesgos para la salud humana.

Sin embargo, las principales potencias y los países productores de combustibles fósiles se muestran reacios a adoptar decisiones más drásticas cuando el consenso científico apunta a que el planeta se encuentra al borde del punto de no retorno. En gran medida, la cita se ha visto lastrada por la convulsión provocada por la guerra en Ucrania, que ha incidido en el mercado energético y sobre las cuentas públicas de los países. Pero la imposibilidad material de prescindir de combustibles cuyas emisiones sobrecalientan la atmósfera, y la inevitable contaminación global causada por los esfuerzos para frenar las agresiones de Putin, no deberían postergar la transición ecológica, y mucho menos convertir en tabú la obligada mención crítica que todo documento de consenso ha de hacer a los combustibles fósiles. Si hay alguna razón para acabar cuanto antes con la guerra en Ucrania es que el mundo regrese a la senda de París y trate de recuperar el tiempo ya perdido. Resulta imprescindible establecer compromisos que ofrezcan garantías de que la lucha contra el cambio climático es tomada en serio, superando los intereses egoístas en pro del bien común. Porque lo que está claro es que cada vez nos queda menos tiempo.

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