Mandar a la guerra a los más vulnerables

Erich Hartmann, periodista y fotógrafo de Magnum que luchó en la Segunda Guerra Mundial, acuñó una frase que sigue siendo cierta hoy en día: «La guerra es un lugar donde jóvenes que no se conocen y no se odian se matan entre sí por la decisión de viejos que se conocen y se odian, pero no se matan». Han pasado muchos años y esta aseveración, en verdad, mantiene toda su vigencia.

Porque los que montan las guerras y las observan como si de una película se tratara desde sus cómodos sillones y despachos con toda clase de lujos siguen enviando a los más vulnerables a morir en nombre de no se sabe muy bien qué.

Así lo hace Putin, que, siete meses después de invadir Ucrania y ante la escasez de tropas –por ahora se ha negado a declarar una movilización general total por temor a que una política impopular pueda resultar contraproducente para sus intereses–, se ha propuesto reclutar indigentes y personas sin techo para enviarlas al frente. Seguramente, piensa que sus vidas no valen nada. Imagino que es lo que piensan todos los poderosos que mandan a otros a la batalla. No, nadie debería ir a una guerra. La guerra siempre es mala. Siempre. Para todos. Sobre todo, para quienes no tienen más remedio que pasar por ella y sufrirla.

Y si a alguien le sirve de algo una guerra, si alguien se beneficia, es que está en el bando de los malos.

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