Simulacros que salvan vidas... si participamos
El simulacro del Plaseqta –el plan de emergencia exterior del sector químico– realizado ayer en Tarragona dejó una sensación agridulce. Aunque el 90% de la población recibió las alertas y escuchó las sirenas, muchas personas continuaron su rutina sin reaccionar, ignorando las instrucciones de confinamiento, tanto en su inicio como en su final. En las calles de Tarragona y Reus, muchos siguieron con su vida como si nada. Algunos miraban el móvil confundidos; otros preguntaban al vecino si «eso era hoy»; y no pocos turistas se miraban extrañados por los sonidos que emitían sus teléfonos y los altavoces en las calles. A pesar de los esfuerzos de Protecció Civil y del magnífico funcionamiento técnico del sistema, la participación ciudadana fue, en varios puntos, insuficiente.
La cultura de autoprotección no se construye solo con mensajes ni sirenas. Requiere implicación. Un simulacro no es un trámite ni una molestia: es un entrenamiento para salvar vidas en caso de emergencia real. En países como Japón o Chile, donde los riesgos sísmicos son habituales, los simulacros son frecuentes y la ciudadanía participa de forma ejemplar. La clave está en la conciencia colectiva: saber que el ensayo de hoy puede marcar la diferencia mañana.
Algunos se preguntan si dos simulacros al año son demasiados. Puede ser. Pero en el cuento de Pedro y el lobo, el animal feroz acababa llegando. La realidad es que vivimos en una zona con alta concentración de industria química y, sea excesivo o no confinarse sin riesgo real, hay que ejercitar la reacción adecuada ante una amenaza que, aunque poco probable, es posible. Las escuelas, como la Pere Virgili en Vilallonga del Camp, son ejemplo de buena práctica, aunque sufrieron fallos de cobertura y descoordinación en los avisos. Es cosa de Protección Civil evitarlos pero, precisamente, errores así se detectan y corrigen gracias a los simulacros. No participar solo retrasa ese aprendizaje colectivo.
Cuando suene la próxima sirena, no miremos al cielo ni al móvil con extrañeza. Confinémonos. No por obediencia ciega, sino por inteligencia colectiva. La seguridad no es solo cosa de las autoridades: empieza por cada uno de nosotros.