El thriller de Tarragona

Esta semana se han cumplido cuatro décadas de la salida al mercado de Thriller, el álbum más vendido de la historia según buena parte de las listas de éxitos. Apareció un 30 de noviembre de 1982, pocos meses después del Mundial de Naranjito, y explotó hasta alcanzar más de 50 millones de discos. A mí me pilló con 12 años y sólo recuerdo escucharlo en bucle. A posteriori, he leído que aquel fenómeno revolucionó la industria para siempre, no sólo por el talento y la personalidad de Michael Jackson –nadie podía prever los turbulentos años finales del artista–, sino por una novedosa forma de hacer marketing musical.

Es curioso echar la vista atrás desde los días del imperio de Spotify y Youtube. Recordar cómo la MTV, primer canal exclusivo de vídeos musicales, trataba de explorar por entonces el potencial del audiovisual como herramienta de promoción. Y entonces llegó Thriller y la imagen en movimiento se hizo imprescindible para acompañar a las canciones. Como en otros casos, sólo la bendita locura de algunos visionarios lo hicieron posible: si un vídeo estándar costaba por entonces 50.000 dólares, la pieza de John Landis, que era más bien un corto cinematográfico, se disparó hasta el millón, bastante más de lo que había costado producir todo el disco.

El resto es bien conocido, aunque el proyecto casi se queda en un cajón. El cantante ya empezaba con sus rarezas, y cuentan que pidió destruir el máster quince días antes del estreno porque atentaba contra sus creencias religiosas. En fin, qué se puede decir de Jackson... Si les hablo hoy sobre el aniversario del mítico disco no es tanto por él como por Luixy Toledo, un singular personaje que siempre me ha resultado conmovedor. Hace dos años, Filmin le dedicó un documental-entrevista, dirigido por David Chaumel, que se tituló El hombre que pudo salvar la vida de Michael Jackson por segunda vez.

Quizá algunos le recuerden por sus apariciones en los programas de Alfonso Arús, Gomaespuma o por algún cameo en las películas de Santiago Segura, buen amigo suyo. Siempre se le ha vinculado al universo frikie de Toni Genil, Cañita Brava y compañía. Un perfil Cárdenas, para entendernos. Luixy, en realidad Luis Valverde, nació en Talavera de la Reina hace 72 años, y compuso Exorcismo en 1966. Siempre ha defendido que envió su obra a la familia Jackson en el 69 junto a otra docena de temas. Según él, Rebbie –hermana de Michael– se la ponía como castigo cuando se portaba mal porque le daba miedo.

En 1974, Luixy volvió a enviar la canción al sello Motown, ya con Quincy Jones y Rod Temperton, productor de Thriller, por allí. Recientemente, Quincy Jones ha reconocido a regañadientes la tendencia de Michael a tomar material prestado de aquí y allá, e incluso que el tema se inspiró en una vieja maqueta de «un músico español». Hasta la BBC rodó un documental sobre la batalla legal de Luixy Toledo; sin embargo, apenas hay menciones a su posible autoría en este 40º aniversario.

No tengo un oído entrenado y ninguna noción de solfeo, pero cualquier profano puede apreciar las similitudes de Exorcismo con el megahit del último siglo. Si no la han escuchado, les invito a hacerlo. Además, la extraña coincidencia en la temática es más que sospechosa. Desde que escuché por vez primera la historia de Luis Valverde, y como modesto novelista, siempre me he preguntado cómo se debe sentir el ‘padre’ de una criatura tan famosa al que se condena de por vida al anonimato, la burla y el ninguneo. Una especie de venganza realmente cruel, como diseñada por esas fuerzas oscuras de las que habla la letra.

Quizá por influjo de una estrella como Jackson, el caso es que thriller llegó a nuestro vocabulario para quedarse. Ya es un término de uso coloquial, sobre todo en el ámbito del cine o la literatura. La Real Academia Española de la lengua lo define como una «obra cinematográfica o literaria que suscita expectación ansiosa por conocer el desenlace». A pesar de lo extendido de su uso, sigue recomendando sustituir la voz inglesa por expresiones españolas como «película o novela de suspense o, en América, de suspenso». Salvando las distancias, el ambiente preelectoral que comienza a respirarse en la ciudad mantiene ciertos componentes de un buen thriller.

Como en las buenas historias de suspense, los pesos pesados de la trama se han mantenido agazapados para emerger en toda su dimensión durante el tercer acto. Detalles y personajes que habían permanecido inadvertidos se convierten, de pronto, en los grandes protagonistas de la resolución del relato. No difiere mucho de las leyes no escritas de la gobernanza municipal: un vacío preocupante durante casi cuatro años –más agudizado en el último mandato por la pandemia– para reaparecer seis meses antes de las elecciones con una actividad frenética.

En el thriller de Tarragona, la subtrama urbanística se lleva la palma. Como si se tratase de una larga hibernación de tres años y medio, hay quien se ha despertado de pronto con melodías tan desgastadas como el proceso participativo del POUM, el grupo impulsor del Plan Integral de la Part Baixa, el nuevo carril bici hasta La Móra y otros grandes proyectos de obra civil como el nuevo Joan XXIII, la Ciutat Judicial o la Residencial para abrir boca. Tal y como indica la RAE, ya estamos ansiosos por conocer el desenlace de la función en mayo. Quién sabe si nos espera una sorpresa final de guión; hasta la fecha, el principal protagonista solo ha marcado un perfil difuso, muy parecido al de ese mal estudiante que siempre deja la preparación de los exámenes para última hora.

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