Eneas y sus vencidos

Este 2023 es un buen año para que los lectores españoles nos acerquemos a la Eneida. Para revisitarla, aquellos que ya la conozcan, y para descubrirla, aquellos a quienes todavía les cabe esa fortuna.

Lo propicia la nueva traducción que ha publicado la editorial Reino de Cordelia, a cargo de Luis T. Bonmatí, quien ha vertido los hexámetros latinos en endecasílabos castellanos. Con ello, si bien sacrifica la literalidad, contribuye a que la lectura sea más fluida y amena.

Y como la edición es bilingüe, el lector siempre puede cotejar con el original, lo que le hará advertir que el traductor se atiene con lealtad a la obra de Virgilio, de la que acierta a trasladar la plasticidad de las descripciones, la emoción de los lances, la rara hondura de las ideas y de la mirada.

Es la Eneida el relato de la epopeya de unos vencidos, los supervivientes de la destrucción de Troya, que vagan en busca de un nuevo hogar a las órdenes de Eneas, un héroe que es a la vez valeroso e inseguro.

Se siente respaldado por los dioses en su búsqueda de una nueva patria para los troyanos, pero a cada paso, mientras trata de alcanzar su destino, se pregunta lo que debe hacer, y si están justificados los males que ha de causar para llevarlo a cabo. Es, también, un troyano que no rehúsa aliarse con un griego, como lo eran quienes arrasaron su ciudad, para así imponerse a los latinos que no lo quieren en Italia.

Virgilio escribió su poema, en la estela del griego Homero, a petición de Augusto para cantar la gloria de Roma, heredera de aquellos fugitivos que finalmente lograron su propósito.

Acertó a plasmar en su epopeya y en el carácter del héroe el espíritu de un pueblo que mantiene la fe en sí mismo pero sin que ello le impida enfrentarse con un pragmatismo estoico a la adversidad: «La sola salvación del vencido es no esperar salvación alguna».

Abundan en estos tiempos los vencidos al estilo de Eneas y aquellos troyanos. Huestes y líderes más o menos desairados, que añoran el esplendor perdido de su Troya particular, y que reaccionan de maneras diversas a la contrariedad de haber sido desalojados de sus confortables muros. Los hay iracundos, los hay también arrogantes, los hay, en fin, que se niegan sin más a aceptar que no gozan del favor que antaño les dieron los dioses.

Quizá no les viniera mal acercarse a la peripecia y el talante de Eneas, que supo trocar una derrota en una conquista, y a unos parias en los artífices de la ciudad que ganaría un imperio. En fin, sólo es un poema. Pero resulta inspirador.

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