Ignorantes

¿Se puede condenar a alguien que, debiendo no serlo, es ignorante? Sí. Y la condena es vivir en su propia ignorancia. No puede ser condena más dura. Lo malo es que los hay que viven ese castigo con un sueldazo inmerecido.

Vayamos a por la ignorante más lustrada de estos días en nuestro entorno: la presidenta en funciones del Parlament, Alba Vergés, que ya lució sus ignorancias como consellera de Salut cuando soltaba barbaridades en torno a la covid, como la de no llevar mascarilla días antes de hacerla obligatoria ella misma. Vergés ha mandado no poner en el Parlament un pesebre, pero sí un árbol navideño, «como muestra de laicidad», ha argumentado.

Ignora Vergés que el árbol navideño es el símbolo de Cristo, denominado también como el Árbol de la Vida. Que la tradición venga de Alemania no tiene nada que ver con las creencias. Los suecos, luteranos hasta la médula, también tienen el árbol como símbolo navideño y religioso.

La laicidad, esa que proclama nada menos que la Constitución, está muy bien para gobernar, pero no para cargarse costumbres con siglos de historia. El Costumari de Amades habla de miles de tradiciones catalanas engarzadas con fiestas religiosas. El primer signo de no laicidad es hacer festivos los domingos (‘domingo’ es el día del Dominus, el Señor). El segundo, es celebrar la Navidad, Reyes, Semana Santa, o los patronos de Tarragona, santa Tecla, san Magí o san Pere en El Serrallo, y de las novecientas y pico de villas catalanas. La alcaldesa de Barcelona, en el colmo de la desfachatez, hizo celebrar hace un par de años la fiesta de santa Eulàlia, que había sido patrona barcelonesa hasta que fue destronada hace más de siglo y medio por la Mercé. Hizo cerrar todos los establecimientos, con sorpresa general. Por cierto, tampoco se debiera decir laicamente «adiós» o «adéu», pues es la abreviatura de «vaya usted con Dios», en catalán «amb Dèu siau».

Prescindir del sentimiento religioso que mora en muchos ciudadanos se nos antoja una barbaridad. Por otro lado, lo peor de ciertas ignorancias es que los hay que sueltan lo primero que les viene al caletre y lo consideran una genialidad. El resto de ignorantes –pues todos los humanos lo somos– tenemos cierto pudor, somos vergonzosos y tratamos de ilustrarnos cada día, pues sabemos que no hay nada más atrevido que la ignorancia y no queremos caer en el ridículo.

Alba Vergés, que está donde está por rebote –destitución de la presidenta del Parlament–, ya fue fulminada en cuanto pasó el grueso de la pandemia, pues el president Aragonés padecía con ella de vergüenza ajena. No se le augura ningún futuro.

Uno que sí tuvo futuro fue el alcalde de Barcelona, Pich i Pon, un electricista que se hizo rico y soltaba las famosas ‘picyponadas’ como «el tirano que más admiro fue Tirano de Bergerac» o «hace mucho calor esta calígula». José Santandreu, tratante de coches y patricio de Alianza Popular, también se hizo famoso con frases como «la semana próxima iré a Suiza con mi yate, aunque yo no hable suizo».

Nos reímos con estas muestras de ignorancia mezclada con arrogancia sin pensar que todos los humanos cometemos errores por desconocimiento, pero una cosa es hacerlo en privado y otra desde elevadas tribunas de representación ciudadana, porque entonces diríamos con Ortega aquello de «no es eso, no es eso» y nos inquietaría el bajo nivel de la democracia con la que se llenan tantas bocas.

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