Mal tiempo

Los últimos días nos han sacudido de una clase de violencia que se manifiesta y se reproduce como un contagio. Una forma compleja de maltrato que, en apariencia, nace dentro de los espacios de aprendizaje y cuyas víctimas son menores de edad, en su mayoría, niños y niñas, y también adolescentes.

Lo que viene llamándose bullying aúna diferentes formas de violencia, entre las que se destacan la exclusión social, la coacción, las agresiones, ya sean físicas o emocionales, o el hostigamiento, una conducta destinada a incordiar al otro. Vemos como la comunidad educativa pierde la cabeza para garantizar que esta modalidad de violencia no penetre en las aulas y genere una herida cuyo remedio es difícil. El tratamiento a esta forma de acoso merece, pienso, de un examen de otro orden, más allá de las medidas que vienen estableciéndose en los centros educativos.

En el mejor de los casos, el protocolo buscará proteger a la víctima y le dará un espacio de seguridad; se asesorará a la familia y el menor atormentado no padecerá más daños. Por otra parte, el acosador será apartado de la escena del crimen y recibirá una intervención que buscará, como último fin, retornarlo al sistema educativo de una pieza. Tras la contienda, escuelas, alumnos y familias vuelven a la normalidad y nunca más vuelve a ocurrir lo mismo, ni allí ni en ningún otro lugar. Congregados en paz viven felices para siempre...

Pensar el bullying como una expresión acotada de violencia resulta ser una intentona que, de tan inocente, me resulta vergonzosa. No quiero decir con esta afirmación que los programas de prevención y actuación contra el bullying sean algo innecesario; cuando marchan cumplen su función, detectan, interrumpen y socorren a las víctimas, redirigen a los acosadores, y previenen de nuevos brotes con gran esfuerzo.

Sin embargo, no es posible volar si el tiempo lo impide. Por muchos sistemas de seguridad que implementemos y por muchos profesionales capacitados que estén en ello, no será posible volar si la tormenta no desaparece. Cuando el mal tiempo dura demasiado es mejor volver a casa y repensar el viaje. ¿No será el ‘mal tiempo’, en realidad, la expresión de un malestar contemporáneo global y persistente? ¿Acaso el bullying no encarna hoy –en niños/as, adolescentes y jóvenes– el estrepitoso reflejo de lo que sucede en el ‘mundo de los adultos’? Estando las sociedades conectadas con todo tipo de relaciones, incluyendo las de poder, ¿no es el bullying un problema cuyas raíces se estructuran y consolidan en sistemas más amplios y por ende en los adultos?

¿Qué locura de vuelo estamos tomando cuando permitimos que nuestro futuro se acostumbre a la muerte de personas en el Mediterráneo, a la moda yankee de estimular la violencia a toda costa en países en guerra, cuyas manos también están henchidas de sangre... o a una UE narcotizada por una estupidez instalada en la nostalgia identitaria?

¿No será el bullying un problema de los adultos, otra vez, y no de los niños/as?

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