Hortalizas «feas»

Tengo un amigo que cultiva en su caserío frutas y hortalizas que cada miércoles vende en el mercado de Ordizia, en Guipúzcoa, una feria semanal basada en las transacciones directas del productor al consumidor. Sus productos, que cuida con esmero, siempre han gozado de cierto éxito entre los consumidores, aunque en estos días le he notado preocupado porque dos señoras se acercaron a su puesto y se fueron sin comprar porque sus verduras eran «feas».

Me confiesa que al principio le costó entenderlo, hasta que vio el anuncio de un supermercado cuyos lineales estaban llenos de frutas redondas, lisas y de colores brillantes, de naranjas perfectas, tomates con un acabado de 10 o lechugas que brillaban con luz propia. Estándares estéticos que nada tienen que ver con la calidad del producto ni con su sabor. Y se molesta cuando descubre que casi la mitad de la fruta que se descarta es por su aspecto. «La fruta no crece en moldes.

A veces nos olvidamos que esto es la naturaleza», se lamenta. Y explica que una naranja puede tener una protuberancia o una zanahoria ‘dos piernas’. «Pero esto no quiere decir que estén malas; pueden, incluso, ser más saludables». Y, antes de irse orgulloso de sus verduras «feas, pero frescas, buenas y de calidad», refunfuña que «así vamos, como si solo los guapos tuvieran derecho a vivir. Hay que fijarse más en la belleza interior, tanto en las frutas y las verduras como en las personas y la vida en general. Mejor nos iría». Un hombre sabio, mi amigo.

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