Jacinda Ardern se va

No es habitual –al menos, por estos lares–que un político dimita. Mucho menos, si encabeza el gobierno de su país y las encuestas le dan muchas posibilidades de volver a ser elegido.

Y ya resulta inexplicable una renuncia sin que medie un caso de corrupción o una mala gestión. Y, sin embargo, es lo que ha hecho la ya ex primera ministra neozelandesa, Jacinda Ardern, que ha dejado su cargo porque no tiene energía para continuar.

Una lástima, no en vano la mujer que en septiembre de 2017 se convirtió, con 37 años, en la dirigente más joven del mundo era una de las gobernantes más populares del planeta. No solo porque asumió la maternidad con naturalidad y acudió a la Asamblea General de la ONU con su hija de tres meses, con la que se la vio jugando minutos antes de dar su discurso. No solo porque Nueva Zelanda ha sido el Estado que mejor ha gestionado la pandemia –su tasa de muertes, 2.500, es la más baja en los países occidentales–. También por la empatía no exenta de firmeza que ha caracterizado su mandato –en los atentados de Christchurch, cuando un supremacista blanco australiano mató a tiros a 51 personas en dos mezquitas, Ardern anunció una reforma de la ley de tenencia de armas, al tiempo que compareció con un velo islámico y convirtió el dolor de la minoría musulmana en el de todo el país–. Ahora abandona la política porque siente que necesita más tiempo para estar con su familia. Muy grande, Jacinda, un ejemplo hasta el final.

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