Son personas

En este mundo cada vez más deshumanizado, nos estamos acostumbrando peligrosamente a ver cómo los inmigrantes son tratados como mercancías, y no como personas que dejan sus países de origen por una razón tan inherente a nuestra especie como buscar una vida mejor –en muchos casos, simplemente una vida–.

Las mafias se aprovechan de su angustia y se lucran metiéndolos en frágiles pateras que se hunden en el Mediterráneo, hacinándolos en remolques de camiones donde mueren asfixiados o por un mal accidente, incluso transportándolos en el interior de maletas o cajas de madera con ventilación limitada y altas temperaturas.

Sí, los traficantes de personas no tienen escrúpulos. El problema se agrava cuando son las propias autoridades las que utilizan a los migrantes como arma arrojadiza con fines políticos. Lo hemos visto en muchas ocasiones. La última, la semana pasada en Estados Unidos, paradigma de las democracias modernas, donde varios gobernadores republicanos –sobre todo los de Texas, Greg Abbott, y de Florida, Ron DeSantis– meten a los inmigrantes en autobuses y los mandan, sin tener en cuenta sus deseos ni sus lazos familiares ni opciones de empleo, a ciudades donde viven los líderes demócratas, como parte de su estrategia electoralista para criticar la política migratoria del presidente Joe Biden.

Los inmigrantes son personas, con todos sus derechos. ¿Cuándo empezaremos a tratarles como a tales?

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