Adiós, reina. Un día para la historia

Un país de tradiciones. En el Reino Unido no hay Constitución, pero hay costumbre, tradición, instituciones que tienen como nota más definitoria la duración. La Corona es una pieza clave del Estado

La plumilla

La Constitución inglesa como tal no existe y si alguien entrara en una librería para pedirla, el librero pondría cara de perplejidad. No hay Constitución, pero hay costumbre, tradición, instituciones que tienen como nota más definitoria la duración. La Corona es una pieza clave del Estado, y durante 70 largos años la Corona se ha llamado Isabel II.

Ayer titulé mi artículo «Colección de primeros ministros», al referirme a los 15 a los que la Reina encargó formar gobierno, mientras ella parecía imperturbable. Anoté: «Parece como si en Palacio se hubiera parado el reloj». El comunicado oficial de ayer decía con sublime sencillez: «The Queen died peacefully at Balmoral this afternoon».

Balmoral, donde ha fallecido, fue el castillo escocés que tantas veces le servía para descansar de su dedicación al Estado desde que tenía 25 años, o para tratar de huir de los problemas familiares, como en 1992, cuando reconoció que fue su «annus horribilis». Para una persona conservadora por naturaleza, el hecho de que tres de los cuatro matrimonios de sus hijos acabaran en divorcio no fue fácil.

La muerte de Diana, Princesa de Gales, en un túnel de París en 1997 la dejó cinco días sin capacidad de reaccionar, encerrada en Balmoral hasta que Toni Blair la convenció de que debía afrontar la realidad. Incluso la prensa la criticaba. Daily Express tituló en portada: «Where is the Queen?».

Isabel II tuvo relaciones tensas con Blair, y no se avino nada con Margaret Thatcher, a pesar de que siendo la primera mujer en Downing Street podría suponerse que ocurriera otra cosa. Tuvo en cambio excelentes relaciones con MacMillan o con Harold Wilson. No ha tenido tiempo de tratar a Lizz Truss, a quien recibió ya como último acto de servicio al Estado para encargarle la formación de gobierno.

Las ceremonias

Augusto Assía fue un periodista anglófilo cuando pocos lo eran. Admiraba la prensa de Fleet Street, se sorprendía de la existencia de cementerios para perros, del funcionamiento del Parlamento de Westminster, con su Speaker con peluca al que se dirigían los diputados con reverencial respeto, pero sobre todo admiraba la Corona. La comparaba con estos relojes de pared de la Edad Media con ornamentación superflua, como las fases de la Luna, el nombre de las constelaciones o las figurillas que desfilan como en un teatro de marionetas.

La Corona tiene para los ingleses, y para todo el mundo, el boato, la pompa, la ceremonia y seducción que parecen superfluas, pero que hacen que el Reino Unido sea tan diferente. El Brexit, al fin y al cabo, no hubiera existido sin este aprecio no del todo razonable por la identidad nacional.

‘God save the King’

«Hoy la Corona pasa, como lo ha hecho durante más de mil años, a nuestro nuevo monarca, nuestro nuevo jefe de Estado, Su Majestad el rey Carlos III», ha señalado la primera ministra Liz Truss en una declaración al país ante la residencia oficial de Downing Street.

La primera decisión del rey ha sido escoger cómo será llamado. Podía haber utilizado cualquiera de sus cuatro nombres: Carlos, Felipe, Arturo y Jorge. Escogió: Carlos III quien desde ahora será objeto de aclamación con un «God save the King» que no se oía oficialmente desde 1952, porque no había King sino Queen.

El nuevo soberano no lo será solo del Reino Unido, sino también de otros catorce países esparcidos por el mundo, desde Australia hasta Canadá, pertenecientes a la Commonwealth. Representaciones de todos ellos y de muchos más acudirán a Londres al entierro de Isabel II y a la posterior proclamación del nuevo rey cuya coronación en la Abadía de Westminster puede demorarse según costumbre. United Kingdom ha ido perdiendo sus colonias, pero conserva su glamour.

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