El oficio de mentir

La transparencia es una virtud premiada por la vida con la satisfacción de no tener nada de qué temer porque nada se oculta.

Si uno no miente, no se ha de preocupar de que lo espíen mentes retorcidas para adivinar intenciones ocultas. Hablo de mentir y no de cometer la torpeza de hablar de cosas inciertas, habitualmente por ignorancia. La transparencia es una virtud premiada por la vida con la satisfacción de no tener nada de qué temer porque nada se oculta. Ni siquiera “secretos de Estado”, que es una manera de etiquetar lo que habitualmente se llaman alcantarillas, aguas sucias y lugares donde habitan reptiles ponzoñosos. Los “fondos de reptiles” están ahí para embrutecer más y peor la vida pública, para pagar a facinerosos y a sus traiciones. Para torcer la realidad de las cosas pareciendo que nada ocurre. De acuerdo en que hay decisiones políticas que conviene proteger, pero que en condiciones normales no tienen por qué esconder intenciones inconfesables, porque toda ocultación encierra un engaño. Y conste que lo más absurdo que hemos escuchado estos días sobre espiar para conocer las certezas ocultas es que «el Gobierno es transparente, nada oculta» y a continuación ampararse en los «secretos de Estado», porque si nada se oculta no hay secretos.

El actual Estado español maneja falsas verdades y espía a quien le supone un peligro a sus intereses. No hay intereses privados por encima del Estado. Pero lo malo es que quien decide dónde están los límites del derecho de opinar e incluso organizar ideas, se cree en posesión de la llave del castillo en donde se guarece, y no está dispuesto a ceder parte de su poder.

Feo es que un tercero desvele cómo se las gasta espiando. Y más feo aún que el mismo sistema de espionaje (el CNI) acabe espiando a su propio jefe, la ministra de Defensa, y aún más: al jefe del jefe. Porque, ¿quién ha sido sino el propio CNI quien ha reconocido que éstos eran escuchados en secreto? Más aún para engrandecer las incongruencias de lo absurdo: para espiar se paga el sueldo a tres mil personas, que es la plantilla del CNI. Tres mil personas para seguir con las chapuzas de siempre y perseguir a quien no corresponde.

Este embrollo de los espionajes al Gobierno es el fruto de una torpeza múltiple que permite pensar que es una invención que no se sostiene, y que se ha puesto en marcha simplemente para acallar voces discordantes que están dispuestas a poner en un brete la actual legislatura. No soy el único que se pregunta que si presidente del Gobierno y su ministra fueron espiados hace un año, ¿por qué no se comentó entonces y dónde estaba la transparencia que pregona la portavoz del Gobierno? Si quién le espió fue un país poco amigo, ¿por qué no se dice? Si fue el propio CNI, que ya había espiado al rey Juan Carlos, ¿por qué no rodaron ni ruedan cabezas? Y si todo ello pertenece al reino de la mentira, ¿por qué hay quien urde estas operaciones tan torpes y no es arrojado fuera del poder?

Intentar ocultar la realidad de lo sucedido, si es que sucedió, es aumentar más la vocación de engaño de quien detenta el gobierno del país. Con el agravante de que pone en evidencia la escasa moral de quien se apunta a los juegos de manos, que es como decir a los juegos de opacidad, sin pensar que quien recibe los mensajes, el ciudadano de este país que, además, es contribuyente, ni es tonto ni imbécil.

Merecemos gobiernos mejores, más serios, más respetuosos con la verdad de las cosas que acontecen, sinceros y dispuestos a reconocer la realidad de sus chapuzas, sin tener que blasonar de transparente o de que no se sabe quién es M punto Rajoy. Merecemos algo mejor en la administración de nuestras cosas comunes, y no políticos de oficio que incluyan en sus atributos las malas artes del mentir. ¿O tal vez los españoles, con su abundante carga de pillastres anidando en una sociedad inestable, merecen este tipo de gobiernos? Por alguno de los puntos de este círculo vicioso habría que comenzar a defender la limpieza de las reglas del juego y tengo la convicción de que ha de ser por quien ha de dar ejemplo. Porque, entre otras cosas, incluso cobran por dar ejemplo, y no por ejercer el oficio de mentir.

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