En el alambre

Sin tiempo a lamerse las heridas, ni a regodearse en la victoria. Así ha querido Pedro Sánchez digerir la derrota sin paliativos de la izquierda en los pasados comicios municipales y autonómicos. Con la actitud funambulesca a la que nos tiene acostumbrados, se dirige al más difícil todavía, como si de un último truco circense se tratara. Pero no, no es ningún truco. Se juega la supervivencia y sabe que su única posibilidad pasa por afrontar ahora el embate a tumba abierta en vez de languidecer hasta diciembre.

Por su parte, al espacio a la izquierda del PSOE le toca redoblar la apuesta. El movimiento Sumar afronta el reto de aglutinar una quincena de fuerzas y armar con ellas una candidatura en apenas unos días. Yolanda Díaz y sus allegados aceptan el reto. Si bien la potestad de convocar elecciones es exclusiva de la presidencia, desde Sumar también saben que adelantar los comicios puede ser la única opción de sobrevivir a la ola reaccionaria.

Al fin y al cabo, los resultados electorales han supuesto un nuevo golpe de realidad a la pluralidad de partidos que Sumar aspira a aunar. Medidas sus fuerzas en la enésima lucha fratricida, las conclusiones vuelven a ser las mismas: o se busca una unidad sincera que transcienda la suma de las partes, o nos encaminamos sin remedio a una derrota final que dé paso a una legislatura ominosa.

Ante esta tesitura no queda otra que hacer de la necesidad virtud. Si bien la construcción de Sumar como sujeto político quería hacerse a fuego más lento, el nuevo marco temporal evitará que se siga demorando la necesidad de afrontar la cainita tarea de soltar lastre.

No va a ser fácil, ya que el tiempo apremia. Pero gestos como el del Ministro Garzón abren camino. Su generosidad para echarse a un lado es la que permite abrir paso a nuevos referentes que puedan generar un nuevo marco cultural de progreso y transformación que dispute la hegemonía al de la derecha reaccionaria.

Es exactamente la misma generosidad que supo tener Pablo Iglesias cuando dejó la política institucional al considerar que «ya no sumaba» y que no quería ser «un tapón para una renovación de liderazgos que se tenía que producir». No fue una decisión tomada bajo un criterio de justicia. Tal vez pensara que no lo merecía. Pero fue una decisión meditada con inteligencia y generosidad para ser útil al espacio político que representaba.

Acabado el ciclo que abrió el 15M, conviene encontrar nuevos significantes capaces de generar certidumbres y devolver la ilusión a una ciudadanía hastiada de la crispación ejercida desde todas las partes del tablero político.

Ha llegado el momento de emprender los retos del país con coraje y resolución. Sin evidenciar temor y con la predisposición a aceptar los resultados hasta las últimas consecuencias. A sabiendas de que todo está por hacer y de que las victorias conseguidas en el pasado no serán más que un recuerdo del ayer si no somos capaces de dar lo mejor que llevamos dentro. Con la generosidad del que quiere darlo todo y sin esperar nada a cambio.

«La perfeccion se logra al fin, no cuando no hay nada que agregar, sino cuando ya no hay nada que obtener».

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