La guerra sostenible

La Primera Guerra Mundial no tenía nazis, pero fue lo peor, si alguna guerra puede ser peor que otra. Por ‘Arriba y abajo’ supimos que el soldado que no volvía muerto, volvía pirado, como el lacayo Edward. Y como no tenía ni nazis ni japoneses, la Primera Guerra Mundial tiene menos películas. La que se ha estrenado en Netflix es la tercera adaptación de ‘Sin novedad en el frente’. Nos repiten la cantinela de que es antibelicista, como lo fue la novela de Erich María Remarque que los nazis consideraron antipatriota (por eso se tuvo que ir a Estados Unidos). Tan antibelicista como ‘Senderos de gloria’, ‘Galipoli’ o la más reciente ‘1917’. ¿Quién va a querer una guerra viendo esas cosas? Las trincheras, el barro, las ratas, el hambre... la guerra, en fin.

Cuando no lo habían vivido, los jóvenes patriotas estaban deseando alistarse. Como el ingenuo Paul al principio y el Paul destrozado tras una guerra infame. Y la enorme distancia entre políticos o altos mandos y los soldados rasos. Pero ese Paul no se ha convertido en una alimaña y acaba ayudando a un recluta. Hay cierta esperanza en las personas. En algunas personas.

Llega el nuevo con su uniforme sin gastar. Al principio hay unas escenas fascinantes sobre la reutilización de la ropa. Cómo se les quita a los muertos, se lava, se cose y se vuelve a usar. ¡La famosa sostenibilidad! En la Gran Guerra. Ríete de Ecoalf, Patagonia o cualquier apóstol de esas cosas y causas.

Dicen los expertos que el problema no está en el proceso de producción, sino en el número de puestas. Que la única ropa sostenible es la que no se fabrica. La Gran Guerra fue una guerra muy sostenible. Para ti la perra gorda y la sostenibilidad.

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