Armas en Estados Unidos el debate no es prohibirlas sino regularlas

El precedente. Joe Biden pide al Congreso «legislación de sentido común». El caso de Australia en la década de 1990 es un ejemplo que podría dar luz a un debate polarizado

La mirada

El debate sobre las armas en Estados Unidos ha vuelto a golpe de masacres. En los últimos días, nuevos tiroteos han recordado a los estadounidenses que tienen un problema, que con frecuencia –y por la constancia con la que se producen– es probable que se desvanezca hasta que se vuela a producir otra masacre. Los que llevamos años en este país y hemos vivido muchas, ya no nos sorprende aunque pueda producirnos tristeza.

El debate para una posible solución está demasiado politizado y simplificado, y cualquier intento de aprobar legislación «de sentido común», en palabras del presidente Joe Biden, es infructuoso. En mi opinión, todo radica en el maximalismo –hoy muy habitual en los debates sobre cualquier tema controvertido– de que de lo que se trata es de prohibir o no las armas. Y ese no es el debate. Ni siquiera la mayoría de ciudadanos que están pidiendo cambios en la legislación defiende esta opción para Estados Unidos, pero durante muchos años, los lobbies de las armas han conseguido que ese sea el debate.

La Constitución de Estados Unidos, en su famosa Segunda Enmienda, habla de la necesidad de «una milicia bien ordenada para la seguridad de un Estado Libre», y concluye asegurando que «no se violará el derecho del pueblo a poseer y portar armas».

Como en toda buena Constitución, el texto es lo suficientemente genérico como para que pueda ser interpretado dejando la esencia intacta. La Enmienda no es absoluta, y abre la puerta a la interpretación para que los legisladores puedan regular.

Las «milicias», en 1791, jugaron un papel fundamental en la victoria contra los británicos por la Independencia. La guerra terminó unos años antes y los redactores de la Carta Magna quisieron asegurar una buena defensa en caso de agresión externa.

La Segunda Enmienda da espacio para que los dos bandos –los que quieren control y los que no– puedan tener argumentos: los defensores de las armas se fijan en el fragmento «el derecho del pueblo a poseer y portar armas», y creen inconstitucional toda regulación prohibitiva o restrictiva.

Los que quieren más regulación se enfocan en la primera parte del texto que habla de «una milicia bien ordenada», y creen que ahí radica, no el derecho individual a poseer armas, sino un derecho colectivo a la defensa que garantiza el Estado y, por lo tanto, mientras el país y sus ciudadanos tengan garantizada su defensa, regular las armas no es inconstitucional.

Los únicos que pueden salir de ese embrollo son los legisladores. Es el Congreso el que puede establecer una norma para todo el país, pero mientras exista la polarización política, los lobbies –particularmente la Asociación Nacional del Rifle– y el tema de las armas siga siendo un tema de campaña electoral (con argumentos simplistas e interesados), el riesgo seguirá siendo real.

A finales de la década de 1990, Australia abordó su propio problema de violencia con armas al incautar unas 650.000 armas de fuego de propiedad privada, uno de los programas obligatorios de recompra de armas más grandes de la historia reciente. En los siete años posteriores al establecimiento del programa, la tasa promedio de suicidios con armas en Australia cayó un 57 por ciento y la tasa promedio de homicidios con armas disminuyó un 42 por ciento.

El llamado Acuerdo Nacional de Armas de Fuego en Australia restringió drásticamente la propiedad legal de armas de fuego, estableció un registro de todas las armas que se poseían en el país, exigió un permiso para todas las nuevas compras de armas de fuego y prohibió ciertos tipos de armas, como rifles automáticos y semiautomáticos.

Desde 1996, Australia solo ha tenido dos tiroteos masivos. ¡Dos! Estados Unidos solo este año ha tenido más de 200; y en esos dos tiroteos en Australia, hubo cuatro personas implicadas por un tirador, no diez, veinte o cincuenta.

Es cierto que Australia y Estados Unidos tienen diferencias políticas y culturales, pero cuando una determinada cultura o política tiene estos datos dramáticos, como los que hoy tiene Estados Unidos, hay algo que debe cambiar. No vale la excusa de que el derecho a las armas es parte del «excepcionalismo estadounidense», como dijo el senador republicano Ted Cruz. Estoy seguro que ese no era el «excepcionalismo» en el que pensaron los padres fundadores de esa nación.

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