¡Qué bueno caminar contigo!

La juventud es un periodo de la existencia en el que merece la pena proponerse metas altas

Una leyenda africana cuenta que un granjero se encontró con un aguilucho recién nacido. Lo llevó a su granja y lo puso entre las gallinas, donde creció y se comportaba como ellas picoteando maíz y brincando. Un día el buen hombre pensó que un águila estaba destinada a vuelos mayores y decidió ponerla en libertad, pero el ave no se movía. Al fin la llevó a la cima de una montaña y allí la empujó, y entonces sí que voló, alcanzó gran altura y se perdió por el horizonte mientras sus alas brillaban al sol.

Me parece una narración bonita aplicable a lo que podría ser la vocación, tema que propongo tratar en esta Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones. Sí, hemos de rezar por ellas y colaborar para que ninguna se frustre por falta de medios.

Surgirán las vocaciones, en cualquier parte del mundo, en el seno de las familias generosas, si se educa a los hijos en la importancia de no conformarse con volar corto, como hacía aquella águila, sino en volar alto, buscando el sol del amor a Dios que da calor a nuestro corazón y a todos los que tenemos alrededor.

El lema de la Jornada, que la Iglesia celebra cada cuarto Domingo de Pascua y que este año coincide con la Jornada de Vocaciones Nativas, es «¡Qué bueno caminar contigo!». Es una alusión a la alegría y paz interior que llega con la entrega, y a la idea de que la vocación no se consume en sí misma, sino que es para los demás. Caminar con otros, mostrarles en nuestras acciones y solidaridad el rostro amable de Dios.

La juventud es un periodo de la existencia en el que merece la pena proponerse metas altas. Actualmente hay la tendencia a pensar que no hay que asumir compromisos definitivos; mucha gente actúa como si la vida fuera una sucesión de contratos temporales. Rehúyen comprometerse incluso en el matrimonio, para toda la vida, o tienen miedo de entregarse a Dios como sacerdotes o religiosos por si después no fueran suficientemente felices.

El compromiso y la fidelidad son, en cambio, y tenemos muchas experiencias de nuestros mayores, lo mejor que a un hombre o a una mujer les ha ocurrido. Si confiamos nuestros planes a Dios, evitaremos el fracaso que muchas veces procede del cálculo egoísta. Nuestra alegría está asegurada si confiamos nuestras vidas a Dios, y con ella, la de muchas personas a nuestro alrededor.

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