Treinta años en la URV

Año 1992. No solo fue clave por los Juegos Olímpicos y la Expo de Sevilla, sino también porque más de cien alumnos inauguramos los estudios de Derecho en la nueva Universidad Rovira i Virgili en Tarragona. Aquello nos permitió obtener la mejor formación jurídica sin necesidad de que nosotros o nuestras familias tuviesen que asumir los costes de estudiar lejos de casa.

Aquellos primeros años se caracterizaron por la fuerte voluntad y el ingente esfuerzo y vocación de un grupo de profesores desplazados sobre todo desde Barcelona que orientaron a la Facultad desde una vertiente académica y de investigación, algunos de los cuales, lamentablemente, ya no se encuentran entre nosotros, pero cuyas enseñanzas perduran (M. Ruiz, M. Caminal, JM. Gay). Los resultados fueron excelentes y, desde entonces, cientos de profesionales jurídicos (jueces, notarios, registradores, abogados, diplomáticos, fiscales, funcionarios, etc.) están ayudando al desarrollo y progreso de nuestro territorio y, de hecho, de cualquier parte del planeta.

La primera promoción salimos en 1996 y algunos de nosotros decidimos quedarnos como becarios de investigación, a cargo de alguno de los profesores más consolidados. La carrera universitaria es larga y el tema que acordé desarrollar con mi director, el Dr. del Pozo, el del mercado hipotecario, se me antojó entonces algo ajeno y lejano. No lo fue tanto. Mi investigación me llevó a Münster, Oxford, Berlín, Friburgo y Cambridge, lo que me posibilitó comprender el alcance internacional que para la economía y la vivienda podía tener el marco regulatorio deficiente en esa materia. Hasta que, tras defender mi tesis doctoral, publiqué mi segundo libro en 2004, donde ya advertí del inminente colapso del mercado hipotecario, que llegaría solo tres años más tarde.

Presagiando las consecuencias de la crisis financiera mundial de 2007 que estaban a punto de venir (por lo que fui catalogado entonces de «catastrofista»), llamé la atención sobre las malas prácticas bancarias y de las agencias de calificación, contándoselo directamente a sus protagonistas, sin reacción alguna; eran los años de la negación de la crisis y de los «brotes verdes».

Decidí, tras mi examen de catedrático en 2010, que debía marchar a Estados Unidos (Universidad de Duke) para ver cómo estaban resolviendo aquel desaguisado y ver si podíamos aprender algo. Allí, comencé a escribir la obra ‘Los años de la crisis de la vivienda’ (Tirant lo Blanch, 2020) a la que dediqué ocho años, y donde explico profusamente cómo pudo iniciarse aquella crisis (que persiste hasta nuestros días), cómo llegó a nuestro país y qué hemos hecho en política de vivienda desde entonces y si ha funcionado.

Y también de Duke me traje la idea de la necesidad de crear un centro de investigación especializado sobre vivienda, una materia que se había revelado como muy compleja, especialmente tras comprobar a mi regreso que a los tiburones de las finanzas les daba igual lo que habían provocado y querían seguir haciendo lo mismo. Y así, con el apoyo del rector Dr. Grau y de diversas instituciones públicas y privadas, nació la Cátedra de vivienda en 2013, que fue reconocida por la UNESCO en 2017, primera en el mundo sobre esta materia.

Cada vez que un medio me preguntaba sobre el porqué de la Cátedra, le transmitía que había sido posible porque estábamos en una Universidad joven y dinámica sin las cargas de otras universidades clásicas a las que les cuesta más innovar. Y la Cátedra nos ha permitido estudiar soluciones a temas tan dispares como los desahucios y el sinhogarismo, el blockchain, la vivienda social y los derechos humanos o los profesionales inmobiliarios. Nuestras propuestas han acabado reflejadas en diversas leyes y en informes para la Comisión y el Parlamento europeos y nuestros doctorados están trabajando ya en cuatro países.

Llega una nueva generación de responsables a la Cátedra de vivienda y mi preocupación como investigador ahora es averiguar, desde una perspectiva mayor, cómo desde la Universidad puede hacerse frente a algunos de los nuevos retos socio-económicos a los que nos enfrentamos, resultado de los fracasos de las políticas adoptadas desde 2007, como la polarización, la falta de valores, el triunfo de la mediocridad, la acumulación de la riqueza o el aumento del control estatal y la consiguiente limitación de libertades; todo ello partiendo de instituciones seculares que se han mostrado resilientes, huyendo de experiencias históricas o comparadas tantas veces fracasadas.

Solo me queda agradecer a aquellos que hicieron posible la URV y, en particular, la carrera de Derecho en Tarragona, todo su esfuerzo y dedicación, sin los cuales muchas vocaciones probablemente no hubiesen germinado o, al menos, no aquí.

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