Una Navidad sin música

En el Tupolev siniestrado viajaban 65 miembros del Coro del Ejército Rojo y casi todos sus solistas

Les aseguro, les juro si es preciso, que para mí la Nochebuena y la Navidad es tiempo de paz, de buenas intenciones, un mundo en que Dios nace y se hace hombre para guiarnos hacia la salvación, la paz eterna y la justicia infinita. ¡Claro¡ mi tradición es católica y fue en la fe en que me educaron mis progenitores. No tuve oportunidad de decidir ni el derecho a hacerlo, ese derecho que está de tan de moda estos días: ¡se mi impuso y ya está¡. Y a estas alturas de mi vida no me parece mal, porque si hubiese nacido chino, o árabe, o indígena, también tendría un lugar y un tiempo para clamar por la paz y la justicia. Porque el ser humano, aquí o en la otra punta del globo, quiere querer, necesita amar y ser amado.

Pero en estas Navidades, como en las otras, siempre hay algo que lo entorpece, que te hace recordar que en nuestra tierra hay buenos y malos, aunque no sepamos muy bien quienes son unos u otros, o más bien aunque unos y otros estemos seguros de como somos nosotros mismos y también como son los demás, y estemos unos y otros seguramente muy equivocados.

La culpa la ha tenido Claudio Magris y el Diari. Bueno, seamos justos, Magris no ha hecho más que publicar su último libro (“No ha lugar a proceder”) y el Diari a hacerse eco de algunas noticias internacionales. Seamos incluso más exactos, Magris, que se aproxima a los ochenta, ha reflexionado desde la lejanía sobre la esencia de la guerra; y el Diari (como otros muchos periódicos y medios de información) ha publicado algunos sucesos relativos a Siria, que es la guerra que hoy tenemos más cerca, al otro lado del mar que vemos todos los días cuando nos asomamos por el balcón, enfrente de nosotros.

Cuando uno tiene casi ochenta años debe saber que no hay que preocuparse mucho por el lector, y que en cualquier caso poco importa porque lo que importa son otras cosas. Debe seguramente preocuparse de encontrar una razón, una explicación, o simplemente de no encontrarla, y casi siempre (yo diría siempre) el autor no la encuentra, porque es posible que no exista o no exista para nosotros. A esa edad, supongo, uno se deja llevar. Eso es lo que hace Magris en su última (hasta ahora) novela (por llamarla de alguna forma). Se inspira para construir su narración en un profesor de su Trieste natal, coleccionista obsesivo de armas, que le lleva a construir un museo con todo tipo de artilugios bélicos para reivindicar la llegada de la Paz y la desactivación de la Historia.

No es un libro para Navidad o a lo mejor (o peor) es el mejor libro. “hay que abolir la guerra”, dice y sigue “el único modo de conseguirlo es jugando a la guerra”, igual que hacen los niños pequeños cuando juegan en las noches de Navidad. Jugar a la guerra es una forma de negarla y al mismo tiempo una forma de negar la muerte o simplemente de ignorar una y otra. “La Muerte se adapta bien a los Museos. A todos, no sólo al Museo de la guerra“, nos confiesa al principio de la obra, para luego a mitad soltarnos que “Nadie sobrevivió al diluvio, sin embargo nos lo cuentan, porque el diluvio nunca ha cesado, y el mar está siempre enfurecido“.

Pero dejemos a Magris y veamos el Diari. He recortado una página (uno es del papel) y me quedo con algunos titulares: “Rusia halla fosas comunes en Alepo con decenas de cuerpos mutilados”, “la iglesia maronita de San Elías celebró la tradicional misa de Navidad por primera vez en cuatro años”. Y más abajo una noticia que ya he leído en otro lugar pero que vuelvo a recordar.

Un avión militar ruso Tupolev-154 se ha estrellado cerca de Sochi cuando se dirigía a Latakia en la costa siria. Todos los pasajeros y tripulantes han muerto. El Tupolev-154 llevaba a bordo 65 miembros del Coro del Ejército Rojo (grupo Alexandrov), incluyendo a su director y a casi todos sus solistas. Iban a celebrar la Nochevieja y el Año nuevo con los más de 3.000 soldados rusos destinados en Siria.

Dice Magris, pero hay que leerlo para intentar comprenderle, que la muerte no existe, “es sólo un invertidor, una máquina que simplemente da la vuelta a la vida como a un guante, pero basta con dejar pasar el tiempo en sentido inverso y se recupera todo”. Quizás por eso el accidente del Tupolev-154 me afercta pero menos, porque nos quedan las canciones, que al final de este artículo vuelvo a poner, como muchas noches premonitoriamente este último mes, y transcribo para ustedes, o más bien para ellos que ya no están.

Una, con la voz y los ojos de Elena Vaenga mientras el público en pie sigue la canción y deletrea, impresiona: “De pie enorme país, de pie hasta la muerte“ “!No desafíen sus negras alas a volar sobre nuestra Madre Patria¡ ”Que nuestra ira los azote como una ola” “Es la guerra del Pueblo, es una Guerra Sagrada” Pongamos una bala en la frente a los parásitos fascistas” “Hagamos un fuerte ataúd para tal raza“.

Aunque yo siempre me he quedado con una de las más bonitas y más populares canciones rusas: Kalinka, Kalinka.. “Enebro, Enebro, ¡Enebro mío¡” “!En el jardín está la frambuesa, frambuesa mía¡ ¡Ah, debajo del abeto¡ ¡Acuéstame a dormir¡ ¡Ah, bellísima y bondadosa¡ ¡Enamórate de mí¡

Feliz Año a todos, a los sitiados y a los sitiadores, a los unos y a los otros, a los amigos y enemigos.

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