Una sangrienta raya en la arena

Cuando los terroristas trazan una sangrienta raya es merjor estar en el otro lado

En estos días en los que Europa entera y buena parte del mundo occidental se alinea con la libertad de expresión y se solidariza con las víctimas del sangriento atentado de París, había muchos que esperaban las palabras del Papa Francisco. Jorge Mario Bergoglio ha dado muestras una y otra vez de campechanía, espontaneidad y de un afán renovador que desde la sociedad laica se ve con muy buenos ojos, y que le han permitido brillar como mediador entre Cuba y Estados Unidos o recibir elogios de sensibilidades cercanas a los movimientos sociales que bullen en el fondo de esa olla calentada a fuego lento que es este continente.

Francisco es listo, zorro viejo, porteño astuto, dueño de dos manos izquierdas y gran vendedor de crecepelo. Partidario de untar el cebo mediático con miel, no con vinagre. No me cabe duda de que cuando se estrenó Mary Poppins, allá por 1964, Jorge Mario Bergoglio estaba en el cine escuchando cantar a Julie Andrews aquello de «Con un poco de azúcar / esa píldora que os dan / pasará mejor». No en vano se graduó como técnico químico en la secundaria, y esas cosas no se olvidan. De ahí que haya optado por un papado mediático, wojtyliano y seductor, con gran acierto. En la era de Justin Bieber y Lady Gaga, amenazar desde el púlpito con las llamas del infierno ha perdido su efectividad.

Y el Papa habló sobre la matanza en la sede de Charlie Hebdo. De pie, entre las filas de asientos del vuelo que le llevaba a Sri Lanka, micro en mano y rodeado de periodistas a diez mil pies de altura, dijo: «Matar en nombre de Dios es una aberración». Perfecto. Impecable, si no fuese porque a la frase le sobrevino un grande e inmenso pero: «Cada persona no solo tiene la libertad, sino la obligación de decir lo que piensa para apoyar el bien común (.) Pero sin ofender, porque es cierto que no se puede reaccionar con violencia, pero si el doctor Gasbarri [organizador de los viajes papales], que es un gran amigo, dice una grosería contra mi mamá, le espera un puñetazo. ¡Es normal! No se puede provocar, no se puede insultar la fe de los demás. La libertad de expresión tiene un límite».

Podría citar Mateo 5, 39: «A cualquiera que te abofetee en la mejilla derecha, vuélvele también la otra». O a Lucas 6, 28: «Bendecid a los que os maldicen; orad por los que os vituperan». Pero no soy teólogo, ni puedo opinar sobre la infalibilidad del vicario de Cristo en la Tierra. Jorge Mario Bergoglio está en todo su derecho como ciudadano de partirle la cara a cualquiera que hable mal de su madre, pero me hubiese gustado que el Papa se hubiese posicionado claramente a favor de la libertad. Porque cuando unos terroristas trazan una raya en el suelo con sangre, es mejor encontrarse al otro lado. Sin peros y sin reservas.

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