Ca l’Ardiaca: 25 años esperando el primer hotel de lujo de Tarragona

El inmueble, que recientemente ha sido catalogado como Bé Cultural d’Interés Nacional, se ha ido deteriorando mientras han ido pasando los proyectos

El pasado 1 de abril, el Govern de la Generalitat declaró como Bé Cultural d’Interès Nacional (BCIN) el edificio de Ca l’Ardiaca. La catalogación abre nuevas oportunidades para la recuperación del inmueble, ya que los propietarios podrán acogerse a nuevas subvenciones para su rehabilitación, mientras el Ayuntamiento y la Generalitat tendrán nuevos elementos para presionar, ya que tienen el derecho de tanteo.

La recién catalogación mantiene la posibilidad del uso hotelero, una opción que hace más de 25 años plana sobre el inmueble, pero que nunca ha conseguido pasar de los proyectos a la realidad.

En abril del año 2000, el Diari de Tarragona informaba de la inminente apertura de un establecimiento hotelero de lujo en el antiguo palacete medieval. Los impulsores, un grupo promotor de Tarragona liderado por Ricardo Climent, hacía más de dos años que estaban trabajando en el proyecto, después de que el Arquebisbat de Tarragona había decidido vender la antigua Rectoria.

En aquellos momentos, el cardenal Lluís Martínez Sistach estaba al frente de la Iglesia tarraconense y desde esta institución se vio con buenos ojos una operación que, según explican algunas voces, «generó recelo, porque seguramente el Arzobispado hubiera podido sacar más dinero».

«El edificio estaba en buenas condiciones», indica Ricardo Climent. Este había sido reformado en el año 1981 para que mosén Josep Ferré, de la parroquia de Sant Joan, pudiera ir a vivir allí junto a su hermana. La casa fue ocupada hasta avanzada la década de los noventa, siendo mosén Jaume Roig la última persona que residió en Ca l’Ardiaca.

Preguntado sobre este tema, quien fue arzobispo de Tarragona hasta 2004 no ha querido hablar sobre el momento. Por su parte, Climent recuerda que «la idea era hacer un hotel con unas treinta habitaciones». Para ello, también compraron el edificio adjunto, conocido como el de Ferré Golarons.

En aquellos momentos se aseguraba que «la inauguración del establecimiento no se producirá antes de un año». No obstante, se apuntaba que «para dentro de un mes está previsto que dos operarios empiecen la tarea de rascar las paredes, con el objetivo de conocer si bajo estructuras modernas se conservan otras de época medieval o renacentista».

El proyecto despertó entusiasmo. «Es un acontecimiento importante para la ciudad y muy especialmente para la Part Alta», afirmaba el articulo que publicó el Diari el 27 de abril de 2000 quien fue concejal de Turisme y presidente del Patronat Municipal de Turisme, Emili Mateu.

Lo que en un primer momento parecía bufar i fer ampolles empezó a difuminarse por la presencia de restos arqueológicos, de forma que en el año 2006 la familia Climent decidió vender el inmueble.

Eran años de crecimiento y el boom inmobiliario estaba en plena vorágine. En este contexto en el que els gossos es lligaven amb llangonisses entró en el tablero de juego la constructora zaragozana Desarrollos Arbe.

Esto propició un cambio de estrategia. Dado que la presencia de restos arqueológicos condicionaba los planes iniciales, los nuevos propietarios decidieron ampliar el ámbito de actuación, comprando los edificios adyacentes, de forma que pudiera mantenerse la cifra de una treintena de habitaciones previstas inicialmente. De lo contrario, los números no salían.

Cristóbal Conesa vivía el número 2 del Pla de la Seu (ahora número 12) y fue uno de los vecinos a quien fueron a visitar. «Ellos querían acabar comprando toda la manzana, ya que se pensaban que como la mayoría éramos gente mayor nos queríamos marchar de la Part Alta, pero no tuvieron en cuenta que muchas casas no son de un sol propietario y que algunos no queríamos marcharnos».

Finalmente en el año 2009 Conesa firmó un contrato para la compraventa de la finca y tras largas negociaciones la compañía aceptó pagar los 600.000 euros que entonces pedían los propietarios. «El contrato decía que en 2011 el edificio tenía que estar escriturado a nombre de la gente de Zaragoza y todavía hoy estoy pagando el IBI de una casa de la que tuve que irme, porque nos dijeron que estaban a punto de empezar las obras», lamenta este vecino.

«Desde el Ayuntamiento siempre se tuvo en cuenta que era un espacio muy importante dentro del patrimonio medieval de la ciudad y, por tanto, les dijimos que no les daríamos ninguna licencia que no fuera para restauración y que tenían la obligación de mantenerlo, porque si no actuaríamos de forma subsidiaria», explica Maria Mercè Martorell, quien entre 1999 y 2007 fue teniente de alcalde de Patrimoni Històric.

Ca l’Ardiaca o la antigua Rectoria de la Catedral es uno de los edificios más emblemáticos de la Part Alta. En su interior acoge trazas históricas desde la época romana hasta su reconstrucción, en el siglo XIX. El inmueble se levantó sobre la entrada del que había sido el ‘témenos’ de Tarraco y ha formado parte de los últimos 800 años de la historia de la ciudad.

La base arquitectónica es gótica, correspondiente a los siglos XII-XIII, pero el edificio debe su actual aspecto a la reforma realizada durante el primer cuarto del siglo XIV.

La decadencia del edificio en estos últimos 25 años se ha acentuado. Prueba de ello es el andamio que tuvo que colocarse en el exterior y la actuación de emergencia que llevó a cabo el Ayuntamiento en febrero del año pasado, delante de los riesgos evidentes de deterioro.

«Salvamos la estructura y ahora el edificio no caerá, pero tienen que restaurarlo», indica el concejal de Patrimoni, Nacho García Latorre. La posibilidad de una expropiación es y ha estado encima de la mesa, pero el Ayuntamiento se guarda esta carta. «Una expropiación tiene que ir acompañada de un plan de usos ya hecho. Tan solo por quedártelo no tiene sentido», indica el cuarto teniente de alcalde. La opción de un Parador Nacional podría ser la solución, pero la última palabra la tendrá el Ministerio de Turismo.

El Ayuntamiento ha multado en reiteradas ocasiones a los propietarios y estos tendrán que pagar los más de 620.000 euros que costó la última intervención de emergencia. Varias fuentes confirman que en los últimos meses ha habido movimientos y que se estaría reactivando el interés. La historia de Ca l’Ardiaca todavía tiene muchos capítulos por escribir.