Tarragona cumple el sueño de ‘Manolo Escobar’

Crónicas pelacanyes

Patrimonio. Jordi Rovira ya ha acondicionado como museo su espectacular colección de carros. Pero merece aún más visibilidad. En Tabacalera, por ejemplo

El Museu d’Art Modern. El Arqueològic, ‘exiliado’ en el Moll de Costa. El del Port. O el Bíblic. Patrimonio romano, medieval y modernista. Playas paradisiacas, vistas donde perderse y una gastronomía de lujo. Tarragona puede presumir de museos y atractivos de toda índole. Y desde hace unos días de uno recién ‘puesto a punto’: el de carros. Un centenar de ellos, de toda índole, permanecen a la espera de ser contemplados en una nave del polígono Francolí. Son un gancho más para atraer visitantes.

El ‘padre’ de la colección es Jordi Rovira, un tarraconense nacido en la calle Prat de la Riba, pero criado en la vecina localidad de Torredembarra. Jordi ha dedicado gran parte de sus 75 años de vida a atesorar desde carros que transportaban la basura a un carruaje usado por la familia del general Prim. Desde carros que servían para llevar toneles llenos de vino a un carruaje mortuorio. Desde el carro que llenaba de agua los depósitos del antiguo preventorio de la Savinosa a la reproducción de un carromato del Oeste americano.

Lo que queda claro es que si Manolo Escobar resucitase, ya tendría respuesta a aquella famosa respuesta de «¿dónde estará mi carro?». En un museo de Tarragona. Sí, Manolo, en Tarragona.

El pasado 26 de marzo, el Diari ya publicó una crónica pelacanyes en la que Rovira detallaba la colección y confesaba su sueño: habilitar un museo. Ahora ese sueño se ha cumplido. La mayoría de carros y carruajes tienen ya la correspondiente explicación y Rovira los ha reubicado para facilitar su visión y que la visita sea más cómoda. Pero Jordi no se para aquí.

El tarraconense-torrense tiene claro que el museo debería tener más visibilidad. No es suficiente con que los carros y carruajes estén en una nave de un polígono industrial. Quien quiera verlos puede contactar con Rovira, pero el coleccionista descarta tener la nave permanentemente abierta y cree que su colección debe poder llegar a más gente.

¿Cómo hacerlo? Jordi está dispuesto a recibir a grupos de escolares para que puedan conocer cómo se realizaban las labores agrícolas en el pasado o cómo eran los medios de transporte de hace décadas. Y también a acoger grupos de mayores a los que los carros y carruajes les traerán recuerdos. A partir de finales de septiembre, «cuando baje el calor», Rovira podrá hacer de guía. Solo hace falta pactar con él día, hora y número de visitantes.

Otra idea es que parte de la Tabacalera se habilitase como un museo para que la ciudad luzca una de las mejores colecciones de carros y carruajes de Catalunya y España. En todo caso, Rovira inaugurará oficialmente su museo a principios de octubre.

El museo tiene dos salas. Una dedicada a los carros de labores agrícolas o ciudadanas (regar las calles, transportar carbón...). En la otra, están los carruajes de viajeros.

En la primera sala, un enorme cartel recoge una frase de Rovira: «Es un homenaje de amor, respeto y admiración por la tierra, los hombres y mujeres que la trabajan y las herramientas que permiten arrancarle sus frutos». Es el resumen del espíritu de la colección. Pretende recordar la figura de Joan Fortuny, un payés de Torredembarra con el que Jordi trabó una relación filial. Más conocido por ‘Joanet Sereno’, Fortuny perdió a su mujer y a un hijo en un bombardeo durante la Guerra Civil. Sus otros dos hijos también murieron en la contienda. Se quedó solo en la vida hasta que conoció a Rovira que se convirtió en una especie de nieto adoptivo.

Fortuny le enseñó a Rovira a cultivar, respetar y amar el campo. Un pequeño carro del abuelo se convirtió en la primera pieza de la luego extensa colección de Jordi. Una colección ahora explicada al detalle en el museo.

Entre las piezas con más historia de las expuestas, está un carro ‘ganxetiano’. Se trata de un pequeño ómnibus. Cabían seis personas y disponía de una baca para el equipaje. Debido a su peso, lo tenía que arrastrar un caballo corpulento. Como curiosidad, tenía ventanas de quita y pon. Explica un pequeño cartel que «las ventanas tienen una doble utilidad según sea verano o invierno. En los días más fríos se usan las ventanas con cristal y en los días más calurosos son reemplazados por persianas de madera». Y he aquí el toque histórico: «Este carruaje procede de la ciudad de Reus y perteneció a la familia del general Prim», asegura el cartel explicativo.

Monjas, Clark Gable, perros...

Otros carruajes como el que perteneció a un convento de monjas, el que tenía asientos en el techo para los pasajeros de menor poder adquisitivo o una araña americana como la que utilizó Clark Gable en Lo que el viento se llevó completan la colección.

No hay que olvidar el que servía a los nobles británicos para ir a cazar zorros en la campiña. «El ‘Gran break’ era un carruaje de cacería que transportaba en su interior perros y armas. En la parte posterior de la carrocería hay un compartimento con persianas laterales para los perros. Puede estar tirado hasta por seis caballos, de acuerdo a las necesidades de la cacería o la dificultad del terreno. Tiene capacidad para ocho personas. Los asientos posteriores estaban reservados a los criados y se podían desmontar».

Enumerar todas las piezas sería interminable. Basta con resumir la intención de Rovira a la hora de diseñar el museo. En sus propias palabras, «en recuerdo y fidelidad a todas aquellas personas que me enseñaron los valores, el respeto y la humildad y ser fiel a mis orígenes para no perder mi identidad».