Tarragona: la moneda milagrosa

Un libro repasa los 2.200 años de historia monetaria tarraconense con anécdotas ‘milagrosas’, bélicas, políticas y religiosas

Una moneda que refleja un mito con tintes de culebrón. Otra que evoca un ‘milagro’ en Tarraco que enfureció a un emperador. Las acuñadas para pagar a los soldados en las cruentas guerras civiles romanas. La que incita a pensar que la interminable lista de los reyes godos estaba incompleta. Las que servían para pagar los servicios religiosos o la construcción de las murallas. E incluso las que regalaban cuando se proclamaba un nuevo rey. Un libro de reciente aparición repasa la historia de las monedas acuñadas en Tarragona durante 2.200 años. Desde el siglo III a.C al siglo XIX.

La obra, que puede calificarse como la Biblia de las monedas tarraconenses, se titula ‘Diàlegs de monedes, medalles i anàlegs de Tarragona’. Su autor, el tarraconense Jaume Benages i Olivé, la presenta el próximo martes, día 17, a las 19 horas en la sala Prat de la Riba del Institut d’Estudis Catalans (calle del Carme, 47 en Barcelona). En el mismo acto se rendirá homenaje al que fuera presidente de la Societat Catalana d’Estudis Numismàtics (SCEN) durante dos décadas, Miquel de Crusafont.

A lo largo de 500 páginas, Benages cataloga y documenta materiales numismáticos y medallísticos de 887 tipos. Es una obra densa, que demuestra que las monedas son un reflejo de la historia de cada sociedad, con sus costumbres, problemas, conflictos, mitos, actos propagandísticos y, por encima de todo, intereses políticos y económicos.

Un ejemplo de que la economía se impone muchas veces a la política la tenemos ya en el siglo III a. C. Los romanos, recién conquistada parte de la península, respetaron el peso de las monedas y la marca Kese (nombre ibero de Tarragona) «para que las monedas fuesen conocidas por los indígenas y, en consecuencia, se pudiesen recaudar con más facilidad los impuestos», dice Benages. Hacienda ya éramos (casi) todos hace más de 2.300 años.

Otra de las monedas catalogadas es un denario de principios del siglo II a.C. A falta de ‘Sálvames’ y demás programas de cotilleo, las monedas servían para reflejar mitos que dejaban en mantillas a cualquier culebrón turco. Como el del Dioscuro que se observa en el reverso del denario.

Cuenta la mitología griega que la reina Leda fue seducida por el rey de los dioses, Zeus, que se había transformado en un cisne. La dejó embarazada. La misma noche, Leda tuvo relaciones con su esposo, Tíndaro, rey de Esparta. También quedó en estado. Leda daría a luz a dos parejas de gemelos: Helena y Pólux, hijos de Zeus, y Clitemnestra y Cástor, hijos de Tíndaro. Ahí queda eso.

Doscientos años después, Tarraco acuñó una moneda dedicado al emperador Augusto. En el anverso, su efigie. En el reverso, un ara y una palma. La moneda nace de una leyenda.

En Tarraco existía un altar dedicado a Augusto. Sobre el mismo brotó una palma. Los habitantes de la ciudad lo vieron como una especie de milagro, una señal de los dioses que les traería buena suerte. Hasta tal punto estaban entusiasmados que organizaron un viaje a Roma para explicárselo a Augusto en persona. El emperador les recibió, pero, lejos de felicitarles, les abroncó porque consideró que el nacimiento de una planta sobre el ara demostraba los pocos sacrificios que le ofrecían.

Medio siglo más tarde, la estabilidad del Imperio romano saltó por los aires y se produjo una época de guerras civiles. Ser emperador implicaba correr más riesgo incluso que un móvil infectado por Pegasus. En solo un año hubo cuatro emperadores, dos de los cuales fueron asesinados y otro se suicidó tras ser derrotado. Necesitaban tanto el apoyo de los legionarios que acuñaban monedas a diestro y siniestro para poderles pagar.

En su libro, Benages lanza una hipótesis: que la prolífica dinastía visigoda cuenta con un nuevo miembro, Sindila. Se basa en el hallazgo de una moneda con su nombre. La ubica cronológicamente entre los años 631 y 632.

La pasión de Benages por la numismática comenzó hace medio siglo casi por casualidad. Durante un viaje a Castellón, vio que una tienda vendía monedas romanas en una cesta. Compró una e intentó averiguar su origen. Esto le llevaría, con el tiempo, a abrir una tienda de numismática.

Jaume Benages es un autor prolífico. Escribió junto a Jaume Fontanet el libro ‘Tarragona panorámica’, con espectaculares fotos antiguas de la ciudad. El ‘Diari’ dedicó a dicho libro una crónica pelacanyes publicada el domingo 17 de abril. Además ha editado una colección de ocho volúmenes sobre postales de diversos barrios de la ciudad.

Las ‘pellofas’ son también protagonistas. Eran unas monedas de latón que se usaban para pagar a los sacerdotes sus servicios religiosos (bautizos, extremaunciones... ) y que podían cambiarse por monedas ‘normales’. Las de Tarragona lucían la emblemática Tau (la letra griega como la que está al lado de la firma de esta crónica pelacanyes).

La invasión francesa de España provocó un doble efecto monetario, narra Benages. Por un lado, que la maquinaria para poder acuñar monedas se instalase en Reus, en vez de en Tarragona, pero que luego volviese a la capital ante la cercanía de las tropas francesas a Reus y su desprotección por no tener murallas. Y, por otro lado, que se acuñasen expresamente monedas para poder pagar la fortificación y defensa de Tarragona.

La Guerra de la Independencia acabaría con Fernando VII asentado en el trono. Los partidarios de su hija, Isabel II, intentaron, cuando ésta fue proclamada reina en 1833, seducir al pueblo. ¿Cómo? Literalmente comprando su cariño. Isabel II hizo lo mismo que su antepasado Luis I, otro Borbón, había hecho en 1724.

Ambos ordenaron que en diferentes ciudades del Estado se arrojaran las ‘medallas de proclamación’, una especie de monedas que respetaban las medidas de las de curso legal y servían para el comercio local. Entre las medallas había también monedas ‘de verdad’. En Tarragona los emisarios monárquicos recorrieron el casco antiguo de la ciudad arrojando las monedas al público, como si de una cabalgata de Reyes y caramelos se tratase. Son fáciles de imaginar las peleas entre los vecinos ante las miradas llenas de soberbia de los emisarios.

El que se presenta el martes no es el primer libro numismático de Benages. En 1994 publicó ‘Les monedes de Tarragona’. Un cuarto de siglo después apareció ‘Diàlegs de monedes i medalles de Tarragona’, editado por Bibliòfils de Tarragona con una tirada de 85 ejemplares. La SCEN decidió que la obra merecía una mayor difusión e impulsó la publicación del libro actual.

Como sentencia Miquel de Crusafont, el libro de Benages «lo aporta todo en referencia a Tarragona. No es fácil encontrar un estudio tan completo, actualizado y riguroso». Demuestra además que Francisco de Quevedo tenía toda la razón del mundo cuando escribió en 1603 aquello de «poderoso caballero es don Dinero».

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