Quimet, 100 años: «Me habría gustado llegar antes a internet»

Joaquim Porqueres Roselló se unió ayer al ‘cada vez más numeroso club’ de centenarios
de Tarragona. Su día a día ilustra muchos de los retos a los que se enfrenta su generación

Joaquim Porqueres Roselló (desde siempre, Quimet), vecino de Tarragona, cumplió ayer 100 años. La cifra sorprende, pero lo cierto es que cada vez es menos noticia. No hay datos actualizados de cuántos centenarios viven en la ciudad (en 2021 eran 45, según el IDESCAT), aunque según el padrón municipal de diciembre del año pasado, este 2023 llegarán a la centena 67 tarraconenses.

La primera tentación al hablar con un centenario es tratar de dar con una receta mágica de la longevidad que, desde luego, no existe. Quimet, por ejemplo, reconoce que en los últimos meses come «suave» porque se está recuperando de la neumonía que tuvo a finales de año, pero antes comía de todo «y no me venía de un plato».

Aunque en su caso es probable que la genética juegue a su favor. Es el menor de tres hermanos. Los otros dos murieron a los 91 y 99 años, respectivamente. Tampoco es que se haya machacado a hacer deporte, aunque siempre ha dado sus paseos. Vive en un tercero sin ascensor en la calle Taquígraf Martí (su casa durante 50 años) y desde la enfermedad no consigue salir por su cuenta. Reconoce, no obstante, que está «entrenando» tramos de escalera para volver a echarse a la calle. «El otro día llegué al rellano», apunta.

Enamorado de Tarragona, en espacial de la Part Alta, antes de la neumonía con sus paseos llegaba incluso a La Rambla. Eso sí, tenía sus paradas «estratégicamente calculadas» en los bancos del camino donde además aprovechaba para hablar con los amigos. Moraleja para urbanistas: tener suficientes bancos y en buen estado es clave en la vida de los mayores.

¿La biografía de Harry?

Quimet habla desde su butaca bajo la atenta mirada de su mujer Rosa (90 años) y de sus hijos Quim y Rosa María. En la mesita de al lado tiene la biografía del príncipe Harry ‘En la sombra’. Lector empedernido, reconoce que lo que más le gusta es leer sobre la historia, pero no le hace ascos a nada. Este libro, como el resto, los lee con gran trabajo gracias a una lupa.

Reconoce que «lo que sé lo he aprendido a base de leer», pese a que solo fue a la escuela hasta los 12 años en su Torroja del Priorat natal. Lo demás lo aprendió en casa cuando pudo acceder a libros de matemáticas y ortografía. Aunque seguro que tener una memoria prodigiosa ayuda. Explica que cuando era pequeño se guardaba el diario porque publicaban por entregas dos novelas, ‘Corazones orgullosos’ y ‘Sinfonía pastoral’.

Dejar el campo atrás

Como muchos de su generación, Quimet se vio obligado a dejar el pueblo en los años sesenta porque ya no se podía vivir de la agricultura. La decisión la tomó el año en que se gastó lo que no tenía en abonar los avellanos y la cosecha fue desastrosa. Y eso que en el pueblo siempre estuvo bien arraigado; fue alcalde durante nueve años y ‘corresponsal’ del Instituto Nacional de la Seguridad Social.

El paso lo dio cuando vio en el Diario Español un anuncio de la empresa Indusoja (más adelante Cindasa) en el Port buscando personal. Le contrataron para lo que sería toda una revolución: manejar una máquina transportadora que descargaba el grano. Ya no había costaleros con sacos al hombro, «era el no va más, la gente bajaba a verlo», explica, mientras da detalles pormenorizados de toneladas y recorridos. En la misma empresa se jubiló como encargado.

Reconoce, eso sí, que lo de trabajar en una empresa y jubilarse en ella se ha acabado. Ha vivido más de una crisis económica con su posterior recuperación, pero cree que los jóvenes ahora lo tienen complicado «porque el trabajo se ha precarizado mucho».

A Quimet le gusta estar al día, pero le apena que la escasa visión le juega una mala pasada. Lamenta, por ejemplo, no haber llegado antes a la era digital: «Me habría gustado llegar antes a internet».

Siempre ha sido autónomo para sus gestiones, pero últimamente se desespera porque después de la pandemia todo es a distancia. Por teléfono todo son grabaciones o personas que no tienen paciencia cuando les explica que tiene problemas de audición.

La pandemia, reconoce, le ha quitado mucho, en especial todo el tiempo que estuvo sin poder ir a los jubilados.

Ha sido testigo de enormes cambios en la ciudad y apunta que podría estar más limpia, «pero aun así me encanta». Le entristecen, eso sí, los comercios con las persianas bajadas, «no podemos llevarnos el comercio fuera, eso le quita vida a la ciudad», dice.

Le preguntamos qué hace falta para ser feliz y dice que para él la respuesta ha ido cambiando con los años y ahora con estar tranquilo y con los suyos tiene bastante: «Al final te das cuenta de que nada es tan importante». Ayer celebró el cumpleaños con la familia y hasta fue a visitarle el alcalde Pau Ricomá y la concejal Mary López.