En etapas de inestabilidad económica, tomar decisiones improvisadas o actuar por instinto puede salir muy caro. Si algo nos han enseñado los últimos años -la pandemia, la inflación, las tensiones geopolíticas o las subidas de tipos de interés- es que navegar sin una hoja de ruta definida deja a muchas familias e inversores a merced de las olas. Y, sin embargo, sigue siendo más habitual de lo que pensamos.
Muchas personas creen que planificar sus finanzas es algo complejo, reservado para grandes patrimonios o etapas avanzadas de la vida. Pero ocurre justo lo contrario: cuanto antes se empiece y más personalizado sea, mayor capacidad tendremos para tomar buenas decisiones, incluso en momentos complicados. El problema está en irlo retrasando. Porque cuando llega la crisis, ese «ya lo veremos» se traduce en decisiones precipitadas, ventas en pérdidas o retirada de ahorros en el peor momento.
Veámoslo con un ejemplo actual. Imaginemos dos perfiles similares: Ana y Marta, ambas de 45 años, con hijos adolescentes y una hipoteca a tipo variable firmada hace unos años. Durante la pandemia, ambas mantuvieron sus trabajos, pero después tuvieron que enfrentarse a la presión de la subida de los tipos de interés, que encareció sus cuotas hipotecarias en más de 300 euros al mes.
Además, el coste de los gastos básicos, como la alimentación, también creció. La tendencia inflacionista se ha ido moderando, pero la tensión sobre los precios de los productos más básicos persiste.
Marta nunca hizo un plan financiero. Fue ahorrando algo cuando podía, sin una estrategia definida. Pero, con más gastos y el mismo sueldo, se ve obligada a tocar el poco ahorro que tenía. Tiene que mantener su plan de pensiones, pero no sabe si vale la pena amortizar hipoteca o si le conviene cambiar de banco. Cada decisión la toma con dudas, sin información clara. Le genera ansiedad y, en lugar de tener margen de maniobra, se siente atrapada.
Ana, en cambio, trabaja desde hace años con un asesor financiero para establecer un plan a medida. Sabía que podrían llegar épocas más tensas. Tiene un colchón de liquidez equivalente a varios meses de gastos, ha diversificado su inversión y su hipoteca variable fue revisada en su día, por recomendación profesional, para no comprometer su estabilidad. Gracias a ello, aunque también nota la presión, no necesita deshacer inversiones en mal momento ni renunciar a sus objetivos. Su plan no le evita la incertidumbre, pero aporta herramientas para gestionarla.
Los acontecimientos inesperados afectan a todo el mundo, ya sea que tengas 25 años y estés comenzando tu vida laboral, o 65 y te acerques a la jubilación: de un modo u otro, te impactarán. Quienes no planifican tienden a reaccionar con miedo o euforia: venden cuando baja, compran cuando sube o se quedan bloqueados por no saber qué hacer. Quienes sí tienen un plan, en cambio, entienden el valor del largo plazo y saben cuándo conviene actuar y cuándo simplemente hay que mantener el rumbo.
Por eso, contar con un plan y con el apoyo de un asesor financiero certificado marca la diferencia. No solo para elegir bien dónde invertir o cómo distribuir el ahorro, sino para tener alguien que, en los momentos complicados, ayude a tomar decisiones con cabeza fría. No se trata de prever lo imprevisible, sino de estar preparados para afrontarlo.